(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 10 de Agosto
de 2017)
En el debate
político venezolano “la calle” se ha convertido en una suerte de símbolo que
pretende usarse para dividir las aguas entre quienes serían decididos, duros e
intransigentes adversarios del actual gobierno y quienes serían débiles, negociadores
y traidores de esa noble causa.
Pareciera
suponerse que el solo hecho de que la gente salga a la calle a manifestar su
oposición al gobierno genera siempre y en toda circunstancia un hecho político
que debilita al gobierno y acelera su caída.
Se asume, además, que cualquier convocatoria a que la gente se exprese en
otras formas de acción política es en si mismo un hecho intrínsecamente
perverso y desmovilizador.
En la
realidad de las cosas, no todos los ciudadanos que están decididamente en
contra del actual gobierno están dispuestos a salir tres veces por semana a marchar
por las calles de Caracas, ni tienen la edad, ni el estado físico como para
correr rápido si es que son reprimidos, ni están en condiciones de tragarse una
bomba lacrimógena, ni de caminar dos o tres kilómetros por las calles de la
capital. Mas de 7.5 millones de personas estuvieron entusiastamente dispuestas
a ir a un centro de votación y hacer posible la más contundente demostración de
oposición, pero jamás han salido 7.5 millones de personas a caminar por las
calles del país. La política está encaminada a convocar voluntades, a sumar
fuerzas y a movilizar esas fuerzas de una forma que genere hechos políticos
relevantes en relación al poder. Y eso se consigue a veces con la movilización
callejera, pero no siempre.
Aun asumiendo
lo peor con respecto al actual gobierno, aun así hay – o pueden llegar a haber
– espacios en los cuales es posible que los ciudadanos se expresen con libertad,
y esos espacios hay que aprovecharlos tanto como se pueda, de modo que el virus
democrático se haga presente y se esparza por todo el cuerpo social. Entre esos
espacios están los sindicatos, los consejos comunales, los condominios, los
centros estudiantiles, los municipios, los consejos legislativos, las gobernaciones,
los colegios profesionales, etc. Negarse a participar en esos enclaves de poder
ciudadano no es avalar las mañas del gobierno, sino precisamente una forma de luchar
contra ellas.
Un dato
histórico que puede ser interesante: en Chile, cuando Pinochet convocó al plebiscito
que finalmente determinó su caída, la oposición decidió participar - aun cuando
la capacidad de Pinochet de hacer trampas era infinita – y nadie pensó que con
eso se legitimaba a la dictadura. Se pensó que esa pelea se podía ganar, como
efectivamente se ganó. Y no se hizo sino un solo gran mitin en Santiago en toda
la campaña electoral correspondiente. Ni siquiera se hizo un mitin la noche del
triunfo, pues no era eso lo que definía, en ese momento, el curso de la historia.
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