(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 28 de mayo
de 2015.)
Pobreza y
desigualdad son dos problemas diferentes que enfrentan las sociedades contemporáneas.
No se trata del mismo fenómeno, y ni siquiera de fenómenos que caminen en la
misma dirección.
La pobreza se
refiere- en la terminología imperante en América Latina, que no es la misma que
la imperante en Europa – a una situación en la cual los individuos que la padecen no tienen condiciones como para
adquirir en el mercado una cantidad de bienes y servicios necesarios como para
llevar una vida digna. Se habla en nuestros países de la pobreza y de la extrema
pobreza. Los extremadamente pobres son aquellos que ganan una cantidad igual o
menor que la necesaria para adquirir una canasta básica de bienes con los cuales
se puede subsistir. Los pobres son los que ganan dos veces esa cantidad, o menos. La pobreza y la extrema pobreza han venido
disminuyendo en el mundo, en América Latina y también en Venezuela en los últimos
20 años. La comunidad internacional incluyó entre los grandes objetivos del
milenio ciertas metas explicitas con
relación a la reducción de la pobreza y de la extrema pobreza, y la mayoría de
los países han cumplido esas metas, aun
cuando en los últimos dos o tres años esa tendencia positiva comienza a revertirse
en muchas partes del mundo. Para América Latina en su conjunto la pobreza pasó
de un 43.8% de la población en 1999, a
un 28.1 % en el 2013. Para Venezuela en particular, ese indicador pasó de un
49.4 % de la población en el 1999, a un 32.1 % de la población en el 2013, pasando
por de 25.4% en el 2012, según datos de la Cepal.
La desigualdad
es una cosa diferente. Hay sociedades donde no hay nada parecido a la pobreza -
en los términos en que la definimos en América Latina - pero hay desigualdades
de ingresos entre los diferentes ciudadanos del país, de modo tal que algunos
ganan mucho y otros ganan muy poco. Esa desigualdad, así entendida, ha venido
creciendo en los últimos 20 años, en los países pertenecientes a la OCDE – los más desarrollados del mundo
contemporáneo – según un estudio reciente de dicha organización.
Países como
China y la India han logrado resultados espectaculares en materia de reducción
de la pobreza, y eso indudablemente pesa en los promedios mundiales. Pero
América Latina también ha reducido en forma sustantiva sus niveles de pobreza y
de extrema pobreza en las últimas décadas, tal se refleja en las cifras
señaladas anteriormente. Pero es enteramente
posible que la desigualdad haya crecido
en todos y cada uno de esos países o regiones mencionadas.
Es decir,
hay países donde la pobreza puede decrecer, pero al mismo tiempo puede aumentar
la desigualdad. Se trata de países donde hay crecimiento de la producción o de
la riqueza disponible y los pobres viven mejor y/o abandonan su condición de
tales. Pero hay al mismo tiempo una manifiesta inequidad en la distribución de
esa riqueza. Los pobres son menos pobres, pero los ricos son mucho más ricos, y
la brecha entre unos y otros es más amplia.
Pero hay
también países donde la pobreza puede aumentar y al mismo tiempo aumentar la
desigualdad, lo cual sería la peor de todas las circunstancias posibles. Se
trata de países donde los pobres son cada vez más pobres y los ricos son cada
vez más ricos, creciendo por lo tanto la brecha entre ambos.
Lo ideal
sería, sin lugar a dudas, un tipo de crecimiento en el cual junto con mejorar
las condiciones de ingreso y de existencia de los más pobres, se redujera
también la distancia entre los sectores de menores y de mayores ingresos. Pocos
países hay que hayan caminado en forma
sostenida en esa dos direcciones, pero sigue siendo una meta presente en el
ideario progresista de la humanidad contemporánea.
Todo parece
indicar que la sociedad de mercado no camina por si sola ni en dirección a una
mayor equidad - es decir, hacia una reducción de la desigualdad - ni hacia una
mera reducción de la pobreza. El conseguir esas metas exige del accionar expreso
del Estado como redistribuidor de ingresos y como generador de oportunidades.
En otras palabras, se necesita de una política tributaria que grave más a los
que más tienen, y de una política de gastos, fundamentalmente en educación y
salud, que permita eliminar desde la infancia las desigualdades de
oportunidades que van desde temprana edad manteniendo en la pobreza a los que
provienen de familias pobres.
sergio-arancibia-blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario