(Artículo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS
el día 26 de marzo de 2013.)
De los varios millones de habitantes que tiene Caracas, debe haber un
porcentaje muy pequeño que ha visitado los llanos venezolanos y que ha
tenido la oportunidad de ver en libertad a una docena de babos (caimán
crocodilus) tomando el sol a la orilla de algunos de sus muchos cursos
de agua.
A los chiguires, que son los roedores más grandes que se conocen - y
que viven en grandes familias en las mismas aguas donde se bañan los
caimanes - la mayoría de los venezolanos ni se los imaginan como son.
Podríamos agregar, en esta lista de grandes desconocidos, a las
anacondas - o culebras de agua, de gran tamaño - o las bandadas de
garzas negras, blancas o rojas, que levantan el vuelo por miles cuando
algún ruido mecánico altera en tierra firme su metódica búsqueda de
alimentos. Es altamente probable que el porcentaje de caraqueños que
han visitado Miami o Disneyworl sea mayor que el porcentaje de los que
han visitado esa hermosura de llano que se abre al sur del rio Apure,
y que se han extasiado con su flora, su fauna y la infinitud de sus
horizontes.
Para muchos, todo esto tiene sabor a turismo aventura, a peligros, a
incomodidades, a folklorismos trsanochados, y muchas veces incluso a
imposibilidades de acceso. Por ello, me siento tentado a escribir
estas líneas en relación al Hato El Cedral, que es una empresa
agropecuaria, de 53 mil hectáreas, ubicada cerca de la población de
Mantecal, al sur del rio Apure. Además de la producción de ganado,
propia de las explotaciones de la zona, allí se dedican también a
potenciar el turismo ecológico. En esas profundidades del llano no es
usual encontrar buenas instalaciones hoteleras. Por ello es extraño
encontrar en el Hato El Cedral, para disfrute de los turistas, un
conjunto de habitaciones de excelente calidad, propias de cualquier
hotel de tres o de cuatro estrellas, con baños privados, agua
caliente, televisión por cable, aire acondicionado, neveras y camas
cómodas, todo en un ambiente de limpieza y de cuidado. A todo ello se
agrega la piscina y un caney con fuente de soda, donde venden cerveza
y regalan agua embotellada y refrescos durante todo el día.
Pero lo más interesante del Hato el Cedral son las excursiones guiadas
que dos veces al día realizan por diferentes parajes llaneros, para
consumo de los huéspedes. Algunas de ellas en camiones especialmente
acondicionados para el traslado y la visión por parte de los turistas,
y otras en lanchas para atravesar las lagunas, esteros y demás cursos
de agua. Todos esos paseos, con guías de la zona, o personal
especializado en el turismo ecológico. Esas excursiones son una
tremenda fiesta para los sentidos, para el conocimiento y para el
alma.
Este Hato está hoy en día en manos del Estado. Fue expropiado hace
pocos años atrás a sus antiguos propietarios, que son los que
comenzaron con esta actividad. No tengo puntos de comparación para
emitir juicios sobre si la calidad de los servicios ha mejorado o ha
empeorado con el cambio de propietarios. Pero los servicios actuales
son buenos y los precios no son ni muy caros ni muy baratos. Creo, en
todo caso, que son más baratos que un día todo incluido en Margarita o
en Aruba.
No es usual que este articulista aborde este tipo de reflexión en su
producción periodística, pero este es un caso excepcional, que
justifica salirse de la rutina. Se trata de una actividad de
excelencia turística y ecológica, que vale la pena apoyar y estimular,
y que tiene mucho que mostrar y que enseñar a muchos venezolanos.
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