(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 19 de
Noviembre 2014.)
Mucho se ha
hablado en los círculos políticos y económicos latinoamericanos sobre la
posibilidad de que el comercio entre los países de la región se haga en monedas
locales y no en dólares. En realidad esa no es una iniciativa nueva ni utópica.
Pero tampoco es una iniciativa que genere grandes olas de entusiasmo en
aquellos países donde eventualmente se pudiese aplicar.
Supongamos
la existencia de dos países - llamémosles
país A y país B – los cuales llevan adelante entre ellos un comercio
bilateral más o menos equilibrado, es decir, que las exportaciones e
importaciones de cada uno, en el
comercio con el otro, son más o menos iguales, y supongamos, además, que cada
uno de estos países tiene un sistema cambiario estable y de libre acceso. En
esas condiciones sucederán dos cosas de mucha importancia: si el país A recibe
la moneda local de país B, en pago con
sus exportaciones, rápidamente gastará ese dinero en importaciones desde aquel
país, y por lo tanto, ningún país terminará acumulando la moneda local del
otro. El comercio bilateral puede, en esas condiciones, realizarse sin la
necesidad de dólares, entre otras cosas, porque cada una de las monedas locales
de A y B es tan buena y tan segura como el propio dólar. Pero además, si
llegase algún agente económico a acumular cierta cantidad de la moneda local de país vecino, y la desease
convertir en dólares, lo puede hacer sin problema alguno, pues el mercado cambiario,
tal como ya hemos dicho, es estable y de libre acceso.
El problema
se complica cuando el comercio entre ambos países no está equilibrado, cuando
uno tiene una tasa de inflación sustantivamente más elevada que el otro, o
cuando el mercado cambiario en uno de los países no es estable ni de libre
acceso.
Si el comercio
entre A y B no está equilibrado - es decir, si las exportaciones e
importaciones recíprocas no son similares - sino que, por ejemplo, A le vende
a B por valor de 100, pero le compra a B
solo por valor de 60, y si el comercio
se hace en monedas locales, entonces el país A acumulará moneda local del país
B, a razón de 40 por período. El país A probablemente no tiene mucho interés en
acumular la moneda local de B - que solo sirve para hacer compras en B. Pasado
un cierto umbral, A querrá que B le entregue dólares a cambio de las
unidades monetarias de B que se le han
acumulado. Aquí tiene entonces que hacer su aparición el dólar, como moneda internacional que
permita cerrar el ciclo de intercambios
que se realizó inicialmente en monedas locales. Si B no tiene
suficientes dólares como para responder por ese déficit que se le ha acumulado,
todo este esquema se viene abajo.
Si la
inflación es muy alta en el país B, recibir moneda de ese país se convierte en
un riesgo, pues la cantidad de mercancías que se puede comprar con ella se reduce día a día.
También se reduce la cantidad de moneda del propio país A que se puede adquirir
con la moneda de B. Por lo tanto, el poseedor transitorio de la moneda de B se
ve inclinado a deshacerse de ella cuanto
antes, so riesgo de una perdida cambiaria de cierta importancia. En otras
palabras, el tener moneda del otro país
tiene un costo, que nadie quiere pagar. La
tasa de cambio arrastra una tasa de riesgo inflación o riesgo devaluación, que
encarece los costos de transacción. En esas circunstancias este tipo de
comercio en monedas locales solo llega a tener vigencia en espacios pequeños, tal
como zonas fronterizas, donde es fácil deshacerse rápidamente de la moneda de
uno o de otro país.
A nivel de
la Asociación Latinoamericana de Integración, ALADI, se ha implementado durante
muchos años un mecanismo -regido por el Convenio de Pagos Recíprocos - consistente
en que el banco central del país A paga a sus exportadores el monto correspondiente
a las ventas realizadas al país B,
quedando el banco central del país B endeudado con el banco central del país A.
Lo mismo sucede con las exportaciones realizadas por el país B al país A. Al cabo de cierto período de tiempo – cada tres
meses o algo así- se hace el balance entre ambos bancos centrales. Si las
exportaciones son más o menos iguales a
las importaciones, el saldo deudor neto entre ambos países es cercano a cero. Si
hay una deuda pequeña a favor de uno de los países, éste debe hacer el pago
correspondiente en dólares. Nuevamente el dólar interviene al final del proceso
de intercambio, y no en cada una de sus fases. Pero si el país A exporta al
país B una cantidad sistemáticamente superior a las compras que allí realiza,
se acumula un saldo deudor que el banco central de B pasa a adeudarle al banco central del país A. En esas circunstancias es probable que el banco central de A no quiera darle
sistemáticamente crédito al país B, pues
la función de los bancos centrales no es estar financiando operaciones de comercio
exterior. Así vistas las cosas, el sistema tiene corta vida.
La pregunta
que queda pendiente es la siguiente ¿A cuál esquema de los analizados se parece
el comercio exterior de Venezuela con cada uno de sus socios comerciales de
América Latina?
sergio-arancibia.blogspot.coO
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