(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en ELMUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 27 de junio de
2012.)
Hay países -
como Venezuela, como Argentina u otros - en los cuales la población tiene una
manifiesta apetencia por dólares, y busca comprar las cantidades que le sean posibles
de dicha moneda extranjera, aun cuando sea a precios relativamente elevados. ¿A
qué obedece una actitud de esa naturaleza?
Creemos que
hay dos motivos centrales. Por un lado, para protegerse de la inflación. Mucha
gente cree - con razón o sin ella, pero
cree – que cuando la cuando la inflación es elevada - de dos dígitos por lo menos- ahorrar en moneda nacional es una forma casi
suicida de mantener sus activos. El que ahorra en moneda nacional ve y siente como
sus activos, o su riqueza, o su poder de compra disminuyen día a día. Buscan,
entonces, refugiarse en un activo distinto, cuyo valor no disminuya como
consecuencia de la inflación, sino que se mantenga o incluso se incremente en
medio del alza generalizada de precios en la economía. En esa búsqueda puede
encontrarse con el oro, con los dólares, con los bienes raíces, con las joyas,
con las obras de arte, o con otros bienes que se nos escapen en este momento. Si
no hubiera inflación, o ésta fuera muy mínima, probablemente esta razón para
comprar y acumular divisas desaparecería o se reduciría a su más mínima
expresión, pues los pequeños y dudosos beneficios que se podrían conseguir no
compensarían los costos de transacción que toda esa operación entrañaría.
Pero aun en
una hipotética economía con inflación cero se mantendría vigente una segunda
razón para adquirir y conservar dólares. Se trata del proceso de
internacionalización de los valores, de los activos o de la riqueza. Pasado un
cierto umbral de ingresos, hay una tendencia natural y racional, en personas y
empresas, a esperar que el poder de compra que esos activos implican se pueda
hacer efectivo en cualquier rincón del planeta. En otras palabras, que el dinero
legal dentro de un país, con el poder de compra que éste da sobre los mercados
locales, pueda traducirse también en poder de compra en los amplios mercados
internacionales del mundo contemporáneo. Cada vez son menos los que se
conforman con recibir, a cambio de su trabajo, dinero que sólo sirve en un
limitado ámbito nacional, es decir, algo así como dinero de metrópoli que sólo
sirve dentro de ese juego. Ya no son solo los muy ricos dentro de cada país los
que esperan poder usar su dinero en otras latitudes, sino que amplias capas
medias o bajas aspiran a comprar bienes,
servicios o activos físicos o financieros en el exterior. Esa es una tendencia
que forma parte consustancial de los procesos de globalización. Esa apetencia por divisas se incrementa,
obviamente, en la medida en que el gobierno de turno sea ineficiente, corrupto
o inestable políticamente. Pero curiosamente, mientras mayor sea la capacidad
de convertir los activos nacionales en activos transables internacionalmente,
por medio de buenas o de malas artes, menor será la importancia que se le dará
a la evolución de los procesos políticos dentro del país. En otras palabras, el
que ya tiene recursos suficientes en el exterior, puede ver con mayor indiferencia
y con menor compromiso la evolución de los procesos políticos internos. Su
futuro y el de sus hijos ya no dependen del futuro de ese gobierno ni de ese
país. Eso hace una diferencia con respecto al comportamiento político de muchas
capas medias de antaño, que sólo tenían el país propio como ámbito de referencia
donde crecer y desarrollarse. Hoy en día, con visa, idioma, saberes y activos
internacionalmente valorados, esos mismos sectores tienen el mundo como escenario.
Pero
volviendo al problema de la demanda y la compra de dólares, para que ésta sea
posible, tiene que encontrarse en el mercado con una oferta equivalente. Esta
oferta puede provenir de las arcas del Banco Central respectivo – mientras la
botija esté llena -, del incremento de las exportaciones –mientas el mercado
internacional sea favorable-, de la inversión extranjera directa- mientras existan
buenos negocios dentro del país que sean tentadores para el capital extranjero
- o del incremento de la deuda externa- mientras existan agentes económicos
dispuestos a prestarle al gobierno. Todos estos elementos pueden manejarse en
un delicado equilibrio, para que sea el mercado, con diferentes grados de intervención
y regulación estatal, el que determine el precio de la divisa y las cantidades
transadas de la misma. También puede el Gobierno asumir todas las funciones del
mercado – quien compra, quien vende, que cantidades se transan y a cual es el
precio que se paga – con lo cual el grado de control y de poder del Gobierno se
ensancha en forma sustantiva, al mismo tiempo que se incrementan las apetencias
por nuevas divisas que sacar al exterior, y se reducen las fuentes de la mismas.
Sergio
Arancibia
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