(Artículo de Sergio Arancibia publicado en la edición impresa
de TAL CUAL el día 9 de Septiembre de 2016)
El 11 de septiembre se conmemora la muerte de Salvador
Allende, ocurrida en el Palacio de Gobierno de Chile en la mañana de ese día,
en 1973. A pesar de los años que distan de esos hechos, su vida, el proyecto
político que impulsó y su resistencia al golpe militar, al precio de su propia
vida, siguen siendo objeto de respeto y admiración por millones de personas a
lo largo del planeta.
¿Qué tenía de peculiar el proyecto político de Salvador
Allende? ¿Por qué se le recuerda con cariño y admiración dentro y fuera de su
patria?
Intentando dar respuesta a estos interrogantes es necesario
partir por recordar que en la década del 60 y del 70 el mundo estaba preso en
el paradigma de la Guerra Fría, en que la URSS y Estados Unidos se disputaban
el poder mundial y todo hecho político en cualquier parte del planeta se medía
en función de los intereses de estos dos bloques políticos, ideológicos y
militares. El bloque liderizado por la Unión Soviética no manifestaba confianza
en las instituciones democráticas, electorales, legales y/o parlamentarias,
sino que seguía en alta medida atado al esquema insurreccional que fue exitoso
en la Rusia zarista. A lo más, se valoraba la conveniencia de utilizar en
determinados momentos los mecanismos parlamentarios y electorales, pero
meramente como una vía para alcanzar un sistema político en que esos mecanismos
no tendrían mayor significación institucional.
Allende no compartía en absoluto esa visión meramente
instrumental de la democracia. Para él la democracia, las libertades políticas,
el pluralismo, la división de poderes, el funcionamiento de un parlamento
plural, la realización de elecciones periódicas, libres, plurales e informadas,
la plena vigencia de los derechos civiles y político y en general todo el
cuerpo de libertades que se habían venido conquistando a través de un largo
batallar histórico en el propio Chile y en
otros países - sobre todo de Europa y de América - constituían conquistas de la Humanidad contemporánea, que era
necesario defender, mantener y profundizar, pero jamás atacar o aniquilar.
La vía chilena encabezada por Allende, entendida, por lo
tanto, como un intento de compatibilizar la justicia social con la democracia
política, no fue adecuadamente comprendida ni apoyado por las fuerzas
dominantes de la esfera internacional.
Fue, sin embargo, comprendida, dentro de Chile, en toda su
grandeza y su amplitud por un amplio abanico de fuerzas sociales, políticas e
ideológicas, que abarcaban desde los viejos partidos marxistas, hasta los más
recientes partidos cristianos de postura post conciliar, pasando por los
partidos de tradición laica y racionalista. Esas fuerzas componían la coalición
que llevó a Allende a la Presidencia de la República.
Allende contó en todo momento con un Parlamento Nacional
tenazmente opositor, y con una prensa mentirosa y golpista, pero no hubo un
solo preso político, ni un periódico ni una radio clausurada. Todas las
libertades civiles y políticas se mantuvieron en pleno vigencia. Es probable
que se cometieran errores políticos y técnicos, pero fue un gobierno honesto y
consecuente, y que jamás cayó en la tentación totalitaria.
Enfrentado al bombardeo por aire y por tierra del Palacio de
Los Gobernantes de Chile, prefirió morir antes que claudicar ante la violencia.
El honor es también una cualidad política que enaltece su figura a través de
los años y de las distancias.
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