(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 20 de Septiembre de 2013.)
Ya se ha
publicitado bastante el informe reciente sobre Competitividad, realizado por el Foro Económico Mundial,
donde Venezuela sale bastante mal parada. Vale la pena, sin embargo, gastar
algunas líneas adicionales para aclarar que es eso de competitividad.
Aun cuando parezca obvio, la competitividad es
la capacidad de competir. Y competir es un acto en la cual varios actores
tratan de conseguir un mismo objetivo, pero no todos pueden conseguirlo con el
mismo éxito. Algunos lo hacen mejor que otros, Unos salen vencedores y otros
salen vencidos. De eso se trata la competencia. La competitividad es, por lo
tanto, una cualidad que solo pueden exhibir los países en la medida en que se
midan o se comparen con otros países. Nunca un país es - medido o examinado en
forma aislada - competitivo o poco competitivo. Un país solo puede ser más
competitivo o menos competitivo que otros. Se eso se trata el ranking que tanto
se ha comentado en las semanas recientes.
Y como en
los tiempos actuales los países no viven aislados - ni nadie hace doctrina de
la posibilidad de desarrollarse por la vía de encerrarse en sus propias fronteras
económicas y políticas - la competitividad es una cosa importante. Para poder
crecer y desarrollarse - y poder darle a la población de un país los niveles de
bienestar que son propios del mundo contemporáneo - es necesario vender y comprar
bienes en el mercado internacional. Para bien o para mal son esos relacionamientos
internacionales los que definen hoy en día la capacidad económica- y por ende
política- de un país.
La competitividad
mide, por lo tanto, la capacidad de relacionarse con éxito en los mercados
internacionales, la capacidad de asimilar y utilizar productivamente la
tecnología de punta imperante en los diversos sectores productivos y la
capacidad del entorno fisco e institucional de un país para potenciar esos
relacionamientos.
La competitividad
del país es obviamente un indicador de las condiciones medias que imperan en
ese territorio, sin perjuicio de las condiciones particulares que puedan exhibir
algunas empresas que se alcen por sobre la situación de su entorno.
EL PAPEL DEL
GOBIERNO
La competitividad
del país no depende solo de lo que pase al interior de las empresas. La competitividad
de las empresas puede ser alta, pues están bien gerenciadas, tienen buena
tecnología, buenas relaciones laborales, buen clima empresarial, elaboran un
producto de calidad y su costo de
producción no es mayor que el de la competencia. Puede que la competitividad de las empresas
sea baja, y allí el problema nace mal desde la raíz. Pero aun suponiendo que la
situación en las empresas sea buena- lo cual es un supuesto y no necesariamente
una constatación de la realidad- esa competitividad puede perderse por las circunstancias
del entorno que rodea a la empresa.
Si el
gobierno cobra impuestos excesivos, o si la corrupción imperante obliga a
incurrir en costos ajenos al proceso de producción, o si los caminos y
carreteras están en mal estado o no gozan de seguridad, o si en los puertos hay
que hacer largas esperas antes de poder embarcar las mercancías, entonces todas
las condiciones favorables logradas al interior de la empresas pueden esfumarse
antes de que las mercancías salgan de territorio nacional.
De allí entonces
que la competitividad del país esté en función, entre otras cosas, de los
factores institucionales; de la política económica; de la dotación y el estado
de la infraestructura eléctrica, caminera, portuaria, etc.; del nivel de
educación media de la población; del grado de preparación tecnológica de sus profesionales y técnicos; de los incentivos
a la innovación que existan en ese país y de muchos otros factores sociales, institucionales
y políticos que caractericen a un país y que afecten su relacionamiento con el exterior.
LA INSEGURIDAD
Si un país
tiene altas tasas de delincuencia pura y simple, o si presenta altos grados de
corrupción administrativa, o si la burocracia estatal impone un sinnúmero de
trámites para poder importar o exportar mercancías, o si las leyes laborales
encarecen casi innecesariamente los costos de la mano de obra, o si la electricidad
se va por períodos largos en múltiples ocasiones a lo largo del año, o si a
un turista holandés que ha recorrido 56 países
lo matan en su velero al llegar a Margarita, o si las universidades no tienen
dinero para contratar con sueldos dignos a los profesores de jornada exclusiva
que necesitan, entonces nadie puede extrañarse de que nuestra capacidad de competir
sea tan baja. Y el no tener competitividad es una y la misma cosa que tener en
la frente un sello de perdedor neto en el contexto de la economía y de la política
mundial.
sergio-arancibia.blogspot.com
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