(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 18 de marzo
de 2014.)
No le ha ido
mal a Chile en los últimos 20 años. Su economía ha crecido, en ese periodo, a una tasa promedio anual de 3.5 %, lo cual le
ha permitido duplicar su nivel de ingreso per cápita, llevándolo hoy en día a un
nivel cercano a los 20 mil dólares anuales, medido en paridad de poder de
compra. En el año recién pasado la tasa de crecimiento del PIB fue de 4.2 %,
con una inflación que sólo alcanzó al 3.0 %. Sus reservas internacionales alcanzan a los 41
mil millones de dólares - cantidad cómoda y positiva para las magnitudes de la
economía chilena - y los niveles de pobreza están por bajo el 15 % de la
población.
¿Continuará
la economía chilena creciendo, aun
cuando a un ritmo modesto, o retomará las altas tasa de crecimiento que ha conocido
en años anteriores? No hay, en todo caso,
ninguno de los actores políticos o económicos de la sociedad chilena, o
de los incontables analistas externos, que postule que la economía chilena se
encuentre cercana a una crisis, aun cuando los más alarmistas postulan que el ritmo
de crecimiento puede desacelerarse.
Sin perjuicio
de ello, en el último año se han presentado algunos elementos preocupantes. La
tasa de crecimiento del PIB, de 4.2 %,
no es mala en si misma – sobre todo si se le compara con los demás países latinoamericanos
- pero es una tasa descendente, en términos de la propia economía chilena. Es una
tasa más baja que la obtenida en los años 2010, 20011 y 2012 - que fueron de
5.7 %, 5.8 % y 5.6 % respectivamente. Además, en el propio año 2013, el primer
semestre presentó una tasa de crecimiento del PIB superior a 4 %, la cual bajó
en forma sustantiva en el transcurso del segundo semestre, para arrojar finalmente
el promedio anual ya mencionado.
Por otro
lado, las exportaciones – que han sido la palanca fundamental del crecimiento
de la economía chilena en las últimas décadas -no parecen estar en su mejor momento.
En el año 2013 las exportaciones descendieron levemente con respecto al año
anterior – de 78.277 millones de dólares a 77.367 millones de dólares- lo cual
se agrava por el hecho de que ya en el año 2012 habían decrecido con respecto
al año 2011, en el cual se había alcanzado la cifra record de 81.455 millones
de dólares de ventas externas. El cobre, que representó en el año 2013 el 52 %
de las exportaciones chilenas, es el gran responsable de esa caída. En el año
2011 el metal rojo aportó 44.666 millones de dólares a la economía chilena,
cantidad que bajó a 40.509 millones de dólares en el año 2013. Aproximadamente
4 mil millones de dólares menos, que es más o menos la misma cantidad en que se
ha reducido el monto total de las exportaciones chilenas entre los dos años mencionados.
No se trata de una baja en la cantidad exportada, sino de una baja en los
precios a los cuales se cotiza ese metal en los mercados internacionales. Eso,
a su vez, está íntimamente relacionado con el dinamismo de la economía china,
que es la mayor demandante de cobre en el mercado internacional, y que ya no parece estar en condiciones de crecer
a las tasas cercanas al 10 %, a la cual creció en décadas anteriores, sino que
seguirá creciendo pero a una tasa más modesta, cercana al 7 % anual. Sin
embargo, hay dos circunstancias que empujan en sentido contrario al “efecto
chino”. Por un lado, el hecho de que las economías norteamericana y europea
están aumentado su ritmo de crecimiento, desde los modestos niveles post crisis
en que se encuentran actualmente. Por otro lado, se ha generado en la economía chilena
una devaluación importante de la moneda nacional, que ha pasado de 470 pesos por
dólar a principios del año 2013, a 570 pesos por dólar a fines del mismo año.
Eso puede incidir en presiones inflacionarias, pero su impacto más importante
es que incentiva las exportaciones - sobre todo de ese casi 50 % de las exportaciones
que no son cobre - lo cual puede traducirse en un incremento importante de esa
palanca de crecimiento económico.
En ese
contexto, el nuevo gobierno de la Presidente Bachelet se plantea llevar
adelante una importante reforma tributaria, que pondría a tributar más a las
empresas y a los empresarios. Las primeras aumentarían su tasa de impuesto a
las utilidades de 20 % a 25 %, y los segundos dejarían de computar los
impuestos de las empresas como un adelanto de sus propios impuestos personales.
Una reforma tributaria de esa naturaleza se espera que aporte anualmente unos
8.500 millones de dólares, que permitirán llevar adelante las reformas
educacionales, encaminadas a lograr la existencia de una educación gratuita y de
buena calidad. No se puede, en el
contexto institucional chileno, imponer reformas que impliquen un incremento
sustantivo del gasto fiscal, sin el debido financiamiento, principio que
aparece claramente respetado en el programa de gobierno de la Presidente
Bachelet. Por otro lado, en sí misma, la reforma tributaria es un instrumento
de justicia distributiva, en la medida que la distribución del ingreso en Chile
es peor que en Argentina o que en Bolivia, aun cuando mejor que en Brasil,
Colombia o México, para tomar como referentes a algunos los países de la
región. Hay quienes han planteado que la mayor tributación a empresas y empresarios - y la consiguiente
mejor distribución del ingreso - atentará contra los procesos de inversión e
incluso con la atracción al capital extranjero.
La oferta política y económica de la Presidente Bachelet está en abierta
oposición a ese dogma económico y político y se plantea abiertamente, que la
mejor distribución no tiene costos en materia de crecimiento económico, sino
que, por el contrario, es un incentivo a dicho crecimiento.
El otro
frente donde se llevarán adelante reformas significativas es en lo relativo al
sistema de pensiones. El sistema actual permite que las recursos que los
trabajares aportan para financiar sus pensiones al final de su vida laboral – y
que son parte importante del ahorro que se lleva adelante en el país- sean manejados durante décadas por administradoras
privadas, con lo cual se han conformados inmensos fondos invertibles que constituyen
una parte importante del engranaje que ha permitido el desarrollo de los grupos
económicos chilenos e incluso su expansión mas allá de la economía nacional.
Todo, ello, sin que las pensiones de los trabajadores lleguen a significar un
porcentaje cercano al 100% del sueldo que exhiben durante los últimos años de su vida activa. La constitución de una administradora
estatal de esos fondos de pensiones es una parte de las reformas que el
programa de la Presidente Bachelet tiene planteado en este tema. Aquí, al igual
que en el tema tributario, se están promoviendo reformas que violentan dogmas
muy consolidados en el pensamiento económico ortodoxo - que habían ganado mucho
espacio en el planteamiento político nacional - y que hoy están en el centro de
los debates políticos y económicos.
sergio-arancibia.blogspot.com
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