miércoles, 31 de enero de 2018

TODO SISTEMA DE PENSIONES ES DE REPARTO


(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 25 de enero de 2018)



Hay que ser claros: todo sistema de pensiones o de jubilaciones es siempre un sistema de reparto. Si la sociedad le paga mensualmente a un individuo - o a un millón de individuos-  una determinada cantidad de ingresos, eso proviene de lo que la sociedad ha sido capaz de generar - y de repartir-  en el momento en que esta historia se desarrolle.

Para ser más claros aun: si un jubilado recibe el equivalente a 10 dólares mensuales – o a 120 dólares anuales – eso proviene del producto o del ingreso que ese país ha sido capaz de generar en ese año. Eso es lo que le toca – por decisión de sus gobernantes y del resto de sus compatriotas - en el reparto de la torta anual y actual. 

No se puede pensar este asunto de las pensiones o jubilaciones como si existiera una alcancía, o un fondo físico que cada individuo va generando a lo largo de su vida - como si se tratara de las almendras que acumula una ardilla, o del trigo que se acumula en un silo durante los primeros 50 años de su existencia - para poder comer en los años que le resten de vida. No. Definitivamente las cosas no son así en la economía contemporánea. Lo que pueda ahorrar una persona no queda guardado físicamente en ninguna parte. La sociedad usa esos ahorros casi en el mismo momento en que se generaron. Lo que le queda, al que ahorró, es una suerte de derecho para poder recibir una cierta parte de lo que la sociedad produzca en los años venideros o, dicho en otras palabras, un derecho a participar en el reparto que se haga dentro de 50 años de lo que en ese momento se esté produciendo.

La acumulación de ahorros en una cuenta determinada no es más que eso: ganar derechos o puntos para participar en el reparto que esa sociedad haga en un momento determinado del futuro. Haya ahorrado mucho o poco, lo que en un momento determinado recibe es parte de lo que la sociedad produce en ese momento.

Si ahorra en una cuenta individual - en un banco o en una empresa similar - la sociedad canaliza ese ahorro - a través de un intrincado circuito de préstamos e inversiones - hacia las actividades productivas o de cualquier naturaleza que ella realiza en esos momentos. Eso le da derechos al ahorrador a una tajada de determinado tamaño en el reparto que se haga dentro de 50 años.  Si el ahorrante ahorra poco, y durante pocos años, pero igual logra sobrevivir hasta los 65 años, la sociedad puede otorgarle o no el derecho a recibir una pensión. Eso depende única y exclusivamente de cuanto esté esa sociedad dispuesta a repartir entre sus viejos. Depende también del tamaño de la torta en ese momento final, es decir, dentro de 50 años.

Todo lo que se diga en términos de que lo que se recibe en los años de vejez tiene que estar en relación con los ahorros que cada uno realizó durante sus años de actividad laboral es una discusión sobre la forma de determinar la cuantía de los derechos con lo que cada uno participa en el reparto del ingreso desde los 65 años en adelante.

Si un individuo ahorra poco, o durante pocos años, la sociedad le puede condenar a recibir pocos ingresos en su vejez, pero eso, en otras palabras, significa que la sociedad le concede pocos derechos, o pocos puntos, en ese reparto que se haga en sus años de vejez.

Pero, en cualquier caso, lo que define o determina lo que recibe cada individuo es, en primer lugar, el tamaño de la torta nacional, es decir, el nivel del PIB en el momento de la jubilación y en los años posteriores.  En ningún caso la sociedad puede repartir más allá de lo que produce en cada momento.  Ese tamaño de la torta depende de múltiples factores económicos, tecnológicos y políticos, nacionales e internacionales. En segundo lugar, la tajada que recibe cada uno en el reparto de esa torta nacional puede hacerse depender de los “derechos acumulados”, tanto como puede hacerse depender de criterios éticos, de solidaridad o de justicia social. Puede que lo que la sociedad reparte cada año sea poco o mucho, y que reparta en forma equitativa o inequitativa, pero esas son ya otras discusiones. En cualquier caso, se trata de un reparto.


