(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en la edición impresa de TAL CUAL el día 13 de Noviembre
de 2015.)
En la segunda
mitad del siglo pasado se pusieron de moda los puertos libres como mecanismos
de desarrollo regional. Como la política económica que imperaba en esos años se
caracterizaba por altos aranceles para proteger la industria nacional, era
altamente ventajoso para un determinado puerto - y para la ciudad aledaña – que
las mercancías extranjeras que entraban por ese punto portuario no pagaran
arancel. Se generaba por esa vía una sustantiva diferencia de precios entre el
producto que pagaba arancel, en el resto del territorio nacional, y la mercancía
que no pagaba arancel, en ese punto privilegiado del mapa aduanero y tributario
del país. Con aranceles elevados, el no pago de arancel podía dar origen a diferencias
de 50% o más entre el puerto libre y el resto del mercado nacional. Eso beneficiaba
no solo a los ciudadanos que vivían en ese tipo de ciudad-puerto, sino que
beneficiaba a todos los ciudadanos del país que podían ir de vez en cuando a
esos pequeños paraísos comerciales a proveerse de bienes importados baratos. Todo
ello ayudaba no solo al desarrollo comercial, turístico y de servicios de esas
ciudades, sino que incluso a su desarrollo industrial, en la medida que se
produjeran allí bienes por la vía de importar insumos y materias primas
baratas.
Pero con la
tendencia mundial – a la que no es ajena Venezuela- de ir reduciendo el nivel
de los aranceles – por la vía unilateral o por la vía de los acuerdos o convenios
comerciales de carácter regional o mundial – la diferencia entre el producto
que paga arancel y el producto que no lo hace no es tan elevada como antes. En
Venezuela el arancel promedio esta por bajo el 10%. Ya no se genera, por lo
tanto, por vía de la liberación del pago
de aranceles, una diferencia sustantiva de precios, que sirva de base a flujos
comerciales desde o hacia el puerto libre. En otras palabras, el no pago de arancel
ha dejado de ser una herramienta para efectos del desarrollo regional. Frente a
esa situación se ha buscado mantener una cierta ventaja comparativa por la vía
de permitir que en la ciudad puerto no solo no se paguen aranceles, sino que
tampoco se pague el impuesto al valor agregado por parte de las operaciones de
compra y venta que se hacen en el territorio correspondiente. Se puede agregar
así un nuevo diferencