(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y
NEGOCIOS el día 13 de Enero de 2016.)
Los cables
internacionales hicieron circular por el mundo - entre Navidad y Año Nuevo -
una noticia relativa a China, que habría provocado grandes debates políticos e ideológicos hace unos 30 años
atrás, pero que hoy en día es tomada con
entera tranquilidad. Se trata de que los organismos estatales chinos encargados
de velar por la libre competencia y de
luchar contra los monopolios y la colusión empresarial han castigado con una
fuerte suma de dinero – más de 60 millones de dólares - a ocho navieras internacionales
que habían establecido acuerdos entre sí para fijar precios y repartirse clientes
y zonas de influencia en los últimos años.
El libre
comercio es una de las piedras angulares del
comercio internacional contemporáneo
y es parte constitutiva de la normativa de la Organización Mundial de Comercio.
Todos los países miembros de esa organización internacional – que son la
inmensa mayoría de los países que conforman la geografía política mundial – han
aprobado esos acuerdos y se supone que
se rigen por ellos en su accionar en el campo del comercio internacional. Ello
implica, entre otras cosas, la condena a los subsidios gubernamentales en el campo
de los bienes manufacturados y a las
colusiones empresariales. El libre comercio,
o el libre mercado, asume que cada agente económico o comercial actúa en el
mercado compitiendo – en forma despiadada
o caballerosa, pero compitiendo al fin y al cabo - con todos los otros agentes
de la misma especie. No hay que confundir esa figura con el mercado de
competencia perfecta, que es una figura o modelo teórico diferente, en el cual
se asume que cada agente económico tiene una serie de características o
virtudes - pequeño tamaño, transparencia,
libre movilidad, etc.- que llevan a que el mercado en su conjunto conduzca a
situaciones de máxima producción y máxima eficiencia.
¿Es el libre
comercio una postura doctrinaria de la dirigencia china actual? ¿No violenta
aquello la prédica doctrinaria tradicional presente en ciertos círculos marxistas
– de ayer, fundamentalmente, pero
todavía de hoy- en el sentido de que el libre comercio es un invento malévolo de
los círculos imperialistas para explotar a los pueblos de menor desarrollo relativo?
¿No se imprimieron cientos o miles de páginas en la segunda mitad del siglo XX
en las cuales se hablaba del intercambio desigual y de la vigencia de la ley
del valor en el campo del comercio internacional? ¿No sería mejor adherir al comercio
administrado y negociado mediante acuerdos de gobierno a gobierno?
Es difícil
que alguien crea hoy en día que los intercambios internacionales conduzcan a situaciones de óptimo por el simple hecho
de que se realicen respetando los principios básicos del libre comercio. Pero
si parece haber cierto consenso en que en las condiciones de la globalización
contemporánea - en que cualquier mercancía
o cualquier servicio tiene miles de eventuales productores, y miles de
eventuales compradores, dislocados todos
a lo largo y ancho de la geografía mundial – es mejor, o es menos malo, si esos productores de
bienes y servicios compiten entre ellos que si se ponen de acuerdo para fijar
precios y para repartirse mercados. Es
obvio que esas ocho navieras no se coludieron para imponer en el mercado
precios más baratos, sino precios más elevados. En otras palabras, es mejor que
compitan y no que se asocien.
La postura
del gobierno chino es pragmática: es lo mejor para China. Pero también implica
una concepción sobre cómo debe funcionar el comercio internacional en el mundo
contemporáneo: es mejor que las grandes empresas trasnacionales compitan entre
sí tanto como se pueda y no que se pongan de acuerdo. Un mundo con esos grados de
competencia es mejor, para grandes y chicos, que un mundo con todo tipo de
acuerdos subterráneos entre los más poderosos.
sergio-arancibia.blogspot.com
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