(Articulo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 21 de mayo
de 2015.)
El Bank o of
America realizó recientemente un estudio en el cual pone de manifiesto que en
la Venezuela actual está en plena vigencia un volumen de subsidios que alcanza
al 10.4 % del PIB, lo cual corresponde aproximadamente a 38 mil millones de
dólares. Dicho estudio considera solamente
tres fuentes de subsidios: por un lado,
los dólares baratos para importación de bienes y servicios de consumo, por
donde se va un 5.2 % del PIB. En segundo lugar, los dólares baratos - y por lo tanto
subsidiados- para importación de bienes de capital, por donde se gasta un 1.6 %
del PIB y los subsidios implícitos en el precio de la gasolina barata, lo cual
representa un 3.5 % del PIB.
Si esos subsidios - que no están actualmente focalizados en
determinados sectores objetivo, sino que van de una u otra forma al conjunto de
la población, o incluso a los sectores más ricos de la misma - se pudieran canalizar
directamente a los sectores más pobres, se podría pensar en que una persona
pobre reciba un subsidio de 100 dólares al mes, o de 1200 dólares al año, lo
cual es más que el salario mínimo que recibe hoy en día un grueso porcentaje de
la masa trabajadora. Ese subsidio, dirigido a 5 millones de pobres,
significaría un gasto para el Estado de 6 mil millones de dólares al año. Si se
quisiera abarcar a un sector más amplio de la población - por ejemplo a 10
millones de los más pobres - eso tendría un costo para el país de 12 mil
millones de dólares. En cualquier caso, bastante menos que lo que se gasta en
el desordenado sistema de subsidios actualmente existente.
Subsidiar sectores
sociales o sectores productivos no es una cosa intrínsecamente mala en el seno
de una economía. Por medio de los subsidios dirigidos al consumidor se pueden
paliar situaciones sociales extremas – como el desempleo- que privan a muchos sectores sociales de
bienes y servicios que la propia constitución reconoce como parte de los
derechos de los venezolanos. Por la vía de los subsidios a las personas se puede
incrementar el consumo de bienes y servicios esenciales, lo cual a su vez incrementa la demanda y la producción
de los mismos a lo largo y ancho del país. Por medio de los subsidios a la
producción se puede incentivar la oferta de bienes y servicios considerados social
y/o económicamente prioritarios. Por
medio de los subsidios condicionados a la realización de determinadas
actividades se puede obligar a que los niños vayan al colegio, o que cumplan
con los controles médicos, o que incluso los padres asistan a actividades de
capacitación profesional que les permitan en algún momento un nivel mayor de
productividad laboral.
La operación
práctica de los subsidios es obviamente más compleja que lo que fluye de estas
líneas, que tienen solo el objetivo de mostrar una visión general del problema.
En la práctica el subsidio no puede sustituir a la posibilidad de trabajar, ni
pueden estar encaminados a generar un ejército de parásitos que vivan del
subsidio estatal. Los subsidios deben ser
canalizados hacia los más pobras,
a los más viejos, a las mujeres dueñas de casa con cierta cantidad de hijos, a
los enfermos crónicos, a jóvenes en su primer trabajo, o a los desempleados, a
los jóvenes en proceso de capacitación, y a otros sectores sociales en los
cuales se quiera focalizar el subsidio.
Pero lo cierto es que la economía
venezolana tiene recursos, aun en las situaciones críticas del presente, como
para usar la herramienta de los subsidios en una forma social, política y
productiva más eficiente que la actual.
sergio-arancibia.blogspot.com
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