sábado, 29 de agosto de 2015

SE ARREGLAN LAS CUENTAS CON URUGUAY

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 28 de Agosto de 2015.)


Venezuela le debe- o le debía -  53 millones de dólares a Uruguay por concepto de importaciones que estaban pendientes de pago.  Uruguay, a su  vez, le debía- o le debe- a Venezuela un monto cercano a los 262 millones de dólares por concepto de compras impagas de petróleo.  Venezuela tiene grandes dificultades en su producción agropecuaria y debe importar volúmenes importantes de alimentos para abastece su mercados internos.  Solución: Uruguay le venderá  a Venezuela 235 mil toneladas de alimentos  - 90 mil toneladas de arroz, 44 mil toneladas de leche en polvo, 9 mil toneladas de pollos, 12 mil toneladas de quesos, y 80 mil toneladas de soya - lo cual tiene un valor de 300 millones de dólares, con lo cual Uruguay y Venezuela terminan por pagarse mutuamente las deudas que arrastraban. Todo este arreglo, ratificado por los Presidentes  Maduro y Tabaré Vazquez, cuando ambos se vieron en la reciente cita del Mercosur, tiene aspectos dignos de analizarse.

En el fondo se trata de un trueque de petróleo por alimentos, mecanismo que no es primera vez que se utiliza por parte del gobierno venezolano. Se ha utilizado con anterioridad con países de Centroamérica y del Caribe, que le han pagado la factura petrolera a Venezuela por medio de caraotas u otros productos que escasean en el país.

El trueque tuvo alta importancia en los albores de la sociedad comercial, antes del desarrollo de las diferentes formas de dinero. Con el advenimiento del dinero - desde sus primeras formas de dinero mercancía hasta las formas más modernas de dinero papel o del dinero meramente electrónico - el trueque ha ido perdiendo espacio en el comercio nacional e internacional, y su presencia hoy en días es prácticamente insignificante. El trueque tiene sin embargo la ventaja de que evita el uso del dólar – que es el dinero mas universalmente utilizado hoy en día en las transacciones internacionales- y que es precisamente lo que está más escaso en la economía venezolano. Como se carece de dólares en las arcas del Banco Central, entonces de recurre a cambiar algún otro activo físico o financiero – el petróleo en este caso o las deudas por ventas petroleras – por activos físicos que el país necesita como son los alimentos.  Con esto gana Uruguay, que termina vendiendo una cantidad importante de su producción agropecuaria y termina saldando su deuda petrolera y ganan también los consumidores venezolanos que tendrán algo de arroz, pollo, leche y queso en sus mesas. Quien pierde es Pdvsa, que primero vendió petróleo, después se quedó con papeles o títulos de duda que no podía cobrar, y que finalmente se quedó sin papeles, sin  petróleo y sin dólares.  La liquidez y las finanzas de Pdvsa - ya bastante maltrechas  por la mala costumbre del gobierno de poner a la empresa petrolera a pagar todo tipo de activos y de misiones dentro y fuera del país - sufre un nuevo golpe con esta transacción con Uruguay.

A partir de esta transacción no tiene sentido entrar en una discusión bizantina sobre si el trueque es bueno o malo para el comercio internacional. Creo que si el 99,99% del comercio internacional se hace con dinero y no por la vía del trueque no es por falta de oportunidades, sino porque ha quedado suficientemente claro en los últimos 5 mil años de desarrollo de la humanidad, que la economía monetaria potencia la división del trabajo, la productividad  y los intercambios. Con el trueque sería inconcebible el desarrollo impresionante que ha alcanzado el comercio internacional en la actualidad.

Lo que sí cabe discutirse es porque el país que tiene las más altas reservas internacionales de petróleo del mundo y es un gran exportador de hidrocarburos, se quedó sin plata, y porque, además, es incapaz de potenciar la producción agropecuaria en su propio territorio, para alimentar a su población. Esa es la discusión de fondo.
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miércoles, 26 de agosto de 2015

LA ECONOMÍA LE TIENE HORROR AL VACIO

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 26 de Agosto de 2015)


Al igual como sucede en el campo de la física - donde el vacio es rápidamente llenado por la materia circundante- así también en la economía las mercancías que un país se niega a venderle a otro, son rápidamente compradas a un tercero. Dicho en otras palabras, en un  mundo sumamente competitivo e interconectado como el actual, si alguien se sale de la competencia lo único que genera es una inmensa alegría del resto de los competidores, pero la carrera sigue su marcha normal.  Estas reflexiones tienen mucho que ver con la situación que caracteriza al comercio entre  Colombia y Venezuela.
La relación comercial de Venezuela con  Colombia ha sufrido alzas y bajas - que tienen mucho que ver con el estado de las relaciones políticas bilaterales- pero la tendencia de mediano o de largo plazo muestra un claro deterioro de las ventas venezolanas.  En los últimos doces años las exportaciones venezolanas a Colombia han pasado de 788 millones de dólares en el año 2002, a 437 millones de dólares en el año 2014.  Su mejor momento fue en el año 2006, cuando Venezuela exportó hacia Colombia por un  monto de 1.496 millones de dólares.  Uno puede entender que la caída de los ingresos petroleros lleve a Venezuela a reducir sus compras desde Colombia y desde muchos otros países del mundo, pero precisamente por lo mismo, se debería tratar de mantener  o de  incrementar tanto como se puedan las exportaciones, sobre todo hacia los países vecinos. Pero la cruda realidad es que las exportaciones han bajado. Se ha perdido gran parte del mercado colombiano para las mercancías venezolanas. 
Obviamente, Colombia no podía quedarse a esperan a que Venezuela decidiese reanudar el esfuerzo comercial bilateral. Hizo lo que haría cualquier  país medianamente sensato en el mundo actual: buscó otros países vendedores que pudieran proporcionarle las mercancías que necesitaba.  Y Venezuela fue por lo tanto quedando rezagada como socio proveedor de Colombia, mientras otros países de la región hacían gozosamente lo que Venezuela se negaba a hacer. Así entonces Brasil, que está mucho más lejos geográficamente de Colombia que Venezuela, pasó de exportar a Colombia 643 millones de dólares en 2002, a vender en dicho país 2.461 millones de dólares en el 2014.  La pequeña Bolivia, que en el 2002 le vendía a Colombia 139 millones de dólares, en el año recién pasado le vendió 551 millones de dólares, más que Venezuela. México, pasó de 678 millones de dólares en el 2002, a 5.265 millones de dólares en el 2014. Ecuador - país del Alba, solidario hasta donde se pueda con Venezuela - pasó de venderle a Colombia  367 millones de dólares en el año 2002, a 918 millones de dólares en el año 2014. Es difícil encontrar en la región algún país que haya desaprovechado la oportunidad de venderle a Colombia tanto como hayan podido, en etapas, por lo demás,  de crecimiento económico de dicho país. Excepto Venezuela.  
En el año 2002, Venezuela era el segundo país proveedor de Colombia - después de Estados Unidos - superando a cualquier país europeo y a cualquier otro país latinoamericano. El  6.2 % de las compras colombianas  provenían de Venezuela. En el año 2010, exportando Venezuela a Colombia solo un monto de 304 millones de dólares, quedó relegada al lugar 24 en el ranking de los proveedores internacionales de Colombia, y esa ventas significaron escasamente el 0.75 % de las compras internacionales de dicho país.  En el año recién pasado – con ventas venezolanas a Colombia de 437 millones de dólares - Venezuela fue el proveedor número 23 de dicho país, y le vendió el 0.69 % de sus importaciones, por debajo de países como Bolivia, México, Trinidad Tobago o Vietnam.
Es difícil encontrar en el mundo actual otro caso tan patético y profundo de pérdida de un mercado externo por parte de un país que necesitaba desesperadamente aumentar sus exportaciones. Más aun, se trataba precisamente de las exportaciones más deseadas en Venezuela, como son las  exportaciones no petroleras.
Perder un mercado externo es mucho más fácil que recuperarlo, sobre todo en países donde las decisiones de comprar o vender en el ámbito internacional son tomadas en alta medida por empresas privadas.  La relación entre compradores y vendedores tienden a perdurar, pues se basan no solo en los precios, sino que también en relaciones de confianza y de conocimiento mutuo - entre empresas y entre empresarios - que son activos que se construyen lentamente y que no se cambian de la noche a la mañana. Por lo tanto, no es dable pensar que se recuperará el mercado colombiano, por parte de Venezuela, como consecuencia de unas pocas decisiones en materia cambiaria y/o por obra y gracia de una política y una diplomacia más  amigable.  Sin dudar de que la recuperación de ese mercado-  y de otros - es enteramente posible por parte de Venezuela, es igualmente cierto de que eso requiere esfuerzos por parte de empresarios y de gobierno, que sean sostenidos en el tiempo y que sean concertados, de modo de construir realmente una política de carácter estratégico y de naturaleza realmente nacional.  Además, no hay que olvidar que el mundo actual es competitivo, lo cual implica que los países de la región que se han convertido en socios comerciales importantes de Colombia – y que no son tontos- harán todo lo que esté a su alcance para conservas las posiciones ya ganadas. En síntesis, los errores o las omisiones en el campo del comercio internacional contemporáneo, tarde o temprano se terminan pagando por parte de los países que creen, en sus momentos de gloria o de delirio, que están tocados por la mano de Dios. 
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domingo, 23 de agosto de 2015

LA DEVALUACIIN DEL YUAN

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición  digital de TAL CUAL el día 20 de Agosto de 2015).


En lo que va corrido de este año todas las economías latinoamericanas se han visto obligadas a implementar devaluaciones de sus monedas nacionales. Eso ha sucedido en México, en Chile, en Colombia, en Brasil, y en la mayoría de los países de la región, incluida Venezuela. Ello sucede como consecuencia de que los flujos de dólares desde la economía norteamericana hacia el resto del mundo han disminuido, e incluso se han revertido, pues la economía norteamericana ha recuperado sus ritmos de crecimiento, y la tasa de interés interna amenaza con subir, lo cual hace que los capitales no busquen en la misma medida que antes oportunidades de inversión en las economías emergentes, sino que se retiren  desde ellas a la economía central.

 Los dólares que fluyen hacia los países latinoamericanos se ven también disminuidos por la caída de los precios de los commodities que nuestros países exportan, lo cual a su vez tiene su causa en que muchos de ellos dejan de utilizarse internacionalmente con fines especulativos, como depósitos de valor, y por la supuesta relentización de la economía china, que en la última década ha funcionado como la gran demandante de esos productos. La menor oferta de dólares conduce a incrementar el precio de esa divisa expresada en las correspondientes monedas nacionales.

Al devaluar sus monedas los países latinoamericanos buscan exportar más, pues sus bienes exportables disminuyen su valor en términos de dólares, y en alguna medida también importar menos, en la medida en las compras internacionales se haden más caras para el consumidor interno. 

Algo parecido estaba sucediendo con la moneda china. Sus exportaciones estaban bajo la amenaza de disminuir, lo cual obliga a las autoridades chinas a aumentar su competitividad internacional por la vía de la devaluación del yuan con respecto al dólar. El Banco Central de China implementó en los primeros días de Agosto tres devaluaciones sucesivas de su moneda nacional, con lo cual ésta ha acumulado una caída de 4.6 % con respecto al dólar. Ello le permitirá a China conservar o incrementar sus exportaciones y conservar en esa medida su presencia comercial en el mercado internacional contemporáneo. Seguir atada a una tasa de cambio fija con relación al dólar le significaría a la moneda y a la economía china perder competitividad internacional y disminuir en esa medida uno de los elementos que ha sido el motor de su crecimiento a lo largo de más de una década.

La moneda norteamericana puede que continúe en proceso de revaluación  con respecto a  las monedas latinoamericanas, con respecto al euro, y con respecto a las monedas de otros rincones del planeta. Pero la devaluación china coloca al yuan nuevamente en una situación de paridad con respecto a las monedas distintas al dólar, con las correspondientes consecuencias comerciales.

Para los países latinoamericanos la devaluación del yuan significará que las mercancías chinas seguirán activamente presentes en sus mercados, compitiendo con los bienes procedentes de las economías de los países desarrollados y compitiendo también con la producción interna dentro de los propios países en desarrollo. Si uno quiere ver el lado positivo de esta situación, puede decirse que seguirá presente una oferta competitiva, eventualmente más barata, de los bienes que los países en desarrollo necesitan importar para su consumo o su inversión. Al mismo tiempo, si las exportaciones chinas mantienen su crecimiento y su expansión internacional, crecen también las materias primas que ese país necesita para alimentar a su población y/o para alimentar a su aparato productivo, con lo cual puede detenerse la caída en los precios de las materias primas exportables por parte de nuestra América.

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miércoles, 19 de agosto de 2015

PANAMÁ, MUCHO MÁS QUE UN CANAL

(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 19 de Agosto de 2015.)


Los latinoamericanos –a pesar de lo mucho que podamos hablar de integración y de hermandad - en realidad sabemos poco de lo que sucede en los países de la región, más  allá del país donde vivimos. Con respecto a Panamá, hay una buena parte de la opinión pública latinoamericana que solo sabe que se trata de  un país cortado por un canal que comunica a los océanos Atlántico y Pacífico.  Eso es cierto. Pero es bueno recordar que ese canal estuvo durante gruesa parte del siglo XX bajo control  de Estados Unidos, el cual no solo administraba el canal propiamente tal, sino que tenía prácticamente soberanía sobre 5 millas a cada lado de la vía acuática. Allí llegó  Estados Unidos a tener 14 bases militares de triste recuerdo. Si esa situación pudo finalmente eliminarse no fue gracias a que los norteamericanos hayan sido derrotados en una guerra de expulsión, o de liberación, o por obra y gracia de  una insurrección popular imposible de resistir, que haya obligado a los norteamericanos a salir arrancando de ese territorio. Si esa situación cambió,  y si los panameños llegaron a ser íntegramente dueños soberanos de su territorio, fue gracias a la larga resistencia cívica del pueblo panameño y a los acuerdos Torrijos Carter, mediante los cuales se  pactó, en 1977,  la entrega del canal para 1999. Se trató, en pocas palabras, de un triunfo de la política y de la diplomacia, y en alguna medida de la sabiduría y de la prudencia, por parte de todas las partes involucradas. Así vistas las cosas, se trata, indudablemente, de un excelente ejemplo para toda la América Latina, donde la buena diplomacia tiende a ser sustituida muchas veces por la retorica y el discurso encendido.

Una segunda cuestión que es interesante de ser tenida en cuenta en el caso panameño es que el canal, en manos panameñas, ha funcionado excelentemente bien. Siendo una obra monumental de la ingeniería del siglo XX - que requiere de mucho dominio técnico para su funcionamiento y su administración - el canal es una vía acuática que sigue eficientemente a disposición del comercio y del tráfico marítimo internacional. Son 35 o 40 barcos los que cruzan diariamente el canal, en un sentido o en otro, con entera seguridad. Todo parece indicar que la administración del canal no se ha convertido en un trofeo para los gobernantes de turno, ni en una caja chica, ni en una fuente de colocación laboral para amigos y militantes.  Las palabras eficiencia, tecnocracia y meritocracia que se han convertido casi en malas palabras en ambientes políticos como el venezolano, siguen teniendo  plena vigencia en al contexto panameño, por lo menos en lo que dice relación con el canal.

Cuando estaba en manos norteamericanas el canal no tenía, formalmente, fines de lucro. Se supone que si algo se cobraba por atravesarlo, era solo para cubrir los costos de funcionamiento, pero no se generaban utilidades que se repartieran a sus dueños. Estados Unidos se sentía suficientemente recompensado por el hecho de tener a disposición una vía que le permitiera unir sus costas atlánticas con las pacíficas, lo cual reducía costos y tiempos en el seno de su propia economía. Eso cambió con la administración panameña. Ahora se define claramente al canal como un mecanismo que tiene, entre otras funciones,  la de proporcionar un ingreso por concepto de peaje a la economía de Panamá. Hoy en día el canal aporta aproximadamente 900 millones de dólares anuales al fisco panameño, además de lo que paga en salarios y en la adquisición de bienes y servicios locales. Se trata, por lo tanto, claramente, de lo que los economistas definirían como una economía rentista.

El rentismo panameño ha permitido la creación de obras de infraestructura – autopistas, metro en Ciudad de Panamá, remodelación del casco antiguo, parques, aeropuertos, etc. - – y el apoyo a un sector financiero y de servicios altamente integrado a  la economía internacional.  Lo interesante del rentismo panameño es que no parece canalizarse hacia la producción de cualquier tipo de mercancías, ni hacia una elevación generosa de los niveles de ingreso y de consumo de la población, sino hacia potenciar a Panamá como una economía abierta y de servicios. Parece confirmarse en el análisis de Panamá que el rentismo no es intrínsecamente malo- como pretenden postular algunos analistas venezolanos que no hayan ya a quien echarle la culpa de su males – sino que es enteramente posible disponer con sensatez de una renta económica que no se agote en sí misma, sino que abra nuevas fuentes de riqueza al país que la posee.  Con la culminación de las obras de ampliación del canal – lo cual debe suceder a fines de este año o principios del próximo - la renta panameña aumentará, pues permitirá el paso de más barcos y de mayor tonelaje.

Otra característica importante de la economía panameña es que se integra a le economía internacional por la vía fundamentalmente de la venta de servicios: los servicios del canal, los servicios portuarios que proporcionan  los puertos de Colon y de Balboa – los dos más grandes de América Latina-,  los servicios financieros, los servicios ligados a la interconexión aérea de todo el continente, los servicios comerciales relacionados con la zona libre de Colon. No se visualiza como un pecado ni como una deuda histórica el no tener un sector industrial suficientemente poderoso. Y lo interesante es que el sector moderno y de servicios genera un crecimiento que dinamiza al conjunto de la economía y que absorbe lentamente a los bolsones de pobreza y de falta de  modernidad que todavía subsisten en la sociedad y en la economía panameña.

Una última cuestión: quien recorre Panamá no encuentra un solo afiche, ni pancarta, ni aviso en la prensa - en ningún punto del país- donde se muestre el nombre o la cara del Presidente de la República y donde se alabe su accionar. Y en todas las gasolineras, restaurantes y hoteles - de cualquier categoría - se encuentran baños limpios y bien provistos de papel toilette. Son algunas pequeñas grandes cosas, que se suman a las anteriormente mencionadas, que colocan a Panamá en la senda de los países civilizados. Cochina envidia debería darnos.
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