LA ACEPTABILIDAD ES LA CLAVE


(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 31 de enero de 2017)

¿Por qué los ciudadanos de un país aceptan - a cambio de su trabajo o a cambio de sus mercancías - las monedas y billetes de curso legal que imperan en dicho país? ¿Porque tienen respaldo en oro? No. Eso es un mito. Casi ninguna moneda tiene respaldo en oro, ni tampoco en dólares, ni en ninguna cosa parecida.
La verdad verdadera es que la gente acepta la moneda de curso legal -llámese peso, bolívar, sol, o como sea – porque tiene sospechas fundadas de que el resto de la población también aceptará esas monedas o billetes a cambio de sus propios bienes o servicios. En otras palabras, cada uno acepta esas monedas o billetes porque supone que otros agentes económicos también lo harán, y si todos la aceptan dentro de una determinada comunidad, entonces esos billetes y monedas podrán cambiar de manos, o circular de mano en mano, cumpliendo uno de los requisitos fundamentales que un activo necesita para ser considerado dinero: tener aceptabilidad general.
Si algún ciudadano creyera que nadie le va a recibir esas monedas o billetes a cambio de las mercancías que él necesita comprar, entonces este ciudadano tampoco las recibiría a cambio de la entrega de sus propias mercancías o de su propio trabajo.
Armados de estos conceptos, reflexionemos sobre qué es posible que pase con el petro. Dentro del país es posible que algunos ciudadanos se sientan tentados a aceptar los petros, pues es mejor tener petros que no tener nada. Es probable que les propongan la entrega de petros como forma de pago de prestaciones, o de pago por facturas atrasadas, o por pago de amortizaciones y servicios de deudas anteriores, etc. Quien reciba aquello tratará de comprar con esos petros otros bienes y servicios que necesita. ¿Le aceptarán los petros en los mercados internos? Probablemente si, pues con ellos probablemente se podrán pagar impuestos y cancelar otras deudas que se tengan con el Estado. Puede que se los acepten con ciertas rebajas o descuentos con respecto a su valor nominal, pero algo es algo. Estos petros - si son aceptados en forma más o menos generalizada - pasarán a funcionar casi como si fueran dinero.  El Gobierno y el BCV los emitirán por un lado, y los recibirán por otro, y en el medio se podrán hacer ciertas transacciones de bienes y servicios con ellos. Quizás la única ganancia que se logre con todo esto sea que el Gobierno podrá decir al final del día que no ha emitido dinero - y publicar estadísticas en que la cantidad de dinero efectivamente no ha aumentado tanto como hubiera sido si hubiera tenido que emitir dinero propiamente tal - pero como todo el mundo sabe lo que pasa, nadie se engaña, con excepción quizás del propio gobierno. Así concebidos los petros no serán sino un bono gubernamental emitido en moneda interna - de circulación un poco obligatoria y un poco voluntaria-  cuyo precio real podrá fluctuar en el mercado y dejar algunas ganancias en manos de  los especuladores locales.  
En el mercado internacional la cosa es más complicada, pero de ello conversaremos en un próximo artículo.

viernes, 26 de enero de 2018

REGALOS QUE NO SON DE NAVIDAD


(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 24 de enero del 2018)


Hay dos cosas que en Venezuela se regalan durante todo el año, sea o no Navidad. Una es la gasolina. Aun cuando haya una aparente venta, en realidad se trata de un regalo, pues lo que se entrega como contrapartida por haber recibido un tanque lleno de gasolina es una cantidad de unidades monetarias que no sirve absolutamente para nada. Con 500 bolívares no se puede comprar ni un caramelo. Nada de nada. Así que, en la práctica, se trata de un regalo se que se le entrega a todos los poseedores de carros, motos, camiones o autobuses, es decir, más o menos a la mitad de la población.
La otra cosa que se regala generosamente en este país son los dólares. Entregar dólares a 10 bolívares a ciertas personas naturales o jurídicas es hacerles un regalo sabroso y generoso. Con diez bolívares no se compra nada de nada, excepto un dólar. Pero ese regalo, a diferencia de la gasolina regalada, no es para todo los que se interesen en recibir ese regalo. Es solo para unos pocos elegidos y bienaventurados.
La gasolina se regala porque se supone que tiene que ser un bien abundante en un país petrolero. Pero ese es un supuesto erróneo. Parte de la gasolina, o de los insumos necesarios para producir gasolina, son importados, y nada de lo importado es nunca tan abundante como para ser regalado. Y Pdvsa está produciendo cada vez menos petróleo y, por lo tanto, los subproductos del petróleo son cada más escasos en el país. Y como producir un litro de gasolina - con algunos insumos nacionales y con otros importados - tiene un costo que no es barato, regalar la gasolina, o venderla casi regalada, tiene un costo para el país que alguien tiene que pagar. No hay gasolina gratis. Seguir con ese regalo es una de las causas, pero no la única, de la ruina en que se encuentra hoy en día no solo la industria petrolera sino el país en su conjunto. Porque como el Banco Central tiene que pasarle grandes cantidades de bolívares a Pdva cada mes, sin recibir dólares a cambio, entonces eso se convierte en un chorro de nueva liquidez que hay que lanzar a la circulación y que acelera la inflación en el conjunto del país. Por esa vía la gasolina barata termina saliendo cara.
Con los dólares regalados a 10 bolívares, la cosa es diferente. Nadie en su sano juicio supone que los dólares son abundantes. Ya hace rato que son sumamente escasos. Y los bienes escasos son caros en todas partes del mundo. Si se regalan o se venden muy baratos, a un precio meramente simbólico, entonces alguien tiene que pagar la cuenta. Al entregar dólares baratos, el Banco Central se abstiene de recoger bolívares, como se hacía tradicionalmente con la venta de esas divisas. Sencillamente los entrega cuasi regalados, o con una contraprestación meramente simbólica. Pero el que realiza importaciones con esos dólares cuasi regalados no regala, a su vez, los bienes importados, sino que los vende tan caros como se pueda. Obtiene una ganancia colosal, a costa de todos los venezolanos que compran finalmente esos bienes importados, que son los que terminan pagando el regalo recibido por unos pocos.
Los regalos de Santa, tan comunes en la época navideña, aun cuando sean caros, terminan siendo más baratos que la gasolina y los dólares que generosamente regala el gobierno.




