(Artículo de Sergio
Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 27 de Enero de 2016)
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Hubieron
momentos en el pasado reciente en que el Presidente Chávez se ufanaba de que la
política petrolera que él y su gobierno llevaban adelante había posibilitado
que los precios petroleros estuvieran por sobre los 100 dólares por barril en
el mercado internacional correspondiente. Hoy en día los precios internacionales
del petróleo han descendido por bajo los
30 dólares por barril, lo cual para Venezuela significa un precio que ha
llegado en la segunda quincena de enero a los 24 dólares por barril, o incluso
menos ¿Significa ello que Venezuela cambió de política, y que ya no lleva adelante
la política que fue tan exitosa en épocas recientes? ¿O significa que los socios
de la OPEP dejaron de hacerle caso a Venezuela y por eso todos están pagando
las consecuencias? ¿O quizás la razón de toda esta situación está en que en el
mercado petrolero internacional gravitan fuerzas en las cuales en ningún
momento Venezuela ha tenido mayor influencia, aun cuando haya tratado con
soberbia y con buen humor de atribuirse
la responsabilidad cuando las cosas andaban bien?
Hoy en día,
con un precio de 24 dólares por barril – o menos- la situación es dramática para Venezuela. Es una autentica situación de crisis o de
emergencia nacional. Es dramática por cuanto más allá, de las declaraciones de
rigor, en la realidad de las cosas Venezuela no ha hecho nada sustantivo en los
últimos 15 años para romper con la dependencia petrolera. Cuando los precios
del petróleo estuvieron más elevados que
nunca en el mercado petrolero era el momento oportuno como para canalizar
gruesa parte de esa renta petrolera extraordinaria para generar un aparato productivo
no petrolero con capacidad de competir internacionalmente. Pero no se hizo
nada. La inmensa masa de petrodólares que se han volcado sobre el país en los
últimos 15 años se han hecho sal y agua. Se los comió el despilfarro, la generosidad
internacional, la ineficiencia, la corrupción y la repartidera con fines electorales.
Venezuela no tiene la culpa de que los precios del petróleo hayan bajado a los
niveles actuales, como tampoco tenía la culpa cuando los precios estaban por sobre
los 100 dólares por barril. Pero Venezuela sí que tiene toda la culpa de
haberse farriado esa riqueza cuando ella existió. No se ahorró nada para los
años de vacas flacas. Lo que se acumulaba en el Fonden o los milloncitos que le
traspasaba generosamente el Banco Central al Ejecutivo Nacional, se gastaron
alegremente. Se actuaba con el criterio de que la riqueza petrolera iba a durar
eternamente. Ahora, cuando se ha demostrado claramente que esos eran supuestos
erróneos, no puede Venezuela limitarse a ir a llorar p´al monte. Hay que tomar
medidas para enfrentar la crisis. No tomar medidas y dejar que el mercado
encuentre por sí solo la solución a la
crisis es la más neoliberal de las políticas económicas que se pueden tomar y,
curiosamente, es en alta medida lo que ha venido haciendo el gobierno en el
transcurso del los últimos meses.
¿Qué hacer
frente a la situación presente? Lo primero de lo primero es tener un diagnostico
claro de la situación, No se puede seguir jugando con un presupuesto nacional en el cual no están claras las cantidades
de petróleo que se pueden producir y exportar y donde no son creíbles las cifras
sobre el precio probable al cual se va a vender cada barril. Hay que construir
pronósticos creíbles respecto a cuántos dólares tendrá disponibles el país. El Banco Central de
Venezuela tiene que informar al Parlamento y al país de esa situación.
Lo segundo,
es genera un plan en que se establezca cual es la forma más conveniente de utilizar
esos dólares de los cuales se dispone. Hacer un presupuesto de divisas. Saber
en qué cosas se van a gastar los dólares y en cuáles no. Es posible y deseable
que una gran cantidad de importaciones que no son necesarias – que son
claramente prescindibles - se dejen de importar, o por lo menos no lo hagan con
dólares oficiales. Pero es necesario saber cuánto es lo que puede estar disponible
para cada uno de los sectores productivos del país, de modo de que las empresas
sepan a qué atenerse. Es imprescindible terminar con el secretismo y el amiguismo
en la asignación de las divisas. Donde hay secretismo hay la posibilidad de
corrupción, y eso genera, a su vez, la imposibilidad de generar consensos y
acuerdos sobre esa posible distribución de las divisas. Un aspecto que no es marginal en este campo es que Cencoex,
que es el organismo encargado de la asignación de las divisas, se encuentra adscrito a la
Vicepresidencia Ejecutiva del país, que es un órgano básicamente político, y no
a la Vicepresidencia Económica ni a ninguno de los ministerios relacionados con
la economía.
La producción
de petróleo y las divisas que esta actividad genera han sido y siguen siendo no
solo la columna vertebral de la economía nacional, sino también de la política nacional.
En alguna medida se podría decir que la política venezolana gira desde hace 80
años en torno a cómo repartir o repartirse la renta petrolera. Un programa
económico nacional debe dejar claro eso: cómo repartir lo que va quedando de la
renta petrolera entre los diferentes sectores de la economía nacional. Si
alguien cree que esa renta es de él y la reparte como quiera, entonces esto no
tiene solución cercana.
sergio-arancibia.blogspot.com
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