(Artículo de Sergio
Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 13 de junio de
2018)
El dinero no
es una categoría económica muy simple ni muy fácil de entender.
En algunos
libros de texto se define el dinero como el o los activos que son de más alta
liquidez en el seno de una economía determinada. Tener alta liquidez es más o
menos lo mismo que decir que tiene un alto grado de aceptabilidad. En otras
palabras, los activos que tienen alta liquidez son aceptados por todos los
agentes económicos a cambio de los bienes y servicios que entregan, pues todos
ellos están convencidos, a su vez, de que cualquier agente económico les
aceptará esos activos a cambio de los bienes y servicios que ellos quieran
adquirir. Cada uno acepta esos activos – dinero -porque están convencido de que
todo el mundo se los aceptará a ellos. Ese pacto implícito en la aceptabilidad
del dinero es lo que en última instancia mantiene al sistema monetario en
funcionamiento.
Pero los
activos de más alta liquidez no son solo los billetes y monedas en circulación.
Hay bienes y servicios que no se pueden comprar ni vender en billetes, tales
como un carro, o una casa, o un pasaje en avión. Para comprar activos de esa naturaleza es
necesario un cheque de gerencia, una transferencia bancaria o una tarjeta de
crédito o de débito. Es decir, hay que pagar con activos diferentes a las
monedas y billetes. Esos otros activos son, en última instancia, asientos
contables en la contabilidad de los bancos, que pueden traspasarse de un agente
económico a otro, según un sistema de órdenes que son claras, fáciles y
transparentes.
Entonces, se
acepta en Venezuela, y prácticamente en todo el mundo, que la composición del
dinero no son solo los billetes y monedas sino también los saldos en cuenta
corriente del público en el sistema bancario. Hay otros activos que también se
incluyen dentro de la definición de dinero, pero dejemos por ahora las cosas
hasta aquí. En los sistemas bancarios modernos, aun en los países más
subdesarrollados, hay un alto grado de convertibilidad entre esos dos
componentes del dinero. Los depósitos bancarios se pueden convertir en
efectivo, y el efectivo se puede convertir en depósito bancario, mediante una
relación de 1 a 1: una unidad monetaria
en efectivo se transforma en una unidad monetaria en depósito bancario, y
viceversa.
Pero en
nuestra original e insólita revolución, los depósitos en cuenta corriente no se
pueden convertir en efectivo a voluntad del propietario de esos activos. Eso da
lugar a que los depósitos, por un lado, y los billetes constantes y sonantes,
por otro, se hallan convertido en la práctica en dos bienes diferentes, con
roles y con valores diferentes. Un bolívar en cuenta corriente no vale lo mismo
que un bolívar en billetes. Este último vale casi el doble que el primero.
En esas
circunstancias, el aumentar la cantidad de puntos de venta no es la solución de
nada. Si se aumentan los puntos de venta aumentará el uso de las transferencias
bancarias y del uso de las tarjetas de crédito y de débito, lo cual es bueno.
Pero si no se incrementan los billetes y monedas en la cantidad necesaria – en
la cantidad que los agentes económicos consideren necesaria para llevar
adelante sus transacciones habituales - la distancia entre ambos activos se
seguirá ampliando, y el activo más escaso - los billetes, - se hará
necesariamente más caro, aun cuando eso se condene y se reprima. Pero sucede
hoy en día - y seguirá sucediendo – que los bienes escasos aumentan su precio
con relación a los bienes más abundantes. Esa es una de las pocas leyes de
universal aceptación que podemos encontrar en la ciencia económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario