(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 28 de
septiembre de 2016)
Las ventajas
comparativas dicen relación, en última instancia, con el hecho de que un país
pueda producir un determinado bien a un precio más barato que otros
competidores internacionales, debido a que cuenta con una mayor dotación de
ciertos recursos naturales - tal como el
petróleo, el cobre, el hierro, la bauxita, etc. Mientras las condiciones que le
conceden esa ventaja se mantengan, el país verá de su conveniencia producir
tanto como se pueda del producto correspondiente, venderlo en los mercados
internacionales y comprar con los ingresos que obtenga aquellos bienes y
servicios en que sus ventajas productivas no sean tan altas.
Venezuela ha
sido manifiestamente bien dotada por la naturaleza en lo que respecta a la
disponibilidad de hierro, petróleo y bauxita, entre otros productos. Se puede
decir que tiene ventajas comparativas en la producción de los bienes que más
inmediatamente se pueden generar con esos recursos naturales. Pero esas
ventajas se pueden perder. No son eternas ni inmutables. Si la tecnología que
se utiliza en la producción de los bienes correspondientes es abiertamente
obsoleta, por ejemplo, por mucho que la naturaleza coopere haciendo abundante
un determinado recurso natural, esa ventaja se perderá en el proceso de
producción.
Tener
ventajas comparativas en la producción de petróleo o de bauxita, por ejemplo,
significa que con la misma tecnología que se emplea en otras latitudes del mundo,
o con la tecnología media que usan los competidores internacionales, las
empresas venezolanas pueden obtener un rendimiento mucho mayor, y costos de
producción mucho menores, precisamente por obra y gracia de esas ventajas que
son atribuibles a la naturaleza. Pero si la tecnología de producción o de
extracción es obsoleta o rudimentaria, entonces la ventaja comparativa
sencillamente desaparece.
Lo mismo
puede suceder si la gerencia cree que esa ventaja inicial le autoriza a
incrementar en forma desmedida la nómina de trabajadores. Cualquiera de esas
circunstancias conducirá a incrementar los costos y a perder en el mercado
internacional la ventaja que la naturaleza ofrecía. Mucho de esto está presente
en la situación que enfrenta la industria del aluminio y la industria
siderúrgica: ventajas dadas por la naturaleza que han sido alegremente
desperdiciadas por una mala gestión tecnológica y/o gerencial.
Si un país
tiene ventajas comparativas en un determinado producto, el cual a su vez sirve
de insumo o de materia prima a otros productos con mayor grado de
manufacturación, pueden suceder varios escenarios. En primer lugar, si la
industria primera – la que produce el bien donde se concentra la ventaja
comparativa - vende al productor aguas abajo a precios internacionales,
entonces este último no tiene ventaja comparativa alguna. Compra la materia
prima al mismo precio al cual la compra cualquier competidor internacional. Si
logra finalmente una ventaja a nivel internacional será por la calidad de su
proceso de producción y/o y por la eficiencia de su gerencia. Muy por el
contrario, si compra la materia prima a un precio más barato que la competencia
internacional, eso significa que la industria primera está sacrificando parte
de sus ganancias para hacer competitiva a la industria aguas abajo. Puede
suceder que esta última mantenga o incluso incremente esa ventaja que ganó en
la compra de la materia prima, con lo cual el país terminaría vendiendo el
producto final con un mayor valor agregado y con ventaja comparativa. La adecuada integración de toda esa cadena
productiva termina así siendo positiva.
Pero puede
suceder también que la falta de eficiencia tecnológica y/o gerencial de la
empresa que recibe la materia prima termine por sacrificar la ventaja inicial,
y la ventaja comparativa se pierda tanto para el producto inicial como para el
producto aguas abajo.
En otras
palabras, el tener ventajas comparativas en un determinado producto no asegura
que se tengan ni que se mantengan las ventajas comparativas en toda la cadena
productiva que se inicia con ese producto agraciado por la naturaleza. Así, por
ejemplo, tener ventaja en el hierro, no asegura ventaja comparativa en la
industria siderúrgica, ni esta última asegura ventaja alguna en la industria
metalmecánica. Lo mismo puede suceder en la cadena que se inicia con la bauxita
o con los plásticos. Es un grave error conceptual y político suponer que un
país, por tener ventajas comparativas en un producto primario, tiene asegurado,
por ese hecho, el tener ventajas comparativas en toda la cadena de producción
que se puede generar a partir de ese producto.
En todo
caso, si las empresas aguas abajo son empresas privadas, ellas detectarán con
bastante rapidez si pueden o no crear o mantener las ventajas comparativas iniciales,
o lo que deben hacer en términos tecnológicos o gerenciales para ser
competitivos internacionalmente. En caso de compras de materia prima
realizadas, dentro del mercado nacional, pero a precios internacionales, el
desafío tecnológico y gerencial es mayor aún. La asociación con empresas
extranjeras que aporten capitales, tecnologías y/o mercados, es una alternativa
que siempre es necesario analizar.
En síntesis. las cadenas productivas son
positivas – y terminan por incrementar el valor agregado finalmente exportado -
en la medida en que todos sus eslabones exhiben elevados niveles de eficiencia
productiva, tecnológica y gerencial.
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