(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 4 de
Diciembre de 2015)
Si las
gallinas hablaran dirían a gritos que ninguna mercancía –incluidos los huevos -
puede venderse en los mercados por debajo de sus precios de costos. Si se
obliga a los productores - en contra de todo el sentido común - a vender por
debajo de sus costos, estos responden haciendo una cosa obvia, para la cual no
se necesita sino tener dos dedos de frente: dejan de producir.
Pero no todos
los productores tienen los mismos costos. Hay empresarios grandes, que producen
en elevados volúmenes, y que tienen tratos especiales con los proveedores y/o
importadores de insumos - tales como los alimentos concentrados para animales o
las medicinas que las gallinas necesitan. Hay también los empresarios pequeños, casi
artesanales, que compran alimentos y medicinas donde pueden, con periódicas
escaseces y elevados precios. Los primeros es posible que con un precio fijo,
aun cuando sea bajo, logren cubrir sus costos. Los otros, los chicos, tendrán necesariamente
que salir del mercado. Es decir, se trata de una medida que no necesariamente
beneficia en lo inmediato a los grandes productores, pero que les permite
seguir en el negocio, mientras que obliga a los pequeños productores a dejarle
todo el mercado a los grandes productores. En otras palabras, es una política que
tiende a la concentración y la monopolización del mercado de los huevos. De
continuar por un tiempo largo con esa política se llegaría a una estructura productiva
en el país caracterizada por pocos grandes productores y por la ausencia de productores
pequeños o medianos.
Pero la cosa
es más grave aún. En una economía inflacionaria el costo que interesa al productor,
en su cálculo de costos y beneficios, no es solo el costo histórico, sino
también el costo de reposición. El costo de reposición es el costo que tendrán los
insumos y materias primas en el siguiente ciclo de producción. Si las mercancías
se venden a un precio que escasamente permite cubrir los costos pasados, pero
que no permiten reiniciar al mismo nivel de producción que antes en el nuevo
ciclo de producción, entonces sucede una cuestión muy obvia, que estoy seguro
que hasta las gallinas tendrían clara: el siguiente ciclo de producción se
desarrolla a una escala de producción menor, es decir, se reduce la producción.
En la teoría
económica clásica se asumía que si un propietario de factores productivos no
encontraba en un sector la rentabilidad que esperada, se podía mudar a otro
sector productivo, sin que eso tuviera costo alguno. Se llegaba así, por un
proceso de prueba y error, a una situación en la cual el propietario de los factores
productivos se ubicaba en la actividad que llenaba sus expectativas. En la
realidad de las cosas, es bien difícil que un productor de huevos se mude con
sus gallinas hacia otro sector productivo. Las gallinas ponedoras tienen pocos
otros usos alternativos en la economía contemporánea. Desgraciadamente para las
gallinas, el uso alternativo que tiene más posibilidades de abrirse paso, es
que las sacrifiquen y las destinen a venderse como carne, lo cual debe tener
sumamente preocupadas a las gallinas de
todo el país. Pero aun sin ser sensible a esta preocupación de esas nobles
aves, el país debe considerar con inquietud la pérdida de un capital que toma
su tiempo en formarse.
En lo inmediato,
los consumidores pueden beneficiarse por
algunos pocos días de huevos baratos, hasta que desaparezcan del mercado o se
reduzca violentamente su oferta. Después, comprarán menos huevos, y al precio
que sea. Lo mismo sucederá con las gallinas:
puede que la matazón genere una oferta transitoriamente más alta y más barata,
pero rápidamente esa situación será seguida por un período largo de ausencia en
el mercado de estos nobles plumíferos. Las consecuencias para las gallinas, para
la producción, para los precios y para los consumidores serán claramente negativas.
Lo único que justifica toda esta locura es la posibilidad de que la medida de
buenos dividendos electorales.
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