(Articulo de Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 20 de junio 2014)
El mundial
de futbol colocará a Brasil en las pantallas de televisión de todo el planeta,
y miles de periódicos y otros medios de comunicación del mundo entero hablarán
durante un mes de Brasil y de la gesta deportiva que allí se llevará a cabo.
Hoy en día todos los países de mediana envergadura - o los que tienen
pretensiones de ser considerados entre los países importantes de este planeta -
tienen que gastar bastante dinero en proyectar lo que se denomina una positiva
imagen país. Una buena imagen país tiene
importancia económica y política, pues atrae capitales, turistas y socios
comerciales, y hace que el país correspondiente gane respetabilidad y
credibilidad en el ámbito internacional.
Pero,
¿mejorará Brasil su imagen internacional con el Mundial FIFA 2014? La respuesta
es sí, siempre y cuando los estadios alcancen a estar totalmente operativos el
día de la inauguración del torneo, y no se presenten casos importantes de turistas
asaltados o asesinados, y los hoteles y
restaurantes presten buenos servicios a los miles de turistas que visitarán el
país. Pero también puede suceder lo contrario, es decir, que después de todas
las inversiones y preocupaciones estatales, los estadios no estén a punto, en
las calles hayan disturbios, los turistas no se sientan seguros, y en los
aeropuertos se pierdan el 10 % de las maletas. Si suceden estas ultimas
situaciones, puede que se termine dando la imagen de tercermundismo, y más aun,
de tercermundismo tropical, con música, prostitutas y mucho desorden y caos
institucional, todo lo cual echaría por tierra décadas de trabajo de Brasil
para ser considerado un país emergente y actor serio y relevante en la arena internacional. Se trata por lo tanto, de una apuesta sumamente
riesgosa.
En la reparación
y/o construcción de los 12 estadios en los cuales tendrán lugar los
partidos oficiales del mundial se terminarán
gastando aproximadamente 3.700 millones de dólares. A la reparación o construcción de 27 aeropuertos
en diferentes puntos de país se destinaron 3.800 millones de dólares y en el mejoramiento de varios miles de kilómetros
de carreteras y autopistas, además de vías de transporte urbano, se invirtió más
de 4.500 millones de dólares. Los gastos totales del gobierno federal se
estiman en más de 13 mil millones de dólares. Dentro de esa suma se incluyen los
gastos ya mencionados y otros gastos en materia seguridad, publicidad y gastos generales. A la inversión del gobierno federal hay que
sumar la que realizarán los gobiernos regionales y las empresas privadas, cuya
cifra exacta es difícil de calcular.
¿Cuáles
serán los retornos o los ingresos que recibirá Brasil en compensación por este
inmenso gasto? Aquí es donde comienzan las polémicas e incluso los disturbios y manifestaciones
callejeras. Los ingresos del gobierno no igualarán ni remotamente los gastos
realizados. Pero el rol del gobierno no es ganar dinero, ni lograr que sus
ingresos sean mayores que sus gastos, sino lograr que Brasil incremente sus
ingresos y que el país obtenga una
ganancia neta positiva de todo este expectante torneo deportivo. Y vistas las cosas desde ese punto de vista
todo parece indicar que los ingresos del conjunto del país efectivamente crecerán.
En turismo, por ejemplo, se supone que Brasil recibirá la visita de 600 mil
extranjeros durante el mes que durará el mundial, los cuales dejarán, por lo
menos un ingreso de 3.000 o de 3.600 millones de dólares, según se les suponga
un gasto de 500 o de 600 dólares por
turista, lo cual es un cálculo bastante conservador. Ese solo ingreso por concepto de la recepción
y atención de turistas iguala a lo que
costó la reparación o construcción de los 12 estadios en que se jugarán los partidos.
Pero el gasto en estadios lo hizo el gobierno y los gastos de los turistas irán
a manos de los dueños de hoteles, restaurantes, taxistas y toda una larga cadena
agentes económicos que constela alrededor del turismo. De todo ello el gobierno
solo captará lo que corresponda en materia de impuestos, que obviamente no
igualará al gasto realizado.
Todo lo
invertido en estadios, aeropuertos y caminos no desaparece ni sale del país,
sino que va a manos de empresas constructoras,
contratistas de todo tipo, proveedores de insumos, y a los ingenieros y trabajadores que laboran en todas esas empresas
que directa o indirectamente se ven beneficiadas con esas obras de infraestructura,
los cuales elevarán con ello sus niveles
de gasto o de inversión y generarán, en esa medida, nuevos impulsos reactivadores
Nuevamente el gobierno gasta, y otros
agentes de la economía y de la sociedad captan, directa o indirectamente, las
ganancias, sin perjuicio de que el efecto reactivador de la economía que
tienen las inversiones en infraestructura realizadas por el Gobierno tendrán, en
algún momento - y en alguna medida aun
cuando sea modesta - un efecto positivo sobre los ingresos de los brasileños
más modestos. Es lo que los economistas llaman el efecto multiplicador de las
inversiones, por un lado, y el efecto derrame, por otro.
Otro aspecto
importante de mencionar es que cuando el mundial termine - y los gastos cesen -
las obras de infraestructura perdurarán.
Doce estadios de nivel mundial no son poca cosa, y 27 aeropuertos regionales tampoco. Esas obras pueden tener en
el futuro cercano un impacto importante sobre la economía y sobre el desarrollo
del deporte y de la calidad de vida regional.
Sin embargo, se han presentado argumentos en el sentido de varios de
esos estadios se han construido en ciudades que no tiene clubes de futbol de
nivel nacional, y los gobiernos regionales o municipales no tendrán la capacidad
de utilizar y de darle mantenimiento a esas costosas infraestructuras
deportivas. Además, el gasto en estadios ha resultado tres veces mayor que el
cálculo que se comprometió inicialmente ante la FIFA, lo cual deja la impresión
de grados relevantes de ineficiencia, de despilfarro o de corrupción.
Frente a
toda esta danza de millones, hay sectores importantes de la sociedad que temen
o creen - con razón o sin ella - que los efectos reactivadores y redistributivos
que puedan tener los gastos en infraestructura no llegarán a ellos en forma
directa ni indirecta. Se plantean, por lo tanto, que esos fondos se podrían invertir
en una forma socialmente más justa si se construyen escuelas o hospitales, que son obras cuyas
consecuencias positivas se ven y se sienten más directamente por parte de los
sectores sociales más débiles. Y ese
punto de vista se traduce en manifestaciones, y éstas pueden derivar en
represión y en tensión política que eche a perder la imagen país que el
Gobierno está obviamente interesado en proyectar. No hay que perder de vista que Brasil exhibe
todavía un porcentaje de población en situación de pobreza que supera el 18 % -
según cifras correspondientes al año 2012 - lo cual es mayor que lo que impera
en Argentina o en Uruguay, sus socios originales en el Mercosur, aun cuando
inferior a lo que presenta Venezuela.
Todo lo
anterior se agrava por el hecho de que no se trata solo de las acciones, obras
y compromisos relacionados con el mundial de futbol, sino que son tres circunstancias
de la misma naturaleza las que se han presentado en un plazo de tiempo
relativamente breve: primero fue la Copa Confederaciones, ahorita viene el
Mundial de Futbol y dentro de un par de años Brasil será sede de las Olimpiadas. Se trata
de tres eventos muy parecidos en cuanto a los beneficios y los problemas que
acarrean.
Quizás nada
de las dudas y polémicas relacionadas con el Mundial se habrían generados si Brasil
atravesara por un período de bonanza económica, como la que conoció en la
década anterior. Pero hoy en día la economía brasileña está llena de presagios
poco alentadores. Nadie, ni dentro ni fuera del país, parece pronosticar un
retroceso o una caída en la producción, pero todos parecen coincidir en que la
tasa de crecimiento se va haciendo cada vez más pequeña. En el año 2010 el PIB
creció a un 2.5 % y al año siguiente esa tasa fue 2.7%. Ambas son tasas
relativamente modestas en el contexto internacional de esos años. Pero en el
año 2012 la tasa fue menor aún, 1.0 % - menor que el crecimiento de la
población -lo cual es una situación preocupante para cualquier país. En el año
recién pasado la tasa volvió a crecer a un 2.13 % pero para el año en curso se espera
que vuelva a bajar, y/o que se mantenga alrededor del 2.0%.
El más bajo
ritmo de crecimiento de China, y su impacto sobre el precio de las materias primas
que exporta Brasil, así como los menores flujos de capitales provenientes de
los países desarrollado, los incesantes problemas comerciales con Argentina, y
la incapacidad del Mercosur como para abrirse al comercio con otras macro regiones
del planeta, en especial hacia la Unión Europea, con la cual se negocia
lentamente un tratado comercial, son algunos
de los elementos que explican la lentitud actual del crecimiento económico
brasileño.
El otro elemento
preocupante en la economía brasileña - y de gran impacto social y político - es
el problema de la inflación. El año 2013 la inflación fue de 5.9% que es una
tasa todavía baja y manejable, pero preocupante. Para el año 2014 se espera, en
el mejor de los casos, una tasa inflacionaria
de 5.6 %. Y el problema inflacionario se interrelaciona con los otros problemas
y dudas ocasionadas por el mundial de futbol, pues en ese contexto no son solo
los precios de las entradas a los estadios las que aumentan de precios, sino son
muchos los bienes y servicios que colapsan o aumentan sus precios en forma
acelerada, frente al crecimiento del gasto y de la inversión. Los tres grandes
compromisos internacionales – Copa Confederaciones, Mundial de Futbol y Olimpiadas-
unido al escenario electoral de este año - en el cual la Presidenta parece que
se verá obligada a contarse en una segunda vuelta - no generan un cuadro propicio como para hacer grandes cambios en materia de ingeniería tributaria
ni fiscal, que sería lo que se podría analizar, como política
antiinflacionaria, en un contexto distinto.
sergio-arancibia.blogspot.com
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