(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 21 de Octubre
de 2015)
El Gobierno acaba
de imponer un impuesto al consumo de alimentos, bajo la forma de un pago por las guías de movilización. Para poder
transportar alimentos desde un punto a otro del territorio nacional hay que
contar con una guía de movilización, que permite al gobierno saber – si es que
tuviera toda aquella información suficientemente ordenada y digitalizada- desde
donde y hacia donde se mueve cada tomate que se produce en el país, lo cual se
supone que es una información sumamente
importante. Como la inmensa mayoría de los productores de alimentos – agricultores,
ganaderos, agroindustriales - producen a cierta distancia de los centros consumidores,
entonces en la práctica, todos los alimentos deben contar en algún punto de su
carrera hacia el consumidor al menos con una de estas mencionadas guías de
movilización.
Cuando las mercancías se mueven desde una finca a una empresa
manufacturera, y desde allí posteriormente a las empresas propiamente comercializadoras
– supermercados, abastos, etc.- el alimento
debe contar con dos o más de esas guías antes de llegar al consumidor final.
Obtener esas guías hace perder tiempo a los productores. Pero ahora se suma una
nueva circunstancia: hay que pagar una unidad tributaria para obtener cada una
de esas guías. Eso encarece los costos de los alimentos antes de llegar a manos
del comerciante minorista y a manos del consumidor. Se trata, desde todo punto
de vista de un impuesto a los alimentos. En la jerga de los economistas se
habla de los impuestos directos, que gravan la producción, y de los impuestos
indirectos, que gravan el consumo. En este caso se trata de un impuesto
indirecto, que grava el consumo de los alimentos.
Las
consecuencias previsibles de este impuesto al consumo es que se encarecerán los
alimentos en su precio final al consumidor. Ese impuesto no lo pagan los
oligarcas agrícolas ni la plutocracia financiera o manufacturera ligada a las
agroindustrias – para hablar en la terminología oficial - sino que se traslada
integro al consumidor. Y lo más probable es que el mayor precio se corresponda,
al menos parcialmente, con un menor consumo. Si es que los precios se
mantuvieran congelados o controlados y no se permitiera el traslado al precio
final de los mayores costos, la medida se traduciría rápidamente en una menor
producción, pues habrían productores pequeños que tendrían que salir del
mercado ante la clara reducción de sus beneficios.
Esta medida
no cuadra con el populismo tradicional del gobierno, ni con la existencia de
una tecnocracia medianamente lucida, ni con una respuesta a la guerra
económica, ni con nada. En un país que enfrenta una inflación cercana al 200%
anual, se toman medidas que encarecen los alimentos, que son precisamente los rubros
cuyos precios habría que tratar de bajar pues tienen mayor incidencia en el cálculo
de la inflación, y tienen mayor incidencia
en la pérdida de poder adquisitivo por parte de los sectores de menores ingresos.
En un país
que enfrenta una clara regresión en materia de índices de pobreza y de extrema
pobreza - circunstancias que están en alta medida relacionadas con la capacidad
de adquirir una cesta básica de sobrevivencia, compuesta básicamente por alimentos
- esta medida hace más inaccesible los alimentos básicos para los sectores de
más bajos ingresos, sumiendo a más ciudadanos en el negro pozo de la pobreza y
de la extrema pobreza.
En un país
que presenta un elevado porcentaje de importación de alimentos, habría que
tratar por todos los medios de incentivar la producción nacional. Pero el
impuesto a la movilización interna de alimentos que estamos comentando juega el
efecto absolutamente contrario: desincentiva el consumo y la producción
nacional. Además, la importación de alimentos se lleva adelante con un grado
alto de subsidio, pues se trata de compras en el exterior llevadas adelante con
un dólar barato, a 6.30 o a 12.0 bolívares por dólar. Subsidiar el producto
importado mientras se elevan los impuestos al producto nacional es desde todo punto de vista una política que
carece de racionalidad.
Los
subsidios no siempre son bien vistos por ciertas corrientes económicas. Pero
son herramientas que se usan universalmente para intentar por esa vía
incentivar la producción y favorecer el consumo. No sería insensato estudiar en
Venezuela los mecanismos posibles para subsidiar la producción nacional de alimentos,
o subsidiar su consumo. También se podría avanzar mucho en abaratar la comercialización
de alimentos – y no en encarecer dicha comercialización- si se arreglan las carreteras y autopistas,
si se arreglan prontamente sus huecos, si se eliminan los cientos de policías
acostados, si se eliminan alcabalas absolutamente inútiles, si se dota a las carreteras y autopistas de luz
y seguridad, si se arreglan las vías de penetración agrícola, y si se elimina al menos el costo,
sino el documento mismo, de las guías de movilización y si se venden insumos
agropecuarios valorados con el mismo dólar con que se valora actualmente el producto
importado.
Tradicionalmente
la actividad agropecuaria en Venezuela ha estado exenta del pago de impuestos
sobre la renta, lo cual responde a la misma matriz conceptual que los
subsidios. Con ello se ha pretendido incentivar la producción y abaratar los
precios al consumidor final. El colocar impuestos a la movilización de los productos
agrícolas juega totalmente en contra de los objetivos de este gobierno - y de
varios gobiernos anteriores - que se
habían manejado con una cierta consistencia en materia de tributación agropecuaria.
sergio-arancibia.blogspot.com
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