miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL AUMENTO DE PRECIO DE LA GASOLINA

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en ELMUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 25 de Noviembre de 2014.)


El  tantas veces postergado aumento del precio de la gasolina tendrá – si es que llega a concretarse- un impacto inmediato sobre el gasto que tienen que hacer los automovilistas  y los motorizados para poder adquirir el combustible necesario para mover sus máquinas. Todo indica que ese impacto directo – llenar sus estanques- será relativamente modesto, o por lo menos, plenamente asimilable por el grueso de los afectados. 

Pero las  consecuencias no terminan allí. En la fase siguiente aumentarán los costos de producción de todo tipo de mercancías, en la medida en que el precio de la gasolina actúe como referente general del precio de la energía. También aumentarán los  precios del transporte de mercancías y de personas, a lo largo y ancho de todo el país.  Las mercancías tienen que recorrer grandes distancias antes de llegar a la casa de cada consumidor. Aumentará, por lo tanto, el costo por concepto de flete, y eso hará aumentar el precio al consumidor de todas las mercancías que se transan en el país. También aumentará el costo del transporte de personas que van y vienen diariamente desde sus domicilios a su trabajo. Es dable suponer que esos incrementos de precios pesarán más sobre el bolsillo de los consumidores que los costos directos de llenar sus propios estanques, que mencionamos en el párrafo anterior.

Si los trabajadores de todo el país se quedan tranquilos frente a toda esta situación, - es decir,  no exigen aumentos de salarios que compensen el mayor costo de los bienes y el menor poder de compra de sus  ingresos - entonces la cadena de incrementos de costos no sufre nuevos embates por concepto de alzas de salarios. Pero si el incremento en el precio de la gasolina, de los transportes, de los fletes, de los alimentos  y de todas las mercancías transables lleva a los trabajadores a exigir aumentos salariales, entonces no solo la cadena inflacionaria crece y se extiende, sino que se extienden también las luchas por mejores salarios y por detener los incrementos de precios. El incremento del precio de la gasolina tiene, por lo tanto, no solo un impacto inflacionario, sino que también un impacto político y social –que es lo que siempre se ha temido en relación a esa medida - pues los sectores de la población que tengan fuerza como para ello tratarán de lograr medidas compensatorias que les permitan no sufrir en tan alta medida la pérdida de poder adquisitivo.

Por otro lado, el incremento en el precio de la gasolina implicaría que PdVSA recibe más ingresos en bolívares. En dólares, en primera instancia, sus ingresos no tienen por qué  aumentar,  a menos que ante el mayor precio, los consumidores venezolanos terminen por consumir menos gasolina y quede, por lo tanto, un mayor excedente para exportar. Si los consumidores terminan por acostumbrarse al mayor precio y siguen consumiendo lo mismo, entonces el efecto será nulo por el lado de la obtención de mayores ventas en el mercado internacional.

Pero si PdVSA obtiene más bolívares de sus ventas  de gasolina en el mercado interno, entonces tendrá que vender menos dólares al BCV para efectos de solventar sus gastos en moneda nacional. También podríamos decir que el BCV se verá en la necesidad de entregar menos bolívares en calidad de préstamos a PdVSA para efectos de solventar sus gastos operativos en el mercado interno. Aun cuando parezca entraño a los ojos del común de los mortales, eso se traduce en una medida que empuja en contra del crecimiento de los precios internos, pues el BCV estaría lanzando menos bolívares a la circulación por la vía de los créditos o del financiamiento a PdVSA.

También se podría decir que al quedarse con mas dólares en sus manos PDVSA puede aumentar sus inversiones, pagar las deudas acumuladas con contratistas, pagar sus deudas internas y externas, y hasta generar más ingresos al gobierno por concepto de impuestos sobre la renta. También podría suceder – nunca se sabe-  que con todo esto se incrementen los fondos disponibles en dólares como para seguir vendiendo petróleo barato o en  cómodas condiciones de pagos a diferentes países de la región. En última instancia, lo importante no es tanto la discusión sobre la medida puntual del incremento del precio de la gasolina, sino la discusión sobre las grandes orientaciones estratégicas de la política económica y de la política petrolera del país.

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miércoles, 19 de noviembre de 2014

COMERCIO REGIONAL CON MONEDAS LOCALES

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 19 de Noviembre 2014.)


