(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición impresa
de TAL CUAL el día 28 de octubre de 2016)
La política
más corriente que impera a nivel internacional, en materia de aranceles
aduaneros, es ponerle aranceles elevados a los productos manufacturados y aranceles
sustantivamente más reducidos a las materias primas. Eso se supone que potencia las importaciones
de materias prima, y protege la producción manufacturera interna. Es una forma
de decirle al resto del mundo, sobre todo a los países en desarrollo, que se
espera de ellos que continúen en su rol tradicional de productores y
exportadores de materias primas pero que no intenten producir bienes
manufacturados, pues la entrada de estos últimos a los grandes mercados
consumidores les será sumamente difícil.
China no es
una excepción en esta materia. Un reciente informe del BID expone que los
bienes manufacturados tienen en ese país un arancel aduanero promedio de 11 %,
mientras que los bienes intermedios solo pagan en aduana un arancel de 4.9 %.
Las materias primas, a su vez, pagan un arancel aduanero promedio de 1.09 %.
América
Latina ha exportado a lo largo del siglo XXI una gran cantidad de productos
primarios al mercado chino: hierro, petróleo, cobre, soya, entre otros. Eso fue
un buen negocio para los países latinoamericanos mientras estos productos
tuvieron altos precios en el mercado internacional. Hoy en día, con precios
deprimidos, se descubre una vez más que ese esquema de división del trabajo en
el comercio internacional no es una buena cosa para los países en
desarrollo. Sería mucho mejor si los
productores de cobre, de petróleo o de soya pudieran exportar esos mismos
bienes pero con un mayor valor agregado, es decir, con un mayor grado de
manufacturación. Pero esos productos tendrían que vencer una barrera
arancelaria más alta si pretenden entrar al mercado chino y/o de la mayoría de
los grandes mercados internacionales.
Una solución
a esta situación es negociar tratados de libre comercio con China, lo cual
permitiría entrar a ese mercado con productos con mayor grado de
manufacturación que no pagarían arancel alguno. Ese es el camino que han
emprendido países latinoamericanos como Chile, Perú y Costa Rica. Pero eso
implica – como reciprocidad- que los países latinoamericanos tienen que abrir en
mayor medida sus mercados a las mercancías provenientes de China, que es una
cosa que muchos países temen. En realidad, poner a los productos chinos a
competir en nuestros mercados con los productos europeos o norteamericanos no
es necesariamente una mala cosa.
Venezuela -
que ha exhibido tradicionalmente una antipatía visceral a los tratados y
acuerdos de libre comercio – se encuentra en una situación muy peculiar como
para negociar comercialmente con China. El comercio entre ambos países ha
llegado a ser elevado y Venezuela necesita con desesperación mercados hacia
donde canalizar sus intentos de incrementar sus exportaciones. Sin embargo,
existe un problema: ya Venezuela ha entregado todas las pruebas de amor que se
le han solicitado y tiene poco que negociar que los chinos no hayan ya
conseguido. Pero quizás todavía es tiempo de poner orden en esa situación y
negociar una situación de ganar-ganar.