jueves, 3 de agosto de 2017

LA MUERTE NUESTRA DE CADA DIA


(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 3 de agosto de 2017)

En Venezuela la muerte gana día a día batallas que en otras condiciones perdería. En los hospitales la muerte no se siente combatida por la ciencia y por la técnica que ha humanidad contemporánea ha desarrollado en contra de ella. Muy por el contrario, la institucionalidad hospitalaria se ha convertido en una colaboradora consciente o inconsciente de la muerte, en la medida que no tienen medicinas ni instrumental como para dar las debidas batallas en su contra.
En las farmacias las medicinas brillan por su ausencia. Los médicos recetan fármacos que saben que no serán encontrados en el mercado por sus potenciales beneficiarios. Y si se encuentran, esas medicinas presentan un valor que las hace imposibles de adquirir por más de la mitad de los venezolanos. Allí también, por lo tanto, la muerte se sonríe y siente que no existen las municiones con que en otras condiciones se le atacaría.
Los profesionales de la salud, fundamentalmente los médicos - que son la fuerza de choque en contra de la muerte - han sido ahuyentados de la patria donde se formaron, pues aquí se les rechaza y se les margina. El ejercito que se le opone a la muerte ha perdido a una cantidad importante de su oficialidad joven.
Las enfermedades endémicas, como la malaria y el cólera, se han incrementado en forma exponencial, aumentando las muertes por esas causas, o dejando una población expuesta y debilitada por los estragos de dichas enfermedades.
La alimentación en las escuelas ha sido sustituida por niños famélicos que dejan de ir a clases, pues allí se desmayan de hambre, o por profesores que salen a pedir limosnas para poder alimentar a sus alumnos. También los niños que escarban bolsas de basura para poder encontrar algo con que llenar el estómago, han pasado a ser parte habitual de la geografía urbana. Muchos de ellos no llegarán a la mayoría de edad. La muerte los acecha en cada esquina.
La muerte violenta en jornadas de protesta -como respuesta de quienes tienen la responsabilidad estatal de cuidar en cualquier circunstancia la vida de los ciudadanos - es quizás la forma más visible y mediática en que se presenta la muerte, pero no es la única.
La muerte siempre genera una cuota de dolor y de tristeza. Pero lo más terrible no es la muerte misma, sino el hecho de que nos acostumbremos a ella como si fuera parte inescapable del acontecer ciudadano. Con ello, están matando los más nobles sentimientos humanistas y solidarios del pueblo venezolano. Nos están, por lo tanto, matando un poco cada día, aun a los que tenemos la suerte de mantenernos con vida.

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