(Artículo de Sergio
Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 19 de Diciembre de
2015)
A principios
del presente siglo los jefes de gobierno de los países del mundo se reunieron
bajo la convocatoria de las Naciones Unidas y aprobaron lo que se ha conocido
como los Objetivos del Milenio, ODM. Se trata, en apretada síntesis de ocho
grandes propósitos o metas que la humanidad contemporánea se proponía alcanzar
en el plazo de 15 años. Allí se incluían metas tales como el reducir en un 50 %
la proporción de personas que sufren
hambre, tonado como año base a 1990; lograr la enseñanza primario universal;
reducir en dos terceras partes la mortalidad infantil; reducir en tres cuartas
partes la mortalidad materna; detener la propagación del Sida, del paludismo y
de otras enfermedades; promover la igualdad de género, etc.
Los organismos
internacionales han sido muy generosos a lo largo de su existencia en la
generación de documentos llenos de buenas intenciones y de metas inalcanzables.
Los jefes de gobierno, a su vez, ubicados en ese ámbito, suscriben muchos propósitos
aun cuando saben que nunca se alcanzarán. Sin embargo, los ODM no sufrieron
la misma suerte que muchos otros
documentos de la misma especie. Se convirtieron realmente en un mapa de ruta
que guiaba los esfuerzos de los gobiernos, de las ONG y de los organismos internacionales.
Como pocas veces en la historia de la humanidad se tuvieron encima de la mesa metas
u objetivos concretos que reflejaran la preocupación universal por los derechos
y las condiciones de vida de los más débiles. Los ODM tenían también la cualidad
de que se traducían en indicadores fáciles de ser cuantificados, de modo que el
grado de avance podía ser medido y evaluado a lo largo del periodo de análisis.
En alguna
medida el tipo de metas presentes en los ODM daba cuenta de un tipo de
preocupación distinta a las preocupaciones posteriores a la segunda guerra mundial,
en que todo giraba alrededor de las tasas de crecimiento del PIB. Ya el PIB ha
perdido el peso que tuvo hace 50 años atrás, y los problemas relativos a la
distribución de la riqueza, así como a los derechos sociales, preocupan de una
forma distinta a la humanidad contemporánea.
No tiene sentido
idealizar y engañarnos sobre como es el mundo de hoy en día. Las guerras, la
mala distribución de la riqueza, la explotación de niños y mujeres, las muertes
por enfermedades curables, las brechas tecnológicas y sociales, siguen
presentes con acuciante gravedad, pero hay a nivel mundial una mayor preocupación por los derechos humanos, por los derechos
sociales, por los derechos de la minorías étnicas, sexuales o culturales, y por
el cuidado del medio ambiente y de la salud planetaria. Esos problemas, esas
preocupaciones y los valores que todo ello entraña han permeabilizado en mayor
medida que en cualquier otra momento de la historia a la civilización contemporánea.
Ahora, en
2015, las metas del milenio alcanzan el período para el cual fueron concebidas
y cabe hacer el balance del grado en que ellas se alcanzaron. Cabe también definir
y abrirle paso a un nuevo conjunto de metas y objetivos que guíen a los líderes
mundiales por los próximos 20 o 30 años.
En el campo
del los balances cabe mencionar que, entre 1990 y 2015, la pobreza extrema ha
caído de un 47 % a un 14 % a nivel mundial, la nutrición insuficiente ha
disminuido del 23,3 % al 12,9%; la matrícula en la educación primaria ha aumentado
del 83 % de los niños al 91 %; la mortalidad infantil ha disminuido del 90 por
mil al 43 por mil; y la mortalidad materna ha bajado en un 45%. Quedan por delante, por lo tanto, objetivos
importantes que pueden ser alcanzadas con el desarrollo tecnológico y con el
desarrollo material alcanzado por la
humanidad contemporánea, y que deben ser las metas morales y solidarias que
guíen a las nuevas generaciones.
sergio-arancibia-blogspot.com
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