(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición digital de TAL CUAL el día 23 de junio
de 2016)
En este país
están pasando algunas cosas raras en materia de política económica. Por un
lado, la liquidez monetaria está aumentando tan lentamente, que casi da la
impresión de que se ha quedado congelada. En los cinco primeros meses del año
ese indicador monetario ha aumentado escasamente un 20 % - según las cifras
oficiales del BCV - mientras que la inflación aumenta en ese mismo período en
más de un 100%. Es decir, se está lanzando menos poder de compra a la calle. Se
están congelando los medios de pago. Se limita la alegre emisión de billetes
que ha protagonizado con tanto entusiasmo el BCV en los últimos años, y que ha
generado la más elevada inflación a nivel planetario. Puede que esa medida de
congelar la liquidez monetaria tenga éxito para parar la inflación, o puede que
no, pero lo cierto es que esa estrategia de restricción monetaria es la más
ortodoxa de las medidas de política económica que se suelen tomar en
situaciones inflacionarias. Eso es lo primero que propondría cualquier
economista de formación neoliberal. Raras son, por lo tanto, esas medidas en
manos de nuestros revolucionarios locales.
Como las
estadísticas económicas se han limitado en este país a lo estrictamente
necesario – y siempre y cuando no muestren situaciones poco simpáticas para el
desempeño gubernamental- no hay datos sobre los niveles del déficit fiscal ni
sobre como el nuevo precio del dólar dicom ha incrementado los ingresos
fiscales y de Pdvsa. Si el déficit
fiscal sigue en niveles superiores al 10% del PIB como ha sido en años
anteriores, entonces la reducción del consumo – a través de la reducción o el
congelamiento de la liquidez monetaria - sería una receta solo válida para el
sector privado - fundamentalmente para el 50 % más pobre de la población- pero
sin que se reduzca en igual medida el consumo y el déficit gubernamental - y su
correspondiente financiamiento por la vía de la emisión del BCV. Si eso
estuviera sucediendo - lo cual es altamente probable - entonces se estaría en
presencia de una brutal transferencia de recursos y de riqueza desde el sector
privado de la economía hacia el sector gubernamental, con lo cual aumenta le
ineficiencia global de la economía y la inequidad social de la política fiscal.
Paralelamente,
se aumentan los precios de la carne, de la leche, de los cosméticos y de una
serie de artículos de primera necesidad que habían estado con precios
congelados durante muchos meses y/o años. Se argumenta hoy en día que las
empresas no pueden aumentar la producción si no tienen precios que cubran los
costos y que dejen un margen - aunque sea modesto - de ganancias. Ha costado
sangre, sudor y lágrimas hacer que en las altas esferas del gobierno se acepte la
idea de que sin precios remunerativos no hay producción posible. Durante largos
períodos de la revolución bolivariana aquí se ha importado de todo, gastando
irresponsablemente los dólares que provenían el boom petrolero – pensando
ingenuamente que eso nunca se iba a acabar-
con lo cual se arruinaba, de paso, a los empresarios venezolanos, sobre
todo a los medianos y pequeños, que no podían competir con el producto
importado. Por otro lado, el acceso a los dólares baratos generaba una casta de
nuevos ricos, corruptos y ostentosos, pero generosos con sus amigos, y con los
amigos de sus amigos. Hoy en día todavía no se detiene la fábrica de nuevos
ricos que es el dólar a 10 bolívares, pero por lo menos se permite a los
productores que han sobrevivido que trabajen con precios que permitan la
continuidad del proceso productivo.
El dólar
Dicom, o Simadi, por otro lado, sigue subiendo día a día, con lo cual se pone
de manifiesto que el ancla cambiaria de los años anteriores no era realista,
viable ni conveniente para la economía venezolana, y que las otras tasas –
todavía innombrables - hacia donde se acerca hoy en día la tasa Dicom, tenían
una cierta dosis de realismo y que no eran, por tanto, mera manipulación de los
eventuales y tenebrosos protagonistas de la guerra económica.
¿Y dónde
quedo la guerra económica? ¿La baja de la producción es consecuencia de la
decisión maligna de empresarios tenebrosos e inescrupulosos, o es la
consecuencia lógica de precios demagógicos y populistas que no permitían que la
producción ni siquiera se mantuviera en sus niveles históricos?
¿Y la
inflación no era consecuencia de una tasa de cambio ficticia divulgada por una
publicación satánica que día a día publicaba datos especulativos, que
curiosamente una gruesa parte de la ciudadanía venezolana leía y creía? ¿Y
ahora la inflación pasó a tener algo que ver con la emisión monetaria y con el
déficit fiscal? Esa publicación maligna y especulativa sigue editándose día a
día, ahora con datos a la baja sobre ciertas tasas de cambio, pero ahora parece
que ya no tiene tanta importancia o tanta incidencia, en la medida en que el
dólar oficial se va acercando a la tasa de cambio que se tenía como la máxima
expresión de la mentira, de la especulación y de la guerra económica.
Es posible
que en el futuro cercano sigamos viendo cambios de esta naturaleza, como
producto de una cuota de realismo, por un lado, y de desespero, por otro. Como
se supone que dijo el Quijote “cosas veredes, amigo Sancho, que harán fablar
las piedras”.
sergio-arancibia.blogspot.com
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