Mucho se ha hablado en los círculos políticos y económicos latinoamericanos sobre la posibilidad de que el comercio entre los países de la región se haga en monedas locales y no en dólares. En realidad esa no es una iniciativa nueva ni utópica. Pero tampoco es una iniciativa que genere grandes olas de entusiasmo en aquellos países donde eventualmente se pudiese aplicar.

Supongamos la existencia de  dos países -  llamémosles  país A y país B – los cuales llevan adelante entre ellos un comercio bilateral más o menos equilibrado, es decir, que las exportaciones e importaciones de  cada uno, en el comercio con el otro, son más o menos iguales, y supongamos, además, que cada uno de estos países tiene un sistema cambiario estable y de libre acceso. En esas condiciones sucederán dos cosas de mucha importancia: si el país A recibe la moneda local de país B,  en pago con sus exportaciones, rápidamente gastará ese dinero en importaciones desde aquel país, y por lo tanto, ningún país terminará acumulando la moneda local del otro. El comercio bilateral puede, en esas condiciones, realizarse sin la necesidad de dólares, entre otras cosas, porque cada una de las monedas locales de A y B es tan buena y tan segura como el propio dólar. Pero además, si llegase algún agente económico a acumular cierta cantidad de  la moneda local de país vecino, y la desease convertir en dólares, lo puede hacer sin problema alguno, pues el mercado cambiario, tal como ya hemos dicho, es estable y de libre acceso.

El problema se complica cuando el comercio entre ambos países no está equilibrado, cuando uno tiene una tasa de inflación sustantivamente más elevada que el otro, o cuando el mercado cambiario en uno de los países no es estable ni de libre acceso.

Si el comercio entre A y B no está equilibrado - es decir, si las exportaciones e importaciones recíprocas no son similares - sino que, por ejemplo, A le vende a  B por valor de 100, pero le compra a B solo por valor de 60, y si  el comercio se hace en monedas locales, entonces el país A acumulará moneda local del país B, a razón de 40 por período. El país A probablemente no tiene mucho interés en acumular la moneda local de B - que solo sirve para hacer compras en B. Pasado un cierto umbral, A querrá que B le entregue dólares a cambio de las unidades  monetarias de B que se le han acumulado. Aquí tiene entonces que hacer su aparición  el dólar, como moneda internacional que permita cerrar el ciclo de intercambios  que se realizó inicialmente en monedas locales. Si B no tiene suficientes dólares como para responder por ese déficit que se le ha acumulado, todo este esquema se viene abajo.

Si la inflación es muy alta en el país B, recibir moneda de ese país se convierte en un riesgo, pues la cantidad de mercancías que se  puede comprar con ella se reduce día a día. También se reduce la cantidad de moneda del propio país A que se puede adquirir con la moneda de B. Por lo tanto, el poseedor transitorio de la moneda de B se ve inclinado a  deshacerse de ella cuanto antes, so riesgo de una perdida cambiaria de cierta importancia. En otras palabras, el tener  moneda del otro país tiene un  costo, que nadie quiere pagar. La tasa de cambio arrastra una tasa de riesgo inflación o riesgo devaluación, que encarece los costos de transacción. En esas circunstancias este tipo de comercio en monedas locales solo llega a tener vigencia en espacios pequeños, tal como zonas fronterizas, donde es fácil deshacerse rápidamente de la moneda de uno o de otro país.

A nivel de la Asociación Latinoamericana de Integración, ALADI, se ha implementado durante muchos años un mecanismo -regido por el Convenio de Pagos Recíprocos - consistente en que el banco central del país A paga a sus exportadores el monto correspondiente a las  ventas realizadas al país B, quedando el banco central del país B endeudado con el banco central del país A. Lo mismo sucede con las exportaciones realizadas por el país B al país A.  Al cabo de cierto período de tiempo – cada tres meses o algo así- se hace el balance entre ambos bancos centrales. Si las exportaciones son más  o menos iguales a las importaciones, el saldo deudor neto entre ambos países es cercano a cero. Si hay una deuda pequeña a favor de uno de los países, éste debe hacer el pago correspondiente en dólares. Nuevamente el dólar interviene al final del proceso de intercambio, y no en cada una de sus fases. Pero si el país A exporta al país B una cantidad sistemáticamente superior a las compras que allí realiza, se acumula un saldo deudor que el banco central de B pasa a adeudarle al  banco central del país A.  En esas circunstancias es probable que el  banco central de A no quiera darle sistemáticamente crédito al  país B, pues la función de los bancos centrales no es estar financiando operaciones de comercio exterior. Así vistas las cosas, el sistema tiene corta vida.

