(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 27 de Julio
de 2016)
Hay
múltiples empresas en el país que no pueden exportar por la sencilla razón de
que no tienen divisas para efectos de importar los insumos y materias primas
que se necesitan para el proceso productivo correspondiente. Basta con que se
haga imposible el acceso a una pequeña porción de materia prima importada para
que todo el proceso productivo se haga inviable.
La
explicación en los ámbitos gubernamentales es que no hay dólares como para
llevar adelante esas importaciones. Y como no hay dólares para importar las
materias primas, no se generan dólares como efecto de las eventuales
exportaciones. Y como las exportaciones que no se realizan no generan dólares,
entonces no hay dólares para importar. Un problema igualito que el viejo
problema del huevo y la gallina.
Se podría
romper ese círculo vicioso si se destinara una cierta cantidad de dólares a una
suerte de fondo crediticio rotatorio para efectos de desarrollo exportador. Por
ejemplo, 400 millones de dólares que se presten a eventuales exportadores, por
los meses que medien entre el pago de las importaciones de las materias primas
e insumos y el pago de las exportaciones finales. Es obvio que el producto
final que se genere tendrá más valor que las materias primas utilizadas, y el
préstamo se podrá pagar. Todo el proceso de puede llevar adelante pagando al
proveedor internacional, con dólares contantes y sonantes, no con promesas
futuras de pago, en la cuales ya nadie cree en el mercado internacional, por lo
menos no en las promesas venezolanas. Pagarles y pagarles rápido. Utilizar el
sistema bancario internacional para efectos de volver a funcionar mediante las
cartas de crédito. Nada de eso hay que inventarlo. Todas esas operaciones están
inventadas hace siglos. Los dólares serían utilizados en lo que se espera que
se utilicen, la producción local se podría llevar adelante y las exportaciones
crecerían con el consiguiente incremento de las divisas disponibles.
Pero estas
ideas - que no tienen nada de nuevo ni de complejo - se pueden echar a perder,
si las mercancías se demoran semanas en ser despachadas en los puertos, pues la
inspección en planta no se ha podido implementar, o la inspección en puerto es
lenta o genera daños o retardos en la mercancía exportable, o si el proceso de
tramitación de papeles y documentos es lento y repetitivo, pues no se ha
logrado implementar la ventanilla única. Lo mismo puede suceder en el proceso
de importación. El tiempo que las mercancías permanezcan en puerto - al llegar
o al salir - es capital inmovilizado, que encarece el producto final y le hace
perder competitividad internacional. Si se quiere realmente incentivar las
exportaciones no petroleras - y distintas al oro del Banco Central - es
necesario hacer una agresiva política de fomento, que pase por el crédito en
dólares- no en bolívares- y por la simplificación drástica de la permisología,
la tramitación y los controles que hoy en día caracterizan a las importaciones
y a las exportaciones que necesita el país.
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