(Artículo de Sergio Arancibia
publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 29 de Junio de 2016).
La comisión de economistas
que la Unasur puso a disposición del gobierno venezolano - para ver si recibían
consejo, por lo menos de gente amiga y cercana - planteó como una de sus principales
sugerencias la de caminar hacia una unificación cambiaria. La unificación
cambiaria significa – tal como el nombre lo indica - terminar con los tipos de cambio múltiples
que existen hoy en día en la economía venezolana e imponer un solo tipo de
cambio, válido para todo tipo de transacciones.
Una medida de esa naturaleza
tendría una serie de efectos positivos. Mencionemos dos de ellos: por un lado
implicaría que se acabaría el arbitraje que llevan adelante algunos vivos, que
reciben dólares a un precio bastante modesto y lo pueden vender a tasas de
cambio varias veces superior. O, lo que es lo mismo, compran mercancías con un
dólar super subvencionado, y venden luego esas mercancías como si se hubieran
comprado con un dólar más caro. Con una tasa de cambio única, se acabaría, por
lo tanto, con el rol actual del mercado cambiario de ser una inmensa fábrica de
nuevos ricos.
En segundo, lugar, una tasa
de cambio única implicaría que el dólar dejaría de ser el mecanismo para
subvencionar ciertas mercancías o determinados consumos en el seno de la
economía venezolana. La política de tener dólares baratos para que ciertos
bienes se mantuvieran baratos en el mercado interno – que por lo demás no ha
funcionado para nada – tendría que ser sustituida por una política en que el
dólar dejaría de ser un instrumento de la política social, y los subsidios que
se quieran dar tendrían que asumir la forma de subsidios directos, focalizados
hacia los sectores más modestos de la población, y no subsidios generales
abiertos a toda la ciudadanía como vienen siendo hasta este momento. También
implicaría que la tasa de cambio dejaría de ser utilizada como un instrumento
de política antiinflacionaria. La lucha contra la inflación tendría que pasar
por la reducción del déficit fiscal, por la reducción de los créditos del Banco
Central al Ejecutivo, y por el cese de los financiamientos a PDVSA.
Pero la sola unificación
cambiaria no basta ni para solucionar todos los males del país y ni siquiera
para solucionar los males que presenta el mercado cambiario. Se necesita,
precisamente, que exista algo que pueda llamarse con cierta propiedad un
mercado cambiario, que hoy en día está ausente de la institucionalidad
económica venezolana. Se necesita que exista un mercado al cual puedan
concurrir libremente ofertantes y demandantes de dólares. Si se logra la
unificación cambiaria, pero el gobierno se reserva el derecho a decidir a quién
le vende dólares y a quién no, entonces no se habría avanzado mucho. Se
mantendría la asignación centralizada, la discriminación entre algunos
demandantes y otros y la falta de transparencia en el proceso de asignación. Y
ese es el caldo de cultivo más propicio como que se desarrollen eventualmente
algunas prácticas económicas un tanto reñidas con la ética.
La unificación cambiaria no
debe confundirse con la total libertad de mercado. Durante una cantidad
importante de años de la década del 70, en Venezuela imperó la tasa de cambio
de 4.30 bolívares por dólar. Había unificación cambiaria y había libertad de
compra y venta de dólares a esa tasa fijada por las autoridades económicas.
Pero no había una tasa que se fijara cotidianamente de acuerdo a los vaivenes
de la oferta y la demanda, sino una tasa fijada por el organismo rector del
sistema monetario y cambiario, la cual se consideraba sostenible a mediano
plazo por la economía venezolana. Si circunstancialmente la oferta se alejaba
de la demanda el Banco Central intervenía comprando o vendiendo dólares en el
mercado cambiario, para que la tasa volviera a su nivel normal. El Banco
Central tenía reservas suficientes como para jugar es rol.
Hay que reconocer que el
Gobierno camina lenta pero inexorablemente hacia una cierta modalidad- bastante peculiar, por cierto - de
unificación cambiaria. Mantiene - como cuestión de honor - un dólar super
barato - para lo que el gobierno quiera y para quien el gobierno decida - que
se mantiene congelado durante ya un largo tiempo, a un nivel que nadie en su
sano juicio considera ni de equilibrio, ni compatible con los datos de la
economía venezolana a corto o a largo plazo. Cualquier cosa que toque ese dólar
barato no es bien vista por el Gobierno, lo cual puede ser la razón por la cual
el paquete de recomendaciones de la Unasur no contó con mucha simpatía en los
círculos gubernamentales.
Pero la segunda tasa de
cambio existente -la tasa simadi- esa sí que se mueve día a día y se encamina
hacia una eventual unificación, o por lo menos hacia una disminución de la
brecha que lo separa del dólar aquel del cual no se puede hablar. Con esto
último se pone de manifiesto que este último no era un puro invento de mentes
malignas que se encontraban en guerra contra Venezuela y contra su economía,
sino que es un dato que hay que mirar y tratar con mayor seriedad, pues es
posible que algún día cercano la tasa oficial se dé con él un abrazo de
hermano. Pero aun cuando esta modalidad de unificación cambiaria continúe con
su marcha ascendente, no se logrará una tasa de cambio que sea única, estable y
transparente mientras no se analicen con realismo los niveles de la oferta y la
demanda de dólares, que a mediano y largo plazo, sean sostenibles en las nueva
condiciones estructurales en que se desenvuelve la economía venezolana.