(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y
NEGOCIOS el día 10 de mayo de 2018)
Este
gobierno se está acostumbrando a pegarse tiros en el pie. Eso hizo cuando
suprimió los vuelos de Copa, desde y hacia Venezuela, o cuando quiso cortar el
comercio con Aruba y Curazao. O cuando pone tantas trabas a la exportación de
bienes no petroleros, que termina por inhibir el desarrollo de esa actividad,
matando una posible gallina de los huevos de oro.
Ahora, el
último caso de esa naturaleza tiene que ver con cerrar la posibilidad de que
los venezolanos que están en el exterior envíen remesas a sus familiares en
Venezuela. Esos envíos tienen, en primer lugar, un alto carácter fraternal y
humanitario. Los que salieron y están comiendo tres veces al día, quieren
colaborar de alguna forma con familiares que quedaron en Venezuela y que están
pasando hambre pura y dura, o por lo menos, están sufriendo grandes estrecheses
económicas. ¿Tiene eso algo de malo? ¿No
se inscribe aquello en lo más noble y generoso del alma humana? ¿No es lícito
ayudar a familiares aun cuando los separen miles de kilómetros de distancia?
Pero el gobierno no demuestra ninguna simpatía por los canales formales o
informales que han surgido para facilitar esos envíos.
En toda
América Latina y el Caribe, los países no solamente reciben remesas desde el
exterior, sino que las facilitan y las promueven, pues esos ingresos no tienen
sino consecuencias positivas para los países y para los gobiernos
respectivos. Según cifras del Centro de
Estudios Monetarios de América Latina, CEMLA, en 2015 América Latina y el
Caribe recibió 65,6 miles de millones de dólares por la vía de remesas, y esa
cantidad subió a 69.5 mil millones de dólares en el año 2016.
En La
América del Sur, Colombia es el principal receptor de remesas alcanzando la
cifra de 4.635 millones de dólares en el año 2015. Le sigue Perú, con 2.725 millones de dólares.
Después viene Brasil, con 2.459 millones de dólares.
En
Centroamérica, el proceso de recepción de remesas es más intenso aún. Guatemala figura recibiendo 6.285 millones de
dólares, seguido de El Salvador que recibe 4.270 millones de dólares.
Sin embargo,
el gran receptor es México, por la alta cantidad de mexicano que residen en
Estados Unidos, que recibió en 2015 24.792 millones de dólares.
A ninguno de
los gobernantes de esos países se le pasaría por la cabeza poner dificultades a
la recepción de esas remesas.
Por razones
humanitarias y por razones de buena economía esas remesas deberían preservarse
y promoverse. Prohibirlas o reprimirlas atenta contra la generosidad intra
familiar - que no se rompe con las distancias - y ayuda a contraer más aun las
alicaídas arcas estatales.
Pero
pretender que esas modestas cantidades de dinero que llegan gota a gota desde
el exterior se cambien dentro del territorio nacional a tasas fijadas por el
Estado, y a través de los canales que el Gobierno determine, es burlarse de los
que envían y de los que reciben. Es no comprender, además, que esas remesas
tarde o temprano ayudan a la economía nacional, por la vía de bajar o contener
el precio de la divisa y/o por la vía de aportar ingresos a sectores nacionales
que mucho lo necesitan, lo cual contribuye a aliviar, al menos en parte, la
presión social que necesariamente se vuelca sobre el gobierno.
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