(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 24 de Septiembre
de 2015)
Colombia sufre
un intenso contrabando de extracción. Miles de ciudadanos provenientes de
ciudades fronterizas van semanalmente a Colombia a realizar allí sus compras
domésticas habituales - además de ropa y electrodomésticos - pues los precios
son allí más baratos que en el país vecino. Colombia no parece estar particularmente
preocupada por esta situación por varias razones. Por un lado, por qué esas compras le
dejan aproximadamente 3.7 millones de
dólares por mes a la economía de las ciudades fronterizas. Además, desde el
punto de vista formal eso constituye una exportación de mercancías, que es
precisamente lo que Colombia intenta llevar adelante en la mayor cuantía
posible. La devaluación de la moneda colombiana en lo que va corrido de este
año, y los esfuerzos institucionales del gobierno y del empresariado, desde
hace varios años a esta parte, van encaminados a exportar tanto como sea posible,
a los países vecinos o a los países de cualquier rincón del planeta. Así que Colombia
no tiene problema alguno con este “contrabando de extracción”. No se trata,
desde luego, de productos subsidiados, sino de bienes que se venden en las
ciudades de la frontera al mismo precio que en todo el resto del país, es decir, al precio de mercado.
En estricto sentido, si esas ventas no se hicieran el detal, sino que se hicieran
al mayor, deberían venderse a un precio menor que el precio interno, pues
cabria descontar el IVA y también, si es que cabe, los impuestos arancelarios
que se pagaron cuando se internaron al país los insumos importados que puedan
estar presentes en esas mercancías. Así se hace en una inmensa mayoría de los
países del globo. La política, claramente permitida en los convenios
internacionales, es no exportar impuestos.
Si algún país
se ve afectado por estas compras en territorio colombiano, dicho país tiene todo
el derecho del mundo a evitar que esas mercancías entren libremente al territorio
de su propio país, pero no tiene por que reclamarle a Colombia que venda en su
territorio lo que alguien quiera comprarle.
Además, se trata de compras realizadas con dólares contantes y sonantes,
legalmente adquiridos y canjeados en las casas de cambio legalmente existentes
para tales fines.
Todo esta
situación descrita en las líneas anteriores es la que caracteriza el comercio transfronterizo
entre Ipiales, en el sur de Colombia, y Tulcan, en el norte del territorio ecuatoriano.
Ecuador tiene
todo el derecho del mundo a tratar de evitar por vías administrativas, o por
las vías de los incentivos económicos, que esta situación se mantenga, pues
implica una salida de dólares que ya adquiere una magnitud significativa. Tiene
incluso el derecho a cerrar su frontera e impedir que sus connacionales viajen
a Ipiales, si así lo estimase conveniente. Pero el gobernó ecuatoriano no ha
actuado de esa manera. Ha tomado medidas que parecen bastante inteligentes. Se trata
en lo sustantivo, de cobrar aranceles a las mercancías que entran por tierra, al igual como lo hacen las mercancías
que entran por vía aérea o marítima al territorio ecuatoriano. Una medida de
esa naturaleza encarece en esa zona fronteriza el producto proveniente de
Colombia, protege un tanto la producción y el comercio local, y evita la salida de dólares. Parte de la siempre
complicada economía de las zonas fronterizas se manifiesta también entre
Ipiales y Tulcan por el hecho de que el petróleo es más barato en el lado ecuatoriano,
lo cual provoca, que en este particular producto, las compras se hacen por
parte de colombianos que viajan al lado ecuatoriano a abastecer los tanques de
sus vehículos.
Solución ecuatoriana: cobrar, en esa zona, un precio más caro a la gasolina que se expende
a los vehículos con matrícula o placa extranjera. Colombia, le gusten o no le
gusten esas medidas, no tiene derecho a reclamar por ellas.
El secreto
del éxito parece ser que cada uno despliegue todas las medidas que entran
dentro del campo de su soberanía y del mejor servicio a sus intereses, y cada
uno respete, al mismo tiempo, las decisiones soberanas del otro, sin que
ninguno pretenda imponer al otro su propia política económica, cambiaria,
aduanera, monetaria o social.
sergio-arancibia.blogspot.com
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