(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 7 de Octubre
de 2015.)
Hay un par
de noticias que han aparecido por
separado en la prensa nacional pero que están íntimamente relacionadas. La primera
de ellas es que Venezuela acaba de importar 3.500 toneladas de cabillas procedentes
de Costa Rica, que es un país pequeño, con poca capacidad industrial, aun
cuando ordenado, democrático, serio y con un gran y continuado esfuerzo en
materia ecológica y turística. Que ese país tenga la capacidad de proveer a
Venezuela de cabillas es una situación que no puede dejar de llamar la
atención. Es muy bueno y habla muy bien de Costa Rica, pero no habla muy bien
de Venezuela, que tiene una gran producción de hierro y una siderurgica que se construyó pensando en abastecer plenamente el
mercado nacional y en generar paralelamente un gran volumen exportable.
La segunda
noticia es que Sidor, la gran empresa siderúrgica venezolana, nacionalizada por
el gobierno chavista, paralizará sus operaciones por dos semanas para hacer una
jornada integral de mantenimiento. La práctica normal de las empresas, grandes
o chicas, es hacer mantenimiento precisamente para mantener el nivel operativo
de la misma, y no tener que parar. Se invierte en mantenimiento precisamente para
no pagar posteriormente el elevado costo de tener que parar la producción de la
planta. Pero en la extraña lógica con que funciona la economía nacional en el
día de hoy, la mayor planta siderúrgica del país se paraliza por dos semanas
para hacer mantenimiento, lo cual indudablemente afecta la producción que se
alcanzará durante el año en curso. Ya en el año anterior Sidor produjo solamente
1.03 millones de toneladas de acero líquido, el peor nivel presentado desde
1980.
La primera
noticia queda en alta medida explicada por la segunda. Hay que importar
cabillas porque Sidor no está en condiciones de producirlas. No solo por la
comentada paralización para hacer mantenimiento, sino por la situación general
y sostenida de la empresa en los últimos años. La gerencia de los últimos años
no ha sido capaz de aumentar la producción. La política de precios impuesta por
el gobierno no permite generar ganancias como para realizar inversiones y aumentar
la producción. El populismo dentro de la empresa – aumentando extraordinariamente
la nómina de trabajadores – y el populismo fuera de la empresa- manteniendo
bajo los precios de lo producido – generan una caída de la productividad, altos
costos y elevado endeudamiento. La política en relación a la inversión
extranjera que impera en el país, que permite a los capitales entrar al país,
pero no permite sacar posteriormente del país las utilidades legítimamente
obtenidas, y además, el desprecio olímpico que se cultiva por todo lo que huela
a eficiencia y a tecnocracia, llevan a que no sea posible para la empresa
nacionalizada contar con la participación de eventuales socios extranjeros.
Todo ello lleva a que las exportaciones bajen, con el consiguiente menor aporte
a las alicaídas disponibilidades de dólares del país. En síntesis, menor producción,
menores exportaciones, menores ganancias, mayores costos, mayor nómina.
Desgraciadamente
lo que sucede con Sidor sucede con la
inmensa mayoría de las empresas nacionalizadas. No se ha logrado exhibir
aumentos de producción, ni de
productividad, ni en el petróleo, ni en el
hierro, ni en el aluminio, ni en el cemento, ni en casi ninguna de las empresas
nacionalizadas.
¿Es posible
revertir esta situación en un futuro cercano? Si, es enteramente posible. No se
trata de un dato de la naturaleza ni de una maldición divina. Para revertir esa
situación hay que tener, en primer lugar, metas claras que en muchas de las
empresas básicas son fundamentalmente sustituir importaciones - de cabillas desde Costa Rica, o de
productos similares procedentes de cualquier otro país – , aumentar la
producción y aumentar las exportaciones tanto como sea pueda. Pero para ello
hay que hacer inversiones, hacer reingeniería, bajar costos, atraer socios
extranjeros que puedan aportar capitales y tecnologías - quizás en las mismas
condiciones contractuales que en la actividad petrolera actual - y reinsertar a
dichas empresas en los circuitos internacionales de comercialización de los
productos respectivos, para ganar y mantener mercados. La eficiencia tiene que
dejar de ser una mala palabra, en el petróleo, en las empresas básicas y en todo el país. Pero los
aumentos de productividad, la reducción de costos y la reingeniería de sistemas
y de procesos requieren de la participación organizada y responsable de los
trabajadores de las empresas afectadas. Sin populismo, pero sin represión.
sergio-arancibia.blogspot.com
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