(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de EL MUNDO ECONOMÍA Y
NEGOCIOS, el día 18 de mayo de 2017)
Los países
de la América Latina no están creciendo en forma acelerada - como lo hicieron en
la primera década del presente siglo - pero no están tampoco sumidos en una
crisis o en una depresión imparable. Están creciendo más lentamente que en
otros momentos del pasado reciente. La baja en los precios de las materias primas,
en el mercado internacional, les ha generado problemas a todos, pero no todos
han sufrido en la misma forma. Hay países que contaban con reservas internacionales,
a las cuales pueden recurrir en período de vacas flacas, o tenían una menor
dependencia con respecto a la principal materia prima de exportación, o habían tejido
con anterioridad una red de convenios internacionales que les permiten acceso
privilegiado en ciertos mercados, donde pueden llegar con mercancías no
tradicionales, o pueden reducir ciertos gastos fiscales sin causar hambrunas
generalizadas ni búsqueda de alimentos en medio de la basura. Pero Venezuela es
la excepción a lo que sucede en toda la América Latina por dos razones: no hay
crecimiento, ni hay democracia.
En Venezuela
las reservas internacionales del Banco Central están en el nivel más bajo de
los últimos 20 años - 10.137 millones de dólares, a principios de mayo - nivel menor incluso que cuando el precio del
petróleo no superaba los 10 dólares por abril, en los últimos años del gobierno
de Caldera. Y gruesa parte de esas reservas están constituidas por oro monetario,
que tiene menor liquidez que las divisas constantes y sonantes, y tiene mayores
costos para ser vendido y/o transportado.
Venezuela se
presenta ante los mercados financieros internacionales con la tasa de riesgo
país más elevada de toda nuestra América -2.228 puntos a principios de mayo - lo cual refleja que la comunidad internacional
visualiza con preocupación la capacidad de pagos que puede presentar el país en
el futuro cercano.
Venezuela tiene
un parlamento que ha sido despojado de sus atribuciones de dictar leyes y de
ejercer control sobre el Ejecutivo, y tiene un Poder Judicial que permite que muchas
personas estén privadas de libertad durante meses o años por juicios de dudosa
legalidad, o incluso sin juicio alguno.
En
Venezuela, por lo tanto, el Ejecutivo actúa sin control del parlamento ni del poder
Judicial, con amplios poderes para gobernar por la vía de decretos leyes y con
control casi absoluto de la prensa. La capacidad del Ejecutivo de imponer un
criterio único, por lo tanto, en
materias políticas o económicas, es casi total
Sin embargo,
o quizás como consecuencia de todo ello, se exhibe el nivel inflacionario más alto
del planeta tierra y la caída más violenta del PIB, y las manifestaciones en
pro de democracia más masivas y sostenidas de todo el continente.
El cojo
siempre tiende a echarle la culpa al empedrado, pero en este caso eso resulta
bastante difícil: se hace evidente ante los ojos de la inmensa mayoría del país,
y ante la comunidad internacional, que Venezuela se ha sumido en los infiernos
por obra y gracia de un gobierno absolutamente ineficiente y con un alto
talante autoritario y dictatorial. La democracia se perfila, una vez más, como
un sistema político no solo bueno desde un punto de vista ético – todos los ciudadanos
tienen los mismos derechos- sino también desde un punto de vista de la eficacia
y la eficiencia económica. Jamás Venezuela habría llegado a los niveles en que
se encuentra si hubiera gozado de mínimas condiciones de democracia política.
La dictadura definitivamente no paga.
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