(Articulo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 11 de Septiembre de 2013.)
En este septiembre
del 2013 se conmemoran, en Chile, los 40 años de la muerte de Salvador Allende y de la entronización en el poder de la
dictadura de Augusto Pinochet. Aun cuando esa cantidad de años puede parecer
grande - y dar lugar demográficamente al nacimiento de toda una nueva generación
de chilenos - hay análisis y problemas que nacen de ese acontecimiento histórico
que se mantienen vivos y vigentes en la memoria chilena y universal.
En primer
lugar, nunca será suficiente el reconocimiento emocionado de toda la humanidad
contemporánea a la consecuencia y la valentía de Salvador Allende, que prefirió
morir en el Palacio Presidencial de La Moneda, antes que transar o entregarse a
los militares que se habían levantado contra la Constitución, contra el Gobierno
y contra una larga tradición democrática que los chilenos habían ido
construyendo con grandes sacrificios a lo largo del siglo XX.
Unido a
ello, valga también recordar y valorar el compromiso de Allende con la democracia,
no solo como conquista del pueblo chileno, sino como el paso más alto dado por la humanidad,
a lo largo de muchos siglos, en términos de las normas que deben regir su
ordenamiento social y político. Las grandes demandas sociales y económicas que
la realidad chilena reclamaba debían, según el pensamiento de Allende, darse en
el contexto y dentro de los límites de la democracia, como única forma de darle
validez y sentido histórico a las transformaciones que él propiciaba. Ese
binomio – democracia y cambio social- forman parte del legado histórico de
Salvador Allende, aun cuando algunos han intentado e intentan hasta el día de hoy, colocar esa situación en el campo de los déficit
o las limitaciones del proceso que Allende encabezó. Es indudable que el cambio
social, sin democracia, es una vía que se ha intentado en América y en otras
partes del mundo, pero no sería jamás la vía de Salvador Allende, además que todo
parece indicar que es una vía que tiene muy limitadas posibilidades de perdurar
en la historia de los pueblos que la transitan.
Los 40 años
transcurridos desde la instauración de la dictadura de Augusto Pinochet también
dejan algunos hitos conceptuales ya plenamente consolidados. Entre ellos, la idea
clara de que no hay ningún error eventualmente cometido por Allende y por los
partidos que lo apoyaban que pueda servir de justificación a la horrible
violación de los derechos humanos y de los derechos políticos que vino a continuación. Se trata de delitos contra la
humanidad que no tienen presentación ni justificación alguna, y que deben ser identificados y denunciados
uno a uno, aun cuando hayan pasado 40 años.
Sólo la verdad y la transparencia pueden dar lugar a la justicia y
eventualmente al perdón y la reconciliación nacional. En ese terreno se ha
avanzado a pasos agigantados desde que se reinstauró la democracia, pero
todavía quedan zonas de oscuridad y de silencio, por un lado, y de dolor
desgarrante, por otro. En todo caso, un pueblo que conoció del asesinato
masivo, de las torturas, del exilio, de la negación de todos los derechos
humanos y políticos - todo ello sin un asomo de legalidad - no puede convertirse
en un pueblo que quiera hacer lo mismo ni a sus verdugos de antaño ni a sus
actuales opositores políticos. Muy por el contrario, lo que se busca, y en gran
medida se ha conseguido –aun cuando todavía quedan pendientes cambios que
requieren de la modificación de la
constitución y/o de muchas leyes heredadas de la dictadura- es la generación de una institucionalidad donde
se pueda disentir sin ser por ello castigado y donde los derechos de todos deban
ser irrestrictamente respetados. Sólo en ese marco es posible construir un país
que tenga posibilidad de crecer y desarrollarse sin desgarros traumáticos y
donde se pueda luchar por dosis crecientes de bienestar económico y justicia social para los sectores más
humildes de la población. Todo ello es parte del legado de Salvador Allende,
ante cuyo recuerdo nos inclinamos, una vez, con respeto y admiración.
sergio-arancibia.blogspot.com
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