(Artículo de Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 22 de Marzo de 2013.)
Tiempos hubieron en la historia de la humanidad en que la inversión
que los países hoy en día llamados desarrollados llevaban adelante en
los países pobres, subdesarrollados o en desarrollo, era un puro y
simple saqueo.
La explotación y exportación de los recursos naturales implicaba que
dejaban algún monto de salarios en manos de los trabajadores nativos
y algunos tributos de menor cuantía en manos de los gobiernos locales,
y todo el sistema les permitía acuñar inmensas fortunas que
alimentaban el desarrollo industrial y financiero de los países de
origen de los capitales. Los gobiernos locales, por ignorancia, por
debilidad o por corrupción, no tenían acceso a las contabilidades
respectivas, y no tenían conocimiento alguno de los costos y de las
ganancias de las compañías extranjeras. No tenían tampoco acceso a los
precios de venta internacionales, ni a los costos de los equipos y
bienes de capital presentes en las actividades productivas, ni a las
tasas de interés de los préstamos que las empresas extranjeras se
hacían entre sí. Estaban, además, sujetos, a todo tipo de presiones
–diplomáticas, económicas y militares - para adecuar la legislación
laboral, tributaria, portuaria o bancaria, a los deseos y necesidades
de las empresas inversoras. Era la época de oro del imperialismo.
Hoy en día los Estados de los países en desarrollo tienen Gobiernos
más fuertes, lo cual se pone de manifiesto en que tienen mayor
capacidad de diálogo y de negociación con las empresas y con los
países extranjeros. Están deseosos de que el capital extranjero se
radique en sus países – pues eso implica ventajas comerciales,
tecnológicas e incluso políticas - pero están en condiciones de
imponer legislaciones laborales, ambientales, tributarias, aduaneras,
etc., que impliquen menores costos y mayores beneficios a los países
donde esos capitales se radican. La mayor competencia internacional
entre países y entre empresas trasnacionales les da también mayor
capacidad de negociación a los países en desarrollo. En algunos casos,
estos están incluso en condiciones de llevar adelante por si solos
actividades productivas que antes requerían obligatoriamente de la
capacidad tecnológica extranjera. Se han modificado las correlaciones
de fuerza, nacionales e internacionales, presentes en esa vieja y
conflictiva relación.
La tributación sigue siendo, sin embargo, un campo donde las empresas
trasnacionales pueden hacer todavía una serie importante de trampas
que implican costos o pérdidas importantes para los países en
desarrollo. Por la vía de ponerle precios arbitrarios a los
intercambios entre empresas relacionadas internacionalmente – los
llamados precios de transferencia- o por la vía, muy similar, de
cobrar tasas de interés arbitrarias a los prestamos financieros o
comerciales entre empresas filiales, las empresas pueden ir haciendo
aparecer las ganancias en un país o en otro, en función de la mayor o
menor tributación que cada uno de ellos imponga a los capitales
locales o extranjeros. Todo esto está en estrecha relación con los
llamados paraísos fiscales, donde los capitales pueden radicarse - de
ida o de regreso de sus incursiones internacionales - pagando tasas
sustantivamente menores a las que pagarían en cualquier otro lugar del
planeta. Barbados, Bermudas o Islas Vírgenes – estos dos últimos
territorios británicos - son algunos de los paraísos fiscales más
utilizados en esta parte del mundo. Hacia los tres, tomados en su
conjunto, se canaliza el 5.1 % de la inversión mundial - más que hacia
Alemania o hacia Japón - y desde allí salen el 4.5 % de la inversión
que recorre los diferentes continentes.
ERRADICARLOS
Las Islas Vírgenes son el mayor inversor en China y las Bermudas es el
segundo inversor en Chile, todo lo cual, desde luego, no tiene nada
que ver con la capacidad productiva que se lleva adelante en esos
pequeños territorios. Además de servir de base de operaciones a las
empresas trasnacionales, en busca de los menores impuestos, estos
paraísos fiscales también sirven de base de ocultamiento a los
capitales que salen en forma ilícita de los países desarrollados o en
desarrollo, y que provienen de la corrupción, el saqueo de las
finanzas públicas, el narco o las comisiones por favores recibidos.
Poner coto a los efectos que los paraísos fiscales tienen para los
países en desarrollo es una de las tareas modernas que estos tienen en
su lucha por la independencia y la soberanía.
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