(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 20 de
Diciembre de 2017)
El objeto de
este artículo no es discutir sobre si estamos o no en estado de hiperinflación,
sino aportar algunas reflexiones sobre las consecuencias de esta eventual situación.
La hiperinflación
es en alguna medida buena para el gobierno porque puede imprimir y gastar
billetes y monedas independientemente de los ingresos que haya captado previamente
por la vía de la tributación. Este es un fenómeno que figura como causa de la
hiperinflación, pero también como consecuencia de la misma, en una espiral perversa.
Pero metido en ese lio el gobierno puede gastar día a día sin preocuparse de
cuanto entró en los meses anteriores en las arcas fiscales. Su única preocupación
es cuantos billetes logran las maquinas impresoras imprimir cada día.
La hiperinflación
es mala para el grueso de los agentes económicos que tienen que tomar decisiones
sobre ahorro, pues nadie haría la locura de ahorrar en la moneda nacional, que
está precisamente perdiendo valor día a día como consecuencia de la hiperinflación.
Por lo tanto, la hiper -llamémosla así - desalienta o desincentiva el ahorro en
moneda nacional. Dicho en una jerga más propia de los economistas, los billetes
y monedas pierden su cualidad de ser buenos depósitos de valor. Y si una
economía no ahorra, no crece.
La hiper es
mala también para todos aquellos que viven de un salario que no se incrementa con
la misma velocidad con que crecen los precios.
Aun cuando los salarios se reajusten nominalmente semana a semana, el incremento
diario de los precios reduciría el monto real de ese salario monetario. Dicho
nuevamente en jerga económica, el valor nominal de los salarios perdería relación
con su valor real.
La hiper es
mala para todos los que tienen que tomar decisiones económicas sobre inversión y
sobre usos alternativos del dinero en el seno de esa economía, pues al calor de
esa situación desaparece la unidad de medida que les servía para medir, calcular
y comparar valores presentes o futuros y tomar decisiones sobre el nivel de los
rendimientos esperados. El dinero pierde en forma casi absoluta su rol como
unidad de medida. Y sin una unidad de medida que conserve su calidad de tal a
través del tiempo, las decisiones económicas no se pueden tomar en base a lo que
se denomina el cálculo económico. Se siguen tomando decisiones económicas, pero
en base a la filosofía de Eudomar Santos: “como se vaya dando vamos viendo”. En
otras palabras, las decisiones económicas pierden totalmente la lógica que les permitía
acercarse a la eficiencia y medir si la habían alcanzado o no.
La hiper es mala para las cuentas externas del país, pues,
por un lado, las personas naturales y jurídicas se refugian en el dólar para
salvaguardar el valor de sus activos, con lo cual le caen encima a cuanto dólar
ande circulando en el país, generando una demanda de dólares que no tiene mucho
que ver con la demanda por importaciones.
Pero, por otro lado, el gran tenedor de dólares del país se beneficia de
un dólar que tiende naturalmente hacia la sobrevaluación, con lo cual el
obtiene nuevamente ganancias económicas y poder político.
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