(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 16 de
Diciembre de 2015)
La moneda
nacional de China, el yuan, ha sido aceptada o reconocida oficialmente por el
Fondo Monetario Internacional como moneda de reserva internacional. Esta medida
comenzará a operar oficialmente en el 2016, pero su solo anuncio genera desde
ya los efectos que son inherentes a una moneda de reserva. Para entender las
consecuencias que esta medida tendrá para la economía china cabe hacer algunas
reflexiones previas.
Si un país
puede con su moneda nacional comprar bienes y servicios en el exterior lo más
probable es que los agentes económicos que reciben esa moneda quieran transformarla
rápidamente en otros bienes y servicios que se puedan, a su vez, comprar en el
mercado del país que ha emitido esa moneda. Es decir, esa moneda nacional usada
en importar bienes seria rápidamente recuperada por el país que la emitió, el
cual se vería obligado a entregar bienes, es decir, a exportar, a cambio de la
misma moneda que él había entregado poco tiempo antes.
En esa
medida la moneda nacional estaría siendo utilizada como medio de cambio, o como
instrumento para facilitar los intercambios. Para que esto suceda, el que
recibe esa moneda nacional de otro país
tiene que tener la certeza de que podrá comprar con esos activos monetarios otras
mercancías en el país de origen de ese dinero. Además, debe confiar en que ese
dinero no perderá su valor de compra, es decir, no se vera devaluado, en el
tiempo en que esos activos permanezcan en su poder. Si en el país de origen hay
una elevada inflación, es obvio que esta
última condición no se cumple, sino que por el contrario, el correr del tiempo
hace que con esa moneda se pueda comprar cada vez menos en el país de origen de
la misma. En las circunstancias descritas en este párrafo la moneda del país
que estamos analizando actúa como medio de cambio pero no como moneda de reserva.
Una
situación distinta se genera si un país compra bienes y servicios en el exterior
pagando con su propia moneda nacional, pero los agentes económicos que reciben
esa moneda no procuran realizar a la brevedad compras en el país que emitió esa
moneda, sino que deciden guardarla, atesorarla, mantenerla en su poder como un
activo que les permite resguardar valor para usarlo en periodos posteriores, o
incluso, como un respaldo frente a otras operaciones comerciales o financieras
que realiza el segundo país con terceros
o cuartos países de otras partes del mundo. Puede darse el caso de que esas
monedas, mantenidas como moneda de reserva, no se utilicen nunca como medios de
cambios, pero aun así, guardadas en las bóvedas de un banco extranjero, cumplen
un rol significativo en la economía mundial y más aun en la economía del país
que emitió esa moneda.
La situación antes descrita permite al primer
país pagar sus compras de bienes y servicios en el mercado internacional con su
propia moneda, pero sin que en algún momento cercano tenga que entregar bienes
y servicios nacionales a cambio de la moneda que entregó en la primera parte de
esta cadena. Sencillamente recibe bienes, entrega papeles, esos papees son guardados
por un segundo país, y el primer país no tiene que entregar bienes nacionales a
cambio de esos papeles sino hasta un futuro lejano e impreciso. Es, desde todo
punto de vista, un negocio redondo para el primer país. Se abastece en el
mercado internacional pagando con su propia moneda. Puede funcionar, en lo que
se refiere a su balanza de pagos, con un
déficit sostenido, que se financia con moneda nacional. Mas un aun, el
país puede hacer inversiones en el exterior, es decir, comprar factores
productivos en otros países, pagando con su propia moneda. Todo eso implica una
situación beneficiosa para el país que puede gozar de una situación de esa
naturaleza. Esa fue la situación de la que gozó Estados Unidos después de la
Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo necesitaba alguna moneda en la cual
confiar y que pudiera funcionar internacionalmente como unidad de cambio y como
medio de reserva. Estados Unidos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial utilizó y gozó intensamente
de los beneficios que le daba el ser uno de los pocos países que tenía una
moneda nacional que gozaba de credibilidad internacional y que era por lo tanto
usada universalmente como moneda de reserva.
Obviamente el FMI y la comunidad financiera
internacional no deciden aceptar el yuan como moneda de reserva de puro buenas
personas que son. Lo hacen por varias razones obligantes: por un lado, por el
hecho claro e incuestionable de que China es una potencia comercial mundial - el primer exportador mundial para
ser más precisos - y sus mercancías se compran prácticamente por todos y cada uno
de los países que conforman la geografía económica mundial. Eso hace que todos
los países vean como posible, necesario y conveniente mantener yuanes en su
poder para efectos de solventar las operaciones comerciales con China, y desean
que esos activos sean reconocidos internacionalmente como parte de las reservas
o de los valores que le dan seriedad y solvencia a cualquier país. Además, los
países, con la autorización del FMI o sin ella, mantienen ya yuanes en sus reservas, o incluso se endeudaban
en yuanes con la propia China, lo cual genera una situación de hecho en
términos de que esa moneda es utilizada como moneda de reserva por una parte
importante de la comunidad internacional. El FMI no ha hecho sino reconocer una
realidad.
sergio-arancibia.blogspot.com
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