(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en el periódico digital CORRIENTE ALTERNA el día 14 de junio de 2018
Partamos con
un ejemplo: Colombia acaba de ser aceptada como nuevo país miembro de la OCDE y
también como socio extracontinental de la OTAN. Venezuela, en cambio acaba de
ser calificada por la mayoría de los países de la OEA como un país regido por
un gobierno que carece de legitimidad y que se encuentra sumido en una grave
crisis política, económica y humanitaria.
Ninguna de
estas decisiones, en un caso o en otro, implican, en lo inmediato, un beneficio
o un perjuicio para los ciudadanos de los respectivos países. Tanto los
venezolanos como los colombianos seguirán despertándose a la hora acostumbrada
y dirigiéndose a sus respetivos trabajos, donde realizarán durante la jornada
diaria más o menos el mismo trabajo habitual. Sin embargo, más allá de las
apariencias o de los efectos de corto plazo, las consecuencias de mediano y
largo plazo son de alta importancia para cada país.
Tener una
buena imagen internacional es un activo de un país. Eso se traduce en
beneficios financieros, comerciales y políticos. Los grandes poderes
financieros del mundo contemporáneo estarán dispuestos a conversar, a negociar
y eventualmente a apoyar y a comprar los bonos emitidos por un país que goza de
buena reputación como país económicamente solvente y regido por buenas
prácticas administrativas y gubernamentales. Eso incluye la seriedad de sus
estadísticas económicas, la permanencia de los equilibrios macroeconómicos, y
la transparencia de sus operaciones públicas y privadas. Si las decisiones de
esos agentes financieros internacionales están permeabilizadas por la política
o por la visión de los países desarrollados, es bueno que un país en desarrollo
tenga el aval, en cuanto a buenas prácticas económicas, de los países que más
peso tienen en la política y en la economía contemporánea.
Un indicador
económico que muestra en forma muy clara la imagen que se tiene
internacionalmente de un país, es la tasa riesgo país. La tasa EMBI - Emerging Market Bond Index – calculada por
el JP Morgan Chase, es la más conocida y reconocida internacionalmente. Para el
día 6 de junio, esa tasa era de 193 puntos para Colombia y de 465 para
Argentina, país este último que ya había manifestado su necesidad de conseguir
un crédito del FMI. Eso significa que Colombia debe pagar, en el mercado
internacional de bonos soberanos, una tasa 1.93 % puntos más elevada que la
tasa que pagan los bonos del Tesoro norteamericano, y Argentina debe pagar 4,6
puntos más que esta última. Venezuela,
en cambio presenta una tasa riesgo país para el mismo día, de 4466 puntos, es
decir, que sus bonos deben pagar casi 45 puntos más que la tasa del Tesoro
norteamericano para poder venderse en el mercado. Esa es una tasa absolutamente
impagable. Significa, por lo tanto, que sus bonos están fuera del mercado
financiero internacional.
También los
agentes ligados al comercio internacional, de cualquier país del mundo, pero
especialmente los más cercanos, estarán dispuestos a vender o comprar
mercancías, provenientes o destinadas a un país que goza de buena capacidad de
pago, que no está sumido en una crisis de su balanza de pagos, y que está
inserto en los circuitos bancarios internacionales que hacen fluidas,
transparentes y seguras las operaciones de pago. También la reputación como
buen actor del comercio internacional hace suponer que se respetan las normas
técnicas, sanitarias y aduaneras de mayor aceptabilidad internacional.
En materia
de inversión extranjera directa - que es un flujo que a los países les interesa
que sea de gran volumen y de buena calidad, pues incrementa la disponibilidad
de capitales y de tecnologías que están disponibles en el seno del país -
también la imagen país es de gran importancia. La mayoría de los capitales que
buscan en el mundo oportunidades de inversión aspiran a contar no solo con
altas rentabilidades inmediatas, sino con estabilidad de las reglas del juego,
sobre todo en lo que dice relación con las tasas cambiarias a las cuales podrán
convertir en dólares sus ganancias en moneda local, y la libertad de que
gozarán para remesar aquello a los países de origen. Obviamente les interesa
también tener la certeza de que sus activos no serán expropiados, y en caso de
serlos, recibirán una justa compensación. No es una buena imagen, en esta
materia, carecer de libertad de cambios y tener más de media docena de casos
conflictivos pendientes de resolución en el CIADI, que es la instancia donde
las partes generalmente aceptan dirimir conflictos de esa naturaleza. Venezuela
no goza en este campo de buenas estadísticas, pues muchas de las operaciones de
este tipo carecen de la transparencia necesaria. Es dable suponer, en todo
caso, que algunas inversiones extranjeras directas logran captar, pues, mal que
mal, en el campo internacional hay empresas que son capaces de cualquier cosa
con tal de obtener ganancias grandes y rápidas y salir corriendo, sobre todo
cuando el país receptor tiene necesidad urgente de unos pocos dólares más.
Venezuela no
goza hoy en día de buena reputación como país económicamente solvente, ni como
una democracia que respete las normas y derechos universalmente requeridas para
calificar como tal. Sus relaciones políticas son malas con Estados Unidos y la
mayoría de los países de la América Latina han criticado las prácticas
económicas y políticas imperantes en Venezuela. Los europeos también hacen
críticas en el mismo sentido. Puede que todas esa criticas sean falsas y mal
intencionadas. Se puede polemizar hasta el cansancio sobre esos aspectos, y no
es el objeto de este artículo. Pero lo seguro es que todo ello le hace mal a
cualquier país que goce de esa imagen internacional. Si esa imagen es falsa,
entonces estamos en presencia de una mala diplomacia y de una mala campaña de
comunicación internacional. Si esa imagen corresponde con la realidad, entonces
estamos en presencia de una crisis interna, que se agrava y se autopotencia por
la imagen que proyecta internacionalmente.
De nada vale
consolarse diciendo que se goza de la amistad de países lejanos pero poderosos
como China, Rusia, India o Turquía. Esos países no están presididos por ángeles
ni por querubines, sino por gobernantes que buscan defender los mejores
intereses de sus respectivas naciones. Los tiempos de la solidaridad
internacional y del internacionalismo proletario ya quedaron atrás. Y todos y
cada uno de esos países negociarán de forma diferente con un país aislado y que
goza de mala imagen internacional – que carece en el fondo de real capacidad
negociadora - que con un país que tiene buena imagen y que goza de alta
aceptabilidad económica y política internacional. El aislamiento y la mala
imagen tienen, por lo tanto, consecuencias económicas y políticas negativas
para quien sufre esa situación y termina perjudicando a los ciudadanos de a pie
de los países correspondientes.