miércoles, 24 de enero de 2018

¿AMANECIMOS MAS INTEGRADOS?

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CIAL el día 17 de enero de 2017)


El 1 de enero del presente año, mientas el grueso de la población de todos nuestros países se abrazaba y celebraba la llegada de un nuevo año, tenía lugar en el campo de las relaciones económicas internacionales un proceso silencioso y poco noticioso, pero que debe ser objeto de cierta atención. Ese día culminó el proceso de desgravación arancelaria establecido en el Acuerdo de Complementación Económica numero 59 firmado entre los cuatro países del Mercosur -Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay – y tres países de la Comunidad Andina de Naciones- Colombia, Ecuador y Venezuela. A partir de ese momento prácticamente el 100 % de todas las mercancías intercambiables entre los países mencionados pasó a gozar de una liberación arancelaria absoluta. A eso hay que agregar que Bolivia pertenece a la Comunidad Andina y tiene por lo tanto libre comercio con Perú, Colombia y Ecuador, y tiene a su vez tratados particulares con el Mercosur;  y Chile, que no pertenece a ninguno de estos bloques subregionales, tiene tratados de libre comercio firmados y en plena vigencia con el Mercosur, como bloque, y con todos y cada uno de los países de la Comunidad Andina. Así que empezamos el año 2018 con un grado altísimo de libre comercio entre todos los países de la América del Sur.

¿Significa eso que crece aceleradamente el comercio entre todos nuestros países? Desgraciadamente no. ¿Significa esa situación que los socios comerciales fundamentales de cada uno de nuestros países se encuentran en la misma región? No. ¿Significa que la principal opción para comprar las mercancías que necesitamos es ver qué país de la región está produciéndola, para poder importarla desde allí? No, eso no es así.

Para cada uno de nuestros países los socios comerciales fundamentales, para comprar y para vender, se encuentran fuera de la región. A veces es China, o la Unión Europea, o Estados Unidos.

Con la eliminación de los aranceles se cierra prácticamente un ciclo de los procesos de integración en la América del Sur. Con excepción del período en que el Pacto Andino intentó programar el desarrollo industrial de los países que lo componían – lo cual no fue una experiencia exitosa- durante décadas el esfuerzo integracionista ha estado centrado en alta medida en reducir aranceles en forma bilateral o multilateral. En forma rápida en algunos casos, o en forma más lenta en otras, la reducción de aranceles ha sido el epicentro de las negociaciones y preocupaciones conducentes a la integración regional. Esa situación se ha logrado finalmente, pero eso no ha generado un proceso intenso de atracción y de acercamiento comercial entre todos los países de la región. Las razones de esta situación tienen que ver con la calidad y la competitividad de los productos que intentamos vender en el mercado internacional. A la hora de comprar bienes manufacturados, bienes de capital, o bienes de tecnología de punta, los que ofrecen las mejores calidades, los mejores precios y la mejor tecnología, y por lo tanto la mayor competitividad, son los países del mundo desarrollado y China. Los bienes de la misma especie producidos en los países hermanos de la región no tienen el mismo grado de competitividad aun cuando gocen de liberación de aranceles al moverse a través de las fronteras regionales. El diferencial positivo de aranceles, a favor de los productos latinoamericanos, no logra compensar el diferencial negativo de productividades que emanan de los diferentes puntos de origen.