(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 3 de junio
de 2016)
Dialogar no
es malo. Más aún, es sumamente sabroso. Quien no ha participado de un buen
diálogo de café con sus amigos se ha perdido una de las cosas buenas de la
vida. Si el café se reemplaza por unas cervezas bien frías ese diálogo sigue
siendo grato y placentero. El diálogo académico, donde todo está permitido, en aras
de la búsqueda desinteresada de la verdad, es una fuente de donde nace la
ciencia y toda filosofía. El diálogo con sus familiares es imprescindible
cuando hay algún entuerto que arreglar. O el dialogo con la esposa aun cuando
se trate meramente de renovar sin motivo alguno los lazos de amor. Si no
dialogáramos, el mundo no sería mundo.
Solo cuando reinaban los reyes o
sátrapas absolutos estos no necesitaban dialogar con nadie, excepto con sus
propias conciencias, para tomar decisiones que afectaban a millones de
personas. Pero en los tiempos modernos, todas las sociedades han
institucionalizado espacios de diálogo entre sus corrientes opuestas, para que
estas se conozcan y se escuchen, lo cual ya es un objetivo bien positivo, o
para llegar a posiciones comunes sobre cómo hacer funcionar el mundo que les
rodea, lo cual es un objetivo más positivo todavía.
En Naciones Unidas todo el
mundo dialoga con todo el muido. En los Parlamentos que existen en casi todas
las naciones civilizadas del mundo contemporáneo lo que se hace es dialogar,
para llegar a leyes que sean lo más consensuadas posible.
Pero hay que
distinguir entre el dialogar por el mero placer de dialogar - como cuando dialogamos con los amigos en
torno a un café o a unas cervezas, donde nadie espera que nos pongamos de
acuerdo sobre nada - del dialogar para
ponerse de acuerdo sobre algún tipo de problema que afecte a todos los
participantes. Confundir estos dos tipos de diálogo puede traer muy malas
consecuencias. Porque el primer tipo de dialogo no tiene objetivo, meta, ni
urgencia alguna. A lo más compartir alguna información o algún chisme
interesante. El segundo tipo de dialogo, en cambio debe tener una agenda clara,
e incluso plazos, para que no devenga en una versión de lo primero.
Y si se trata
del dialogo actual entre la oposición y el gobierno, y se elige la primera
forma de dialogo, entonces se puede realizar en la Asamblea Nacional, donde de
hecho se dialoga todos los días, o en un café que sea del agrado de todas las
partes, o en algunos otros lugares agradables que hay en la capital o en sus
alrededores. Se dialogaría por el placer
de dialogar. Pero si se quiere dialogar para ponerse de acuerdo en algún
problema en concreto que motive el interés a todas las partes, entonces hay que
ponerse de acuerdo con anterioridad en la agenda, en los plazos, en los
protocolos e incluso en los moderadores.
En materia
de agenda, creo que los problemas económicos, de seguridad, de la libertad de
los presos políticos, y el gran problema del funcionamiento y de la legalidad y
legitimidad de las instituciones del estado, dan cuenta de lo principal que
debe ser discutido. Con relación a los plazos no hay que tomarse más de dos o
tres semanas. Más de eso, ya se convierte en una perdedera de tiempo. El asunto
de los moderadores tiene una tremenda importancia. Tanta, que el gobierno
partió por poner sus moderadores, incluso antes de saber con quiénes y sobre
que iban a dialogar. Sería justo que la oposición estableciera sus propios
moderadores, para que trabajen en conjunto con los del gobierno, y organizaran
ese diálogo lo mejor que puedan.
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