(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 18 de mayo
2017)
El peligro
mayor que entraña la asamblea constituyente propuesta por el Presidente Maduro
radica en el hecho de que ésta asumiría, desde el momento mismo de su instalación,
el poder absoluto en el seno del Estado venezolano.
Es decir, se
acabaría el poder legislativo – que ya está casi acabado – el poder judicial –
que goza de poco prestigio– y incluso el
poder ejecutivo actual, que no da señales de tener capacidad de ejercer
sabiamente el poder que le ha sido asignado. Si todos los miembros de esa asamblea
constituyente – o por lo menos una mayoría suficiente de ella – son miembros
del PSUV – lo cual se puede obtener fácilmente por la vía de definir el sistema
electoral – entonces tendríamos algo bien parecido a una dictadura del partido
de gobierno, lo cual es, a su vez, una dictadura de esa vieja guardia partidaria
que se da vueltas por todos los ministerios sin hacer nada efectivo en ninguno
de ellos.
Que redacten
o no una nueva constitución, y que ésta sea ratificada por el pueblo soberano,
son cuestiones de menor importancia para los promotores de esta iniciativa. Lo
importante no es como termina todo ese engendro, sino lo que hace durante su
corta o su larga existencia. Es decir, qué hace con todo el inmenso poder que
concentraría en sus manos desde el momento de su instalación.
Desde luego
el poder legislativo sería una de sus primeras víctimas. Desaparecería de un
plumazo. La propia asamblea constituyente asumiría la facultad legislativa, hasta
tanto no se elija otro parlamento con las nuevas normas que la nueva constitución
determine. Todos los parlamentarios deberían volver para sus casas, en el mejor
de los casos.
Algo parecido
debería pasar con la defensoría del pueblo, con la fiscalía y con la contraloría,
e incluso con los gobernadores regionales. A algunos los dejarían y a otros los
sacarían. Eso es lo que se puede hacer cuando se tiene el poder absoluto.
A los
miembros del poder judicial puede que los saquen, o que nombren un presidente
delegado, o que los dejen seguir funcionando como hasta ahora. Se han ganado un
premio de esa naturaleza.
Con el poder
ejecutivo - y con la figura del Presidente Maduro, en particular - lo que todo
el mundo sospecharía es que lo ratifiquen y lo dejen seguir apareciendo en la foto,
a menos, desde luego, que alguien de dentro o de fuera de la asamblea constituyente
se ponga creativo en esa materia y pretenda inventar cosas nuevas. Nunca se
puede estar seguro.
¿Qué harían
con las fuerzas armadas? Estarían dadas las condiciones como para que obtengan
todo lo que estimen necesario solicitar. Nuevas relaciones con el poder civil
nuevas funciones tutelares sobre el funcionamiento del Estado, nuevas
reivindicaciones corporativas. Todo.
Ese es el
precio de una instancia - cualquiera que ella sea - que asuma el poder absoluto
en el seno de un Estado.
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