(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 14 de septiembre
de 2016.)
Estados
Unidos, Colombia y Brasil son los tres países que más pesan en el comercio
exterior de Venezuela, siempre y cuando se haga abstracción de las ventas de
oro a Suiza y de las ventas de petróleo a China. Una buena diplomacia
mandataría, por lo tanto, que se fuera extraordinariamente cuidadoso en lo que
se dice y en lo que se hace en el campo de las relaciones diplomáticas,
económicas y comerciales con todos y cada uno de esos tres países, pues lo más
altos intereses del presente y del futuro de Venezuela así lo exigen.
Sin embargo,
esos tres países son un ejemplo de los líos que se busca gratuitamente
Venezuela. Desde los tiempos tempranos de la presidencia de Hugo Chávez, éste
se dedicó a pelear, en cada discurso que pronunciaba, contra Estados Unidos,
viniera o no viniera al caso. Al poco andar, se buscó también pleitos con
Colombia: apoyó a la guerrilla interna, movilizó tropas a la frontera, retiró embajadores,
redujo el comercio, etc. Ahora es el
turno de Brasil. Los brasileños hicieron lo que estimaron conveniente hacer con
la Presidenta Dilma Rousssef, cuestión con la cual uno puede o no estar de
acuerdo. Lo puede lamentar o no. Pero lo hicieron dentro de su ordenamiento
legal y constitucional. No se puede
frente a estos hechos retirar al embajador y congelar las relaciones con ese
país. Ningún país latinoamericano - fuera de algunos pocos países del Alba, tampoco
todos - ha actuado de esa forma. Los más cautos han lamentado las
circunstancias personales que enfrenta la destituida presidenta, pero han
seguido adelante con las relaciones diplomáticas y comerciales con el nuevo
gobierno.
El mundo no
es como quisiéramos que fuera. Hay países que funcionan en materia de
institucionalidad política en una forma que no nos gusta para nada. Pero no
rompemos relaciones diplomáticas con ellos. Hay países que no respetan para
nada los derechos humanos ni las libertades civiles y políticas. Tampoco
estamos rompiendo relaciones con ellos. Nos quedaríamos solos. Puros e
incontaminados, pero solos y aislados.
Pero, además, nadie creería en nuestra solitaria batalla contra el mal,
pues internamente las cosas funcionan, en nuestro propio país, de una forma que
no es ejemplo para nadie, ni en derechos humanos ni en respeto a los derechos
civiles y políticos.
¿Deberían
todos los países que no están de acuerdo con la forma como el Presidente Maduro
administra el país retirar sus embajadores? ¿Deberían congelar sus relaciones
diplomáticas, económicas y comerciales con Venezuela, porque no están de
acuerdo en cómo funcionan las cosas en este país? El que piense que sí, no
entiende nada de cómo funciona ni la diplomacia ni el mundo de hoy. Si el
gobierno venezolano pregonara seriamente eso como doctrina en el campo de las
relaciones internacionales, correría el riesgo de quedarse extraordinariamente
solo, pues las críticas a sus violaciones a la constitución y a los derechos
humanos, civiles y políticos, han provenido de muchos países de Europa y de
América. ¿Deberían todos ellos retirar sus embajadores de Caracas?
Tenemos que
acostumbrarnos a vivir en un mundo plural, conformado por países que son muy
diferentes, muchos de los cuales no nos gustan para nada. Pero debemos tener
con todos ellos buenas relaciones diplomáticas, económicas y comerciales. Eso,
no por el puro gusto de parecer bien educados, sino porque los intereses del
país así lo mandatan. Cuando queramos dar peleas internacionales en pro de una
causa que nos `parezca justa, no hay que actuar por la vía de romper con todos
los que piensan de una forma diferente, sino que hay que actuar por la vía de
la diplomacia internacional. Hay organismos internacionales donde se procesan
las diferencias e incluso donde se juzga a los trasgresores de esos principios,
sobre todo en materia de derechos humanos, que han pasado a ser parte
constitutiva del derecho internacional. Además, está toda la diplomacia
bilateral, para salvaguardar, en condiciones políticas cambiantes, aquellas
cuestiones ya establecidas que se desean conservar como piedras consolidadas de
las relaciones bilaterales, aun cuando cambien las personas e incluso las
instituciones.
Venezuela
exportó hacia Brasil, en el año 2014, un total de 1.255 millones de dólares. En
el año 2015 esas exportaciones bajaron a 746 millones de dólares, según datos
reportados por la Aladi. Es dable
suponer que ese bajón tan pronunciado tiene que ver con la caída de los precios
del petróleo, que pesa bastante en la canasta de exportaciones venezolanas
hacia Brasil. Pero, aun así, se trata de un volumen sustantivo de ventas
externas. ¿Sostener y/o incrementar esas exportaciones no es parte constitutiva
de los intereses permanentes de Venezuela en sus relaciones con Brasil? ¿No
ayuda eso a los intereses actuales y de largo plazo de Venezuela? ¿No se crean
con ello producción, empleo, ingresos, impuestos y salarios en territorio
nacional? No puede ser que todo eso tenga menos importancia que dar su apoyo a
los camaradas y amigos del Partido de los Trabajadores. La diplomacia no puede
girar en torno a las simpatías y las relaciones personales – y menos aún la
diplomacia y las relaciones con los países vecinos - sino que tiene que girar
en torno a los intereses de más largo plazo del país.
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