(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 14 de Enero
de 2016)
Un país no
tiene derecho a inmiscuirse en la política interna de otro. Ese es un principio muy importante del
derecho internacional contemporáneo. No puede, por lo tanto, un país, estar opinando sobre las diferentes cuestiones
que se discuten en el Parlamento de otro, ni debe apoyar política ni mucho
menos financieramente a otras fuerzas políticas amigas en un país extranjero,
ni puede actuar en forma alguna para incidir en el resultado de las elecciones
que en otro país se desarrollan Todo eso es obvio. El problema es que esa
obligación de no meterse en los asuntos internos de otro país tiene sus límites:
el límite es el respeto a los derechos humanos, y a una cierta categoría de
derechos civiles y políticos. Cuando los derechos humanos están siendo
violados, pisoteados o no respetados en un país determinado, todo país tiene el
derecho y la obligación moral de desplegar todas las formas que la diplomacia y
la política aconsejen para poner fin a ese estado de violación de derechos humanos
que han pasado a ser derechos defendidos por la comunidad internacional, de
acuerdo a tratados y convenios claramente establecidos sobre estos asuntos. También
acuerdos como la cláusula democrática presente en el Mercosur, defienden internacionalmente
la vigencia de los derechos civiles y políticos en todos y cada uno de los
países miembros.
En las
últimas décadas el derecho internacional
- que originariamente era el derecho de los estados - ha pasado a ser un
derecho que defiende y protege también a
las personas, precisamente de actos realizados contra ellas por parte de
los estados. Una manifestación concreta de ello es la existencia y
funcionamiento del Tribunal Internacional para juzgar de crímenes de lesa
humanidad, aun cuando esos crímenes estén amparados por leyes que los mismos
criminales han redactado y aprobado.
Venezuela
tiene una honrosa tradición de injerencia en otros países en defensa de
los derechos humanos. Pongamos algunos
ejemplos. Cuando en el sur del continente - básicamente en Argentina, en
Uruguay y en Chile – imperaban dictaduras claramente violadoras del derecho
a la vida y de todos los derechos civiles
y políticos, Venezuela desarrolló activas formas de solidaridad con las
victimas de esas violaciones a los derechos humanos y de apoyo a quienes defendían y trataban de ampliar los
escasos espacios de libertad que lograban sobrevivir en medio de esa barbarie. Abrió sus embajadas, para que se asilaran
allí los perseguidos políticos, o sus
familiares, y el que escribe este artículo no tiene ninguna duda de que sus
hijos lograron sobrevivir gracias al apoyo prestado por la Embajada de
Venezuela, primero para que se asilaran en su sede, y posteriormente para que
abandonaran el país, bajo protección diplomática, y pudieran llegar a territorio venezolano. Venezuela, a través de su gobierno, de su parlamento
y de todas las fuerzas políticas, prestó apoyo irrestricto a los que buscaron
asilo en este país, y condenó a las dictaduras sureñas en cuanto foro internacional
se discutió la situación de las mismas, incluida la asamblea anual de las
Naciones Unidas. Desde Caracas esas fuerzas
políticas democráticas desarrollaban todo tipo de actividades en solidaridad con
las fuerzas anti dictatoriales internas, con pleno apoyo de todas las fuerzas
políticas venezolanas. Dentro de los países gobernados por estas dictaduras los
diplomáticos venezolanos sumaban sus esfuerzos, a veces discretos, a veces más abiertos,
para apoyar los procesos democratizadores y para salvar vidas de las garras de
los verdugos. El agradecimiento hacia Venezuela, de parte de chilenos,
argentinos, uruguayos y brasileños, por nombrar solo a algunos pueblos latinoamericanos,
es y será enorme y eterno. Se trató de una injerencia que enaltece a Venezuela.
Una injerencia
de otro tipo, más discutible en sus motivaciones y en su justificación moral,
es cuando aviones oficiales sirven para trasladar miles de dólares de dudosa procedencia
para apoyar a los candidatos amigos en procesos electorales internos que se
desarrollan en otros países. O cuando se
apoya y se financia a un presidente depuesto en Centroamérica, o cuando presidentes
de otros países participan en Venezuela en mítines y actos electorales como si
fueran miembros activos de los partidos organizadores del mitin correspondiente,
o cuando embajadores venezolanos participan en actos electorales en plena
campaña presidencial de otros países, levantando la mano de los candidatos
amigos.
En síntesis,
la no injerencia absoluta, o el derecho de todo gobierno a hacer lo que se le
de la gana dentro de su territorio, es una cosa del pasado. Tampoco la
injerencia puede quedar librada a los intereses y puntos de vista coyunturales
de gobierno extranjeros, que tienen un largo historial de intervenciones nefastas
en América Latina y en el mundo. Pero hay una abundante legislación
internacional - consensuada, aprobada y conocida - que se amplía y se
profundiza cada día más, en materia de la defensa internacional de los derechos
humanos, civiles y políticos, todo la cual no puede sino ser considerado como
un avance de la humanidad contemporánea.
sergio-arancibia.blogspot.com
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