(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMÍA Y NEGOCIOS el día 23 de Octubre
2013.)
Para
exportar hay que contar hoy en día, con un documento emitido por las
autoridades gubernamentales en que se haga constar que el mercado nacional está
suficientemente abastecido del producto que se pretende exportar, y que, por lo
tanto, la exportación no generará desabastecimiento
interno. La idea de fondo que subyace en ese tipo de requisito es que las
exportaciones están constituidas por los excedentes que quedan después de que
se ha abastecido adecuadamente el mercado nacional. Desgraciadamente, las cosas
no funcionan en esa forma en el mercado internacional contemporáneo.
Por un lado,
la eventual exportación de excedentes conduce a tratar de enviar al mercado
internacional el producto que no se pudo vender en el mercado nacional. En otras palabras, el repele, o el producto
de menor calidad, y en una cuantía y en un
momento incierto. En esa forma, con esa filosofía, es muy difícil conquistar
y mantener mercados externos.
Las más de
las veces los mercados de otros países requieren que el producto sufra algún
grado de adaptación a las condiciones del país receptor. A veces ese proceso de
adaptación se refiere a tomar en cuenta las costumbres y los gustos del país
donde la mercancía va a ser finalmente consumida – fundamentalmente si se trata
de alimentos - y eso pasa por que en el proceso productivo mismo se incorporen
los elementos que satisfagan esas consideraciones. En otras ocasiones la adaptación se refiere a
disposiciones legales del país que compra, tales como requisitos técnicos o
sanitarios, que implican en última instancia la generación de un producto que
tiene determinadas características que lo convierten en un producto sumamente
específico. Hay veces también en que el proceso de adaptación al mercado final
pasa por cuestiones muy formales, pero no por ello menos importantes, tales
como la etiqueta o el empaque, que tienen que ir en idiomas diferentes al del
país de origen, o incorporar detalles legales – en algunos casos el nombre o
razón social del importador- todo lo cual lleva a que la mercancía que se
produce con un destino nacional, no pueda ser enviada posteriormente a un país
diferente. En síntesis, no es posible
enviar al exterior aquello que el mercado nacional no fue capaz de absorber.
Hay que enviar al exterior aquello que fue expresamente producido para ser
vendido en un mercado determinado. Cada envío tiene que ser una suerte de traje
a la medida del comprador. Hasta en la venta de productos altamente genéricos,
tales como el petróleo, se tiene hoy en día que generar un producto que satisfaga
exactamente las condiciones, los requisitos y las calidades impuestos por el
importador. No se puede, por lo tanto,
vender excedentes. Hay que exportar el resultado de líneas especializadas en el
abastecimiento de determinados mercados objetivos.
Además de lo
anterior, las empresas o los países importadores necesitan programar sus
compras y necesitan, por lo tanto, que el exportador les asegure determinadas
cantidades en determinados momentos no
sólo del corto, sino del mediano plazo. Nadie puede salir al mercado
internacional a vender una cantidad imprecisa de mercancías que quizás queden
disponibles después de abastecer el mercado interno. Hay que asegurar y respetar
rigurosamente los montos a ser vendidos y los plazos en que esas mercancías
van a ser entregadas. La venta de excedentes, si bien es un fenómeno que tiene
presencia en el mercado internacional, es un hecho eventual, que llena
determinados nichos tan casuales como la propia oferta, que no obtiene los
mejores precios, y que no genera una situación de mercado posible de sostenerse
en el tiempo. Nadie puede proyectar su presencia o su inserción en los mercados internacionales contemporáneos por
la vía de la venta eventual de los
excedentes que le permita el mercado interno. Por lo menos, nadie que
quiera que esa inserción sea exitosa y permanente.
sergio-arancibia.blogspot.com
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