(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 30 de abril
de 2018)
Cuando a un
drogadicto se le quita la cantidad de droga que consume habitualmente, los
sufrimientos de éste suelen ser mayúsculos. Pero si se le da su cuota habitual
de droga - o un poco más, en el caso que la necesidad vaya en aumento - el
cuadro se repetirá al cabo de unos pocos días: necesitará nuevamente de la droga,
quizás incluso en mayor cantidad, pues si no, su vida misma estará en peligro.
El darle la droga no soluciona desde luego su problema, sino que lo que hace es
meramente ayudar a generar un nuevo eslabón de una cadena que no tiene fin: la
droga calma - por lo menos parcialmente - los sufrimientos del momento, pero
reedita y se refuerza la necesidad de la misma al día siguiente.
Algo
parecido sucede con los aumentos de salarios decretados periódicamente por el
gobierno actual. Se necesita ese aumento pues la gente está desesperada, está
pasando hambre pura y dura; todo sube de precios día a día; tenemos la mayor
inflación de la historia de Venezuela y casi del mundo entero; el salario
disminuye permanentemente su valor real, es decir, su capacidad adquisitiva; la
cesantía aumenta y la producción cae. En esas condiciones, entre recibir ese
aumento y no recibirlo es mejor recibirlo. Si no, los sufrimientos de los
sectores más pobres de la población serían más altos todavía. Y mientras más
elevado sea ese aumento, mejor y más grato será su efecto en el momento en que
se recibe. Pero por obra y gracia de ese aumento de salarios, la inflación será
más elevada en el futuro cercano y más aumentos de salarios se necesitarán en
las semanas o meses venideros.
Se está en
un círculo vicioso: el gobierno lanza plata a la calle, sin ton ni son, por la
vía de nuevos aumentos salariales para la inmensa masa de funcionarios públicos
– y por muchas otras vías también - todo lo cual se financia por la vía de la
pura y simple emisión monetaria. El
gobierno funciona con un presupuesto deficitaria que se financia directamente
por la vía del Banco Central, el cual, además, facilita a PDVSA una cantidad
grande de liquidez monetaria, mes a mes, para que esa empresa pueda financiar
todo o parte de sus gastos operativos. Esa política genera inflación. Una
altísima inflación. De pasada, una cantidad importante de empresas medianas y
pequeñas no puede financiar los aumentos salariales y se ve obligada a cerrar
sus puertas, con lo cual la producción baja, disminuye la cantidad de salarios
que se pagan en el seno de la economía, y el problema se agrava por todos
lados. Frente a ello, la solución gubernamental es sencilla: decretar
periódicamente aumentos salariales, de modo que se calme el desespero del
momento, aun a costa de asegurar la repetición de todo este drama dentro de uno
o dos meses, o incluso de períodos de tiempo cada vez más breves.
Si no se
puede, por alguna razón, someter al drogadicto a una política seria de
sanación, lo mejor es darle su cuota de droga cada vez que la necesite. Si no
es posible llevar adelante una política global de contención de la inflación,
es mejor dar y recibir periódicamente los aumentos de salarios. Pero, ni en un
caso ni en otro, se soluciona el problema de fondo, sino que meramente se salva
la coyuntura, asegurando al mismo tiempo que ella se repetirá en iguales o
mayores dimensiones cuantitativas en plazos cada vez más breves.
La única
solución definitiva es llevar adelante una política antiinflacionaria que pase
por eliminar el déficit fiscal, impedir las emisiones alegres por parte del
Banco Central y unificar el mercado cambiario a una tasa realista y sostenible.
Lo demás es permanecer y sostener un círculo vicioso en que cada eslabón condiciona
al siguiente y éste a su vez, genera la reedición del eslabón primero.
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