(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 13 de Julio
de 2017)
En el año
1974 la dictadura militar que gobernaba Chile, encabezada por el general
Augusto Pinochet, inventó un mecanismo llamado “opción de salida”, que consistía
en sacar a los presos políticos que estaban en cárceles y campos de concentración
a lo largo de todo el país, y enviarlos al exterior, en calidad de exiliados,
impedidos de volver legalmente al país. No se nos dio la opción de negociar
nada, pero si se nos dio la posibilidad de optar entre continuar presos por tiempo
indefinido, sin juicio alguno, en cualquier cárcel o campo de concentración del
país, o salir al exterior. Esa opción fue presentada originalmente a 100 presos
político. Discutimos entre nosotros si aceptábamos esa opción o la
rechazábamos. Hicimos también la consulta con las direcciones de los partidos,
en la medida de lo posible, sobre si aceptábamos o no.
Todas las consultas
y debates coincidían unánimemente en que era mejor salir. Primero, porque
libres, aun en el exterior, podíamos ser más útiles en la lucha contra la
dictadura que encerrados en cualquier punto del país. En segundo lugar, porque era
mejor, desde un punto de vista personal, estar libres que estar encerrados, y
eso tenía que ser respetado. No era posible para nadie levantar razones morales
o políticas para decirle a un preso que rechazara condiciones de mejoría en sus
condiciones personales para efectos de potenciar una determinada imagen negativa
que se quisiera dar de la dictadura. La imagen de la dictadura no descansaba, por
lo demás, en lo que hiciera a o dejara de hacer con ciertos presos políticos, sino
que descansaba en las coordenadas básicas que definían su concepción de la
democracia y del respeto a los derechos humanos. Así que todos tomamos la decisión
de salir del país, lo cual no solo definió los cursos posteriores de nuestras
vidas, sino que probablemente significó, para muchos, la diferencia entre la
vida y la muerte.
No pudimos
volver al país hasta 1988, dos años antes de que terminara la dictadura de
Pinochet. Si pudimos volver - los cientos o miles de exiliados o expulsados -
fue gracias a una negociación – o quizás se pueda decir, para ser más diplomáticos,
debido a las gestiones de alto nivel realizadas por el Vaticano ante el gobierno
de Pinochet - en el contexto de la eventual visita del Papa a Chile. Esa
negociación, si se le puede llamar así, fue positiva para Chile y para cada uno
de los beneficiados.
No hubiera
sido bueno para nadie continuar preso por una década más, ni hubiera sido bueno
que el Papa no utilizara su capacidad de presión o de negociación para
permitirnos volver a nuestra patria.
Ténganse presentes
las experiencias ajenas, en el ámbito latinoamericano, en los análisis que se
hacen del presente venezolano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario