(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 29 de abril
2015)
Al Comité
Internacional de la Cruz Roja se le suele denominar, impropiamente, como Cruz Roja Internacional. En realidad este último organismo no existe.
Lo que existe es el Comité internacional de la Cruz Roja, CICR, que se corresponde con la Cruz Roja Suiza, a
la cual se le encomiendan las misiones de carácter internacional y humanitario
que entran dentro del ámbito de acción de este organismo extendido
prácticamente por todas partes del mundo.
El que
suscribe este artículo estuvo preso en Chile - por sus ideas políticas y por su
participación previa en el Gobierno de Salvado Allende - durante la dictadura
de Augusto Pinochet. Eso implicó que fuera a dar con mis huesos a un campo de
prisioneros que se estableció en el medio del desierto de Atacama, lugar
desolado e inhóspito que tenía - desde el punto de vista de los militare de ese
entonces - la ventaja de que nadie podía intentar escapar de allí - por la
imposibilidad de atravesar el desierto e intentar llegar a alguno de los
distantes centros poblados - y además,
por que se suponía que estaba suficientemente fuera de la visión del resto de
los chilenos y del mundo.
En ese sitio - el campo de prisioneros de Chacabuco
- fuimos sin embargo visitados en algún momento del año 1974 por una delegación
del Comité Internacional de Cruz Roja, debidamente autorizada por la dictadura
para visitarnos y para entrevistarse libremente con los que estábamos allí detenidos.
Eso implicó para el conjunto de los prisioneros que allí estábamos
no solo que un organismo de alta solvencia técnica y moral certificara nuestro
estado de salud – lo cual desde luego tenía altísima importancia- sino que también, y por sobre todo, que
certificara que existíamos y que estábamos vivos en el día y lugar de la visita
del CICR. Eso impedía en lo inmediato
que la dictadura nos hiciera desaparecer o que negara habernos detenido. Era en la práctica, un certificado, y en
alguna medida una garantía, de sobrevivencia.
Era poco en
realidad lo que el CICR podía hacer, en concreto, por modificar el status jurídico
de nuestra detención, ni tampoco por modificar las condiciones materiales de
sobrevivencia en ese campo de prisioneros. Pero la visita y la presencia de la
CICR significó un tremendo aliciente moral para los cientos de prisioneros que
allí nos encontrábamos. Significaba que
el mundo estaba atento a nuestra situación, que no estábamos solos, y que la
institucionalidad mundial en materia de derechos humanos hacia cuanto podía por
nosotros.
Como
sabíamos que tarde o temprano esa visita tendría lugar, teníamos preparado un
informe pormenorizado de la situación médica o de salud de cada prisionero,
elaborada de acuerdo a patrones internacionales por los mismos médicos que formaban parte de los
detenidos. También se le informó al CICR
sobre las condiciones de
alimentación, habitación, hacinamiento, régimen interno y condiciones
de atención sanitaria de los prisioneros
en caso de enfermedades que ameritaran tratamiento clínico u hospitalario. La
vista del CICR se convirtió así en una ventana para que el mundo conociera de
nosotros y de nuestra situación. Quienes allí estuvimos guardamos hasta el día de hoy, en nuestros
corazones, un sentimiento de gratitud y de simpatía hacia el CICR, valoramos su
accionar en todas partes del mundo y hacemos lo posible para que su presencia y
su accionar no se vean limitada, en ningún rincón del planeta.
La mayoría
de los que hemos pasado por experiencias de esa naturaleza somos los principales impulsores de un mundo en que nadie sea detenido
sin cargos concretos y sin el debido proceso. Creemos que cualquiera que sea el país en el que nos
encontremos es necesario luchar por un mundo en que ese tipo de prácticas esté
totalmente erradicado. Para ello ayuda que toda la legislación y el accionar de los gobiernos, organismos e
instituciones nacionales e internacionales esté al servicio de prevenir, supervisar
y combatir las prácticas de la detención arbitraria y/o por razones políticas,
en cualquier país donde eventualmente se den esas situaciones. Y en
ese campo el Comité Internacional de la Cruz Roja tiene un limpio e impecable
prestigio. Quienes se oponen a su presencia y su accionar, en Venezuela o en cualquier otro país del
mundo, se colocan en contra del sentir internacional y en una posición más opresiva y menos transparente
que la propia dictadura de Pinochet, lo cual es bastante decir.
sergio-arancibia.blogspot.com
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