(Artículo de Sergio Arancibia
publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 29 de Julio de 2016)
Hay instituciones - o incluso
países - que no funcionan como a uno le gustaría que funcionaran, pero que de
alguna forma- por rara, extraña o desagradable que sea - funcionan. Y en esa forma diferente, pueden
seguir funcionando por mucho tiempo más. La clave de la supervivencia de este
tipo de instituciones, de sistemas o de países es que son capaces de producir y
reproducir sus condiciones de existencia de período en período. Hay otras
instituciones, sistemas o países, sin embargo, que sencillamente no funcionan
de forma alguna - están sumidas en un permanente caos y desorden - porque no son capaces de reproducir o de
mantener las condiciones económicas o políticas que aseguren su reproducción.
Estas instituciones, sistemas o países están irremediablemente condenados a
desaparecer.
En Venezuela el producto
interno bruto se supone que será en este año un 10 % menor que el año pasado.
Es decir, cada vez se produce menos. El que está produciendo hoy, alguna
mercancía, no sabe si podrá seguir produciéndola mañana. No sabe si contará con
los insumos y materias primas, en las cantidades adecuadas y en el momento
adecuado. No sabe si estará autorizado a vender a un precio que compense sus
costos y le deje una ganancia suficientemente remunerativa. Y si parte de sus
insumos son importados, no sabe si las importaciones correspondientes serán o
no autorizadas, y si le autorizarán a comprar dólares para realizar dichas
importaciones, ni a qué precio le venderán esas divisas, ni cuánto tiempo se
demorarán en todas esas autorizaciones, ni cuánto tiempo se tomarán los
trámites aduaneros, ni cuál es el monto de los pagos legales e ilegales que
tendrá que realizar. En síntesis, no tiene ninguna certeza de que las
condiciones productivas que imperan hoy en día, van a seguir existiendo el día
de mañana. Lo único cierto es que “allí vamos viendo”.
Los consumidores, a su vez, no saben ni cuanto se va a
producir de ciertas mercancías, ni cuanto se importará de las mismas, ni a
través de qué mecanismos de comercialización o de reparto podrá acceder a las
mismas, ni cuanto podrá adquirir, ni cuando, ni a qué precio. Nadie sabe si el
sueldo les alcanzara para comer la próxima semana, o si tendrán que arreglarse
de alguna forma no convencional.
La inflación es la más clara manifestación de que en el país
reina el caos y el desorden. Hay precios máximos que nadie respeta y cada quien
le pone a sus productos el precio que se le ocurre. La inflación, a su vez,
tiene entre sus causas, el hecho de que el Banco Central imprime la cantidad de
dinero que se le da la gana para financiar al Gobierno, que gasta a su vez en
todo lo que considera necesario para mantenerse en el poder.
Así una economía y una sociedad no pueden sostenerse. Nadie
en su sano juicio pude postular que esta es la forma por fin alcanzada en la
cual debe funcionar una economía. Esto tiene que cambiar. Y si el cambio es
inevitable, un gobierno sensato debería ponerse a la cabeza del cambio y no
sumirse en la defensa irracional de lo que existe.
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