(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 11 de Octubre de 2013.)
El comercio
internacional es hoy en día un área de interrelaciones económicas que está
extraordinariamente normada. Mucho más normada, en todo caso, que lo que está el comercio interno, dentro
de cualquier país, donde la capacidad de hacer cosas “por la libre” es mucho
mayor. En el ámbito internacional hay normas respecto a las calidades que deben
tener las mercancías que allí se transan, así como sobre sus condiciones
técnicas y sanitarias, sobre la forma como deben ir embaladas o etiquetadas, e
incluso sobre los precios que se pueden cobrar por ellas, pues no se permite
cobrar menos que el precio de costo, pues eso entra dentro de lo que se
denomina dumping, que es una práctica de comercio desleal y prohibida. También
hay normas sobre los procesos productivos del cual se derivan los productos
intercambiados y sobre la política económica que lleva adelante el gobierno
respectivo en ese campo de la economía nacional. Se puede mencionar también que
hay normas sobe la propiedad intelectual, que protege las marcas y derechos de
autor. La Organización Mundial de Comercio, OMC, es la instancia donde los
países negocian y acuerdan ese tipo de normativa.
Sin embargo,
ese conjunto de normas deja amplios espacios para que los ofertantes y demandantes,
acatando y respetando la normativa internacional, puedan vender y comprar
libremente. En otras palabras, cada demandante puede elegir entre varios proveedores
posibles, entre varios países productores, entre varias calidades para un mismo
producto y entre varios precios alternativos. Cada ofertante puede también decidir
a quién vende y a qué precio entrega sus mercancías. Eso no significa ni
remotamente que ese mercado, así caracterizado, sea un mercado donde impera la
competencia perfecta y cada agente productivo obtiene el máximo de beneficio y
de remuneración. La presencia de monopolios y oligopolios es una característica
del mercado internacional contemporáneo, y eso, para los economistas, es señal
inequívoca de que estanos en presencia de fallas e ineficiencias de dicho
mercado.
ENTRE
GOBIERNOS
El Gobierno
venezolano – al actual y el inmediatamente anterior- ha señalado en varias
oportunidades que no le gustan de las norma que presiden hoy en día el comercio
internacional, lo cual es una postura totalmente lícita, pues estas normas son
buenas pero son enteramente mejorables. Sin embargo, todo parece indicar que lo
que a los gobernantes venezolanos no les
gusta de la actual normativa comercial internacional es el hecho de que deja
demasiado espacio como para que los agentes económicos privados puedan comprar
y vender libremente. Para nuestros gobernantes lo
ideal parece ser que todas las compras y las ventas internacionales se
decidan a nivel de negociaciones entre gobiernos - y no de empresas ni de personas
– y en base a criterios esencialmente políticos. Una estatización completa del
comercio exterior pareciera ser el modelo ideal hacia donde se debe caminar. No
se trata, por lo tanto, de hacer del comercio internacional un espacio
económico más democratizado, más participativo y más incluyente, sino todo lo contrario.
Ya hoy en
día un porcentaje cercano al 96 % de las exportaciones son exportaciones
gubernamentales, y en materia de importaciones, por lo menos las de tipo alimenticio,
el porcentaje ronda el 50 %. Y no hay dudas de que ese 4% restante de las exportaciones
y ese 50 % de las importaciones, le molesta
bastante a ciertos sectores del equipo gobernante.
Cuando los
privados exportan, suelen hacerlo al precio de mercado, o en caso contrario, al
mejor precio que puedan conseguir. No suelen actuar en ese campo con el
propósito de hacer política, ni caridad, ni solidaridad. El gobierno, en cambio, si suele hacerlo. ¿Que consigue a cambio? Ciertos
grados de amistad y de lealtad política, que salen bastante caros. Pero, en el
campo estrictamente comercial, sus socios no parecen actuar con criterio de reciprocidad:
los beneficiarios de la solidaridad comercial venezolana no responden ni
entregando productos que Venezuela necesite importar con precios y condiciones
de pago similares a las que proporciona Venezuela, ni comprando otros productos
que Venezuela esté en condiciones de vender para retribuir la generosidad
petrolera de nuestro país. Muy por el contrario, venden y compran a precio de
mercado y al mejor postor.
SIN
BENEFICIOS
Es decir, Venezuela
hace todo lo posible por no participar en el mercado real y concreto, donde se
actúa en función de los intereses empresariales y nacionales, y no logra
tampoco obtener reciprocidad en ese mercado - más virtual que real - donde se supone se actuaría en función de
los altos intereses de la amistad y la solidaridad. Es decir, Venezuela paga,
en todos los frentes, todos los costos,
sin sacar ningún beneficio de su peculiar concepción del comercio internacional.
Entre el mundo real y concreto, y el mundo que Venezuela cree haber inventado, el
comercio exterior de Venezuela se ubica en lo peor de ambos mundos.
sergio-arancibia.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario