(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CIAL el día 17 de enero
de 2017)
El 1 de
enero del presente año, mientas el grueso de la población de todos nuestros
países se abrazaba y celebraba la llegada de un nuevo año, tenía lugar en el
campo de las relaciones económicas internacionales un proceso silencioso y poco
noticioso, pero que debe ser objeto de cierta atención. Ese día culminó el
proceso de desgravación arancelaria establecido en el Acuerdo de
Complementación Económica numero 59 firmado entre los cuatro países del
Mercosur -Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay – y tres países de la Comunidad
Andina de Naciones- Colombia, Ecuador y Venezuela. A partir de ese momento
prácticamente el 100 % de todas las mercancías intercambiables entre los países
mencionados pasó a gozar de una liberación arancelaria absoluta. A eso hay que
agregar que Bolivia pertenece a la Comunidad Andina y tiene por lo tanto libre
comercio con Perú, Colombia y Ecuador, y tiene a su vez tratados particulares
con el Mercosur; y Chile, que no
pertenece a ninguno de estos bloques subregionales, tiene tratados de libre
comercio firmados y en plena vigencia con el Mercosur, como bloque, y con todos
y cada uno de los países de la Comunidad Andina. Así que empezamos el año 2018
con un grado altísimo de libre comercio entre todos los países de la América
del Sur.
¿Significa
eso que crece aceleradamente el comercio entre todos nuestros países?
Desgraciadamente no. ¿Significa esa situación que los socios comerciales
fundamentales de cada uno de nuestros países se encuentran en la misma región?
No. ¿Significa que la principal opción para comprar las mercancías que
necesitamos es ver qué país de la región está produciéndola, para poder
importarla desde allí? No, eso no es así.
Para cada
uno de nuestros países los socios comerciales fundamentales, para comprar y
para vender, se encuentran fuera de la región. A veces es China, o la Unión
Europea, o Estados Unidos.
Con la
eliminación de los aranceles se cierra prácticamente un ciclo de los procesos
de integración en la América del Sur. Con excepción del período en que el Pacto
Andino intentó programar el desarrollo industrial de los países que lo
componían – lo cual no fue una experiencia exitosa- durante décadas el esfuerzo
integracionista ha estado centrado en alta medida en reducir aranceles en forma
bilateral o multilateral. En forma rápida en algunos casos, o en forma más
lenta en otras, la reducción de aranceles ha sido el epicentro de las
negociaciones y preocupaciones conducentes a la integración regional. Esa
situación se ha logrado finalmente, pero eso no ha generado un proceso intenso
de atracción y de acercamiento comercial entre todos los países de la región.
Las razones de esta situación tienen que ver con la calidad y la competitividad
de los productos que intentamos vender en el mercado internacional. A la hora
de comprar bienes manufacturados, bienes de capital, o bienes de tecnología de
punta, los que ofrecen las mejores calidades, los mejores precios y la mejor
tecnología, y por lo tanto la mayor competitividad, son los países del mundo
desarrollado y China. Los bienes de la misma especie producidos en los países
hermanos de la región no tienen el mismo grado de competitividad aun cuando
gocen de liberación de aranceles al moverse a través de las fronteras
regionales. El diferencial positivo de aranceles, a favor de los productos
latinoamericanos, no logra compensar el diferencial negativo de productividades
que emanan de los diferentes puntos de origen.
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