La pregunta que queda pendiente es la siguiente ¿A cuál esquema de los analizados se parece el comercio exterior de Venezuela con cada uno de sus socios comerciales de América Latina?

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martes, 11 de noviembre de 2014

BRASIL Y SUS CAMBIOS

Artículo de Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 11 de Noviembre de 2014.

BRASIL Y SUS CAMBIOS

En 2009 - en la segunda mitad del segundo período presidencial de Lula da Silva -  Brasil exportó bienes por un valor total de 152 mil millones de dólares. Al año siguiente, en el 2010,  ese valor había aumentado a 201 millones de dólares. Casi 50 mil millones de dólares adicionales. Esa es una cantidad fabulosa, que cambia necesariamente la situación económica de cualquier país en desarrollo. Pero más extraordinario aun fue el hecho de que en el breve período de otros 12 meses,  en el transcurso del año 2011 – que fue el primer año de la presidencia de Dilma Roussef-  el valor total de los bienes exportados alcanzó a los 256 mil millones de dólares. Es decir, nuevamente, 50 mil millones de dólares por sobre la cantidad del año anterior. 

A lo ya mencionado hay que agregar que Brasil ha sido, durante la presente década, uno de los más importantes receptores de inversión extranjera directa a nivel mundial. En 2009 los montos de IED recibidos por Brasil alcanzaron a casi a 26 mil millones de dólares. Un año después ese indicador se había elevado a  48 mil millones de dólares. Y en el primer año del período presidencial de Dilma Roussef, la inversión extranjera directa alcanzo a los 66 mil millones de dólares.

Con esas cantidades de divisas - provenientes de las exportaciones y de la recepción de capital extranjero - era enteramente posible llevar adelante una política social que impactara en forma significativa en los niveles de pobreza y de extrema pobreza. Además, no era difícil compatibilizar esa política social con una política de inversiones productivas y en infraestructura.  

Pero como bien sabe Venezuela, los momentos en que los vientos soplan favorablemente para un país no duran eternamente. Las exportaciones brasileñas, encabezadas por las ventas internacionales de soya, bajaron levemente en el año 2012 y volvieron a  bajar, en un monto modesto, en el año 2013, alcanzando en este último año la cifra de 242 mil millones de dólares. No se trata de una caída violenta, pero es un claro indicio de que no se puede seguir creciendo en la misma forma en que se venía creciendo en los años anteriores. Es altamente posible que en el 2015 los precios internacionales de la soya bajen en forma significativa, con grave impacto sobre las cuentas externas de Brasil.

La inversión extranjera - la otra pata con que este país ha caminado en estos últimos años- también se bate en retirada, no por nada que Brasil haya hecho o dejado de hacer, sino por las condiciones generales del sistema financiero internacional, que ya no canaliza tantos recursos hacia los países en desarrollo.

No hay indicios de que los ingresos recibidos por Brasil en los años de vacas gordas se hayan gastado en forma alegre e irresponsable. No se puede caer tampoco en la concepción tan usual en las prédicas de la derecha en términos de que toda política social es una irresponsabilidad productiva, o lo que es bien parecido, que la única política social buena es el crecimiento de la producción y del mercado. Pero lo que sí es cierto, es que hay que redefinir los elementos centrales de una estrategia de desarrollo del país – que no puede descansar eternamente en la soya y en el mercado chino - , que hay que detener la corrupción – que se come, cuando se expande y se desarrolla, no solo a las instituciones directamente afectadas, sino al alma misma del país - , que hay que buscar nuevos mercados externos para las mercancías factibles de producir por Brasil – y no depender por lo tanto en tan alta medida de las autorizaciones del Mercosur - y que hay que frenar o reducir el déficit fiscal, pues el peligro de la inflación acecha a la economía brasileña y amenaza con llevarse por delante las posibilidades de recuperación económica. No son pocos, por lo tanto, los desafíos que tiene por delante la Presidente Roussef.


