(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO
ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 20 de Abril de 2015)
El Fondo
Monetario Internacional, FMI, ha hecho público su pronóstico o su proyección en el sentido de que Venezuela se acerca
peligrosamente a una hiperinflación que podría
llegar el próximo año a niveles superiores al 2.000 %. No tenemos idea
de cómo llega el FMI a ese cifra, y nos gustaría mucho que estuviera
equivocado, pero está dentro del campo de lo posible el que esa situación resulte
cierta.
Venezuela
exhibe una inflación que en el año recién pasado fue, oficialmente, de 180 %,
aun cuando una buena parte del país tiene la sensación y la creencia de que la
cifra real fue mucho mayor. Como no hay ningún tipo de rectificación económica,
como no hay autocrítica alguna, como se sigue haciendo exactamente lo mismo, como
el déficit fiscal no se hace nada por corregirlo, como la emisión monetaria
sigue su curso, como no hay ninguna política antiinflacionaria que se conozca y
cómo se sigue pensando que la causa de
la inflación es la publicación de una cierta página web internacional, entonces
lo más probable es que en este año la inflación siga aumentando. Más aun,
cuando la inflación supera ciertos
umbrales – iguales o superiores al 20 % mensual- se convierte en una bola de
nieve, que aumenta en términos exponenciales. Hay países de nuestra América que
no creían que ese tipo de situación les pudiera pasar a ellos, tales como Brasil,
Argentina, Perú, Bolivia e incluso Ecuador, y sin embargo les pasó a todos y
cada uno de ellos en algún momento de su historia en las últimas décadas del
siglo pasado.
La
experiencia ajena enseña algunas cosas. Primero, enseña que el control de
precios no sirve para frenar una inflación que ya supera el 200%. Llenar de
controles la economía solo sirve para desgastar y desprestigiar al aparato del
Estado y para demostrar su inutilidad. Cuando los demandantes están dispuestos
a pagar lo que sea por una determinada mercancía, el Estado, con su ejército de
vigilantes y controladores, no podrá impedir que terminen comprándola al precio
que sea, a menos que el propio Gobierno
esté en condiciones de ofertarla a precios menores y en las cantidades
necesarias. También puede decirse que cuando el público quiere deshacerse de su
dinero, pues este pierde valor minuto a minuto, comprará cualquier cosa, a
cualquier precio, pues las mercancías conservan más su valor que el papel
moneda. La idea simplona de que controlando todos los precios, de todas las
mercancías, dentro de una economía, se va poder reducir la inflación a cero, es
de una ingenuidad superlativa.
También es
una ilusión infantil el suponer que ocultando las cifras mensuales o
trimestrales de inflación el problema desaparece, pues de deja de ser visible
por la opinión pública y por el mundo empresarial. Este punto de vista –que
podríamos identificar como la actitud de avestruz- no toma en cuenta que la
inflación se hace entera y dramáticamente visible cada vez que los consumidores
van al mercado a comprar bienes o servicios. Se trata de un fenómeno imposible
de ocultar. Incluso se podría pensar que
el intentar ocultarlo no hace sino potenciarlo más aún, pues la magnitud de la inflación queda
librada a la especulación colectiva, que tiende a ser más dada a sobredimensionar el peso de estos fenómenos
que a reducirlos.
Tercero, la experiencia internacional enseña que
el control cambiario - en una situación de aguda carencia de divisas - no ayuda a impedir el crecimiento de los
precios. Tener un dólar barato no sirve para frenar la inflación, pero sirve
para discriminar entre los diferentes demandantes de divisas y para generar
todo tipo de negociados en torno al proceso importador.
En cuarto lugar,
parece haber consenso en que el no hacer nada, el dejar que el mercado se ajuste
solo - tal como piensan los más ortodoxos de los neoliberales - tampoco conduce
a solucionar el problema inflacionario. Si no se hace nada, es decir, si se
mantiene la inercia monetaria y fiscal o,
en otras palabras, si se carece
de una política antiinflacionaria seria y creíble- la inflación crece y se multiplica.
Y cuando ya
estemos en medio de la hiperinflación- si es que todo sigue igual, tanto en la
composición del Gobierno como en las políticas
que éste lleva adelante - entonces ya nada funcionará. Con hiperinflación los
precios de los bienes y servicios, así como el poder adquisitivo de los salarios,
no tienen validez sino durante algunas
horas, o incluso menos. Los precios relativos en el mercado dejan de funcionar
como mecanismo de asignación de factores. El dinero, como unidad de cuenta en
la economía, pierde toda su significación. Es imposible hacer ningún tipo de cálculo
económico. Conceptos tales como la eficiencia o la racionalidad económica pierden
todo sentido. Lo único que impera es el deseo de cada uno de los agentes económicos
y sociales de sobrevivir como sea. Parte de esos fenómenos ya se insinúan en la
economía venezolana, aun cuando todavía no se muestran en todo su apogeo.
Cuando
llegue la hiperinflación - si todo sigue
igual que ahora - habrá que pensar en dolarizar la economía, como hizo Ecuador,
o en cambiar la moneda como se hizo en Brasil. o en planes de ajuste que tendrán costes elevados para toda la población, como
se hizo en Argentina o en Bolivia. Cuando la hiperinflación todavía no se
desarrolla plenamente los costos de detenerla son menores. Cuando ya está en
pleno desarrollo hay que partir por recoger los vidrios rotos, como corresponde
en situaciones de crisis mal diagnosticadas y peor administradas.
sergio-arancibia.blospot.com
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