(Artículo de Sergio Arancibia
publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 16 de noviembre de2016)
En los mercados mundiales del
petróleo, cobre, fierro y otras materias primas- y en general en el mercado
internacional de los commodities- no
solo actúan los países o empresas productoras, por un lado, y los eventuales
usuarios o compradores por otro. Esa es una visión demasiado idílica del
funcionamiento de los mercados. Para bien o para mal, hay otros actores que
también deben ser necesariamente considerados: se trata de los fondos
especulativos, que actúan tanto como demandantes o como ofertantes, sin ser
productores ni usuarios de ninguna mercancía en particular.
Hay quienes tienen frente la
palabra “especulación” la misma reacción que si escucharan hablar de la mafia,
del crimen organizado, o de tenebrosas asociaciones ilícitas y subterráneas
destinadas a enriquecerse a costa del resto de la población, por medio de
acciones de carácter delictivo. En realidad,
por lo menos en el campo de la economía, lo especulativo no tiene ninguna de
esas connotaciones negativas. Más aún podemos decir que la presencia de los
especuladores es absolutamente normal en el campo de la economía. Los
especuladores son agentes económicos que compran en el presente ciertos activos
– pueden ser bonos, monedas, minerales, alimentos, bienes raíces, obras de
arte, o cualquier otro bien – no para consumirlos ni para incorporarlos a otros
procesos productivos, sino para poder venderlos en un futuro cercano. La esencia de dicho proceder es que los
especuladores apuestan a que en el mercado se presentará un alza del precio de
los bienes o activos que ellos están comprando, de modo que los podrán vender
en un futuro cercano a un precio mayor. Siempre es posible que el precio baje,
y que los especuladores pierdan, pero estos no se sientan a esperar lo que el
mercado les depara sino que, por lo general,
su propio accionar les permite obtener los resultados que ellos esperan.
Según Keynes, los especuladores son agentes económicos que creen conocer el
mercado mejor que el mercado mismo.
Cuando los especuladores
logran comprar una parte muy poco significativa del total de lo producido o de
lo ofertado en el mercado, el precio en dicho mercado sigue en lo fundamental
determinado por la oferta de los productores y por la demanda de quienes desean
usar prontamente ese bien para efectos de consumo final o de consumo
intermedio. En otras palabras, los especuladores - si bien existen y obtienen
ganancias - no tienen capacidad, en las circunstancias mencionadas, como para
incidir en forma significativa el precio del mercado.
El problema se complica
cuando los especuladores tienen un poder de compra de tal magnitud, que las
cantidades que compran hoy en día en el mercado - o las cantidades que están en
condiciones de lanzar al mercado en un futuro - son lo suficientemente grandes
como para incidir en forma sustantiva en el precio de la mercancía. En esas,
circunstancias los especuladores se convierten en agentes que pueden influir
sobre el resultado de la apuesta que ellos mismos han realizado, lo cual
implica una distorsión grave en el funcionamiento de cualquier mercado.
Las apuestas de los
especuladores pueden ser de muy variado tipo. Pero lo más clásico o usual es
que si visualizan que los precios de mercado de una determinada mercancía
tienen una tendencia a subir o, dicho en otras palabras, si hay fuerzas en el
mercado que apuntan hacia el alza del precio de un determinado producto,
entonces es el momento precisamente de comprar, para poder vender cuando esa
alza de precios efectivamente se materialice.
Si actúan en esa forma y de acuerdo a esa lógica, su propia demanda se
convertirá en una fuerza que empuje en dirección al alza de los precios, con lo
cual su visión del mercado se convertirá en una profecía auto cumplida. Los
incrementos de precios serán en esa medida más rápidos o más explosivos que si
esos especuladores no existieran.
Durante unos cuantos años del
siglo XXI las materias primas que América Latina estaba y está en condiciones
de exportar presentaron una clara tendencia alcista. Se trataba de un período
de alta demanda, dada por el crecimiento de la economía china, y de alta
presencia en el mercado de fondos especulativos que buscaban oportunidades de
inversión rentable más en los países en desarrollo que en los países
desarrollados. Subió en el mercado internacional no solo el precio del
petróleo, sino también el precio del cobre, de la soya, del hierro, etc. Pero
si los precios del barril de petróleo estuvieron cerca de los 150 dólares por
barril - hace algunos pocos años atrás - no se debió a que la demanda final
hubiera sido dos o tres veces la que impera hoy en día en el mercado
internacional del crudo, ni porque la oferta hubiera sido la mitad o menos de
lo que es hoy en día. Esos precios se explican en alta medida por la presencia,
en esos momentos, de compras especulativas en dicho mercado.
Pero ahora, cuando los chinos
no han dejado de crecer - pero han moderado su ritmo de crecimiento - y cuando
los capitales especulativos en todo el mundo tienden a girar hacia las
economías de los países desarrollados, el peso de los especuladores sobre el
mercado de materias primas parece haberse reducido, aun cuando cuándo conservan
una presencia más modesta y nunca terminan por desaparecer del todo. En este
nuevo cuadro internacional, los cambios en el precio internacional del petróleo
o de otras materias primas será más lento o menos explosivo que en otras
ocasiones – sobre todo de la década pasada - y estará en mayor correspondencia
con lo que suceda en el lado de la producción y del consumo. Así que el
gobierno de Venezuela y Pdvsa pueden soñar con un petróleo a 70 u 80 dólares
por barril, siempre que lo hagan sin desespero y que entiendan que esas son
metas que si se consiguen, lo hacen, por ahora, paso a paso.
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