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miércoles, 5 de noviembre de 2014

LAS ZONAS FRANCAS

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 5 de Noviembre de 2014.)

Las zonas francas son un mecanismo utilizado en muchos países del planeta para efectos de agilizar operaciones de comercio exterior. A modo de ejemplo, cabe mencionar que Colombia tiene 103 zonas francas establecidas en su territorio, República Dominicana tiene 53 y Nicaragua tiene 49. En su esencia, el mecanismo consiste en que a  un grupo de empresas - generalmente localizadas en un mismo espacio territorial - se les concede la posibilidad de importar directamente bienes y servicios sin pagar los aranceles y demás derechos de importación que se pagan normalmente cuando las mercancías entran al resto del territorio nacional. Esas mercancías son manipuladas o transformadas  en el seno de la zona franca, incorporando para ello mano de obra nacional y una fracción variable de insumos y materias primas nacionales. Como resultado de todo ello, se generan bienes y servicios que son exportados al resto del mundo. Tanto las ganancias que este tipo de operación genera para las empresas, como los salarios de los trabajadores involucrados, se traducen en tributos para el gobierno central, municipal o estadal, según corresponda. Si las mercancías o servicios generados al interior de la zona franca se canalizan hacia el mercado interno, entonces las materias primas y demás insumos que se importaron para su producción deben pagar los aranceles y demás impuestos de importación, tal como si hubieran ingresado por cualquier otro punto fronterizo del país.

Así concebidas las zonas francas, estas tienen la bondad de permitir a los empresarios nacionales o extranjeros que se establezcan en ellas una gran agilidad en lo que respecta a las operaciones de importación y exportación, al mismo tiempo que generan trabajo y utilización de materias primas  e insumos nacionales y contribuyen con sus impuestos a alimentar los gastos de los gobiernos central, municipal o estadal.

Si los aranceles fueran inexistentes para una gran cantidad de las importaciones usuales de un país – pues se ha negociado la reducción recíproca de aranceles con la mayoría de los países proveedores, mediante los tratados de libre comercio – o si la devolución  de los aranceles pagados por los insumos presentes en las mercancías importadas, es decir, el draw back, fuese rápida e expedita, e igualmente si las devoluciones de los impuestos internos tipo IVA para las exportaciones de las mercancías realizadas con bienes nacionales o importadas fuese un trámite seguro, basado en normas permanentes y transparentes, entonces las zonas francas tendrían poco sentido práctico.

Igualmente, si la mano de obra es cara, dentro o fuera de la zona franca - o si es artificialmente encarecida por tributos y disposiciones que no van en beneficio del trabajador – entonces las exportaciones de los productos  generados dentro o fuera de la zona franca perderán competitividad internacional, aun cuando los insumos y materias primas utilizadas no hayan pagado arancel, con todo lo cual la zona franca perdería también toda su razón de existir.  

Si  un ente estatal asume la responsabilidad de llevar adelante todas las importaciones de equipos, materias primas e insumos que necesiten las empresas ubicadas dentro de la zona franca, entonces se introduciría un factor de burocracia, e incluso posiblemente de  corrupción, que retardaría los procesos comerciales y financieros y que haría que la actividad propiamente productiva que se lleva adelante dentro de la zona franca perdiera oportunidades y competitividades internacionales.

Si los dólares que se obtienen  por concepto de la exportación de los bienes producidos en la zona franca son obligatoria e íntegramente cambiados por bolívares ante las instancias oficiales, entonces la importación de las materias primas e insumos requerirá de peticiones, solicitudes y aprobaciones de divisas ante las instancias oficiales, lo cual nuevamente hará perder tiempo y oportunidades comerciales a las empresas allí establecidas, y las colocará a depender de las decisiones potestativas de las instancias y de los funcionarios estatales. Nuevamente la zona franca pierde su oportunidad de ser un foco dentro del país de alta agilidad comercial y productiva, y de ágil vinculación con los circuitos del comercio internacional contemporáneo.

Si se quieren incentivar las exportaciones no tradicionales, y disminuir la alta dependencia del petróleo, hay que aprender de los aciertos y de los errores cometidos por el resto de la comunidad internacional, y no pretender reinventar el hilo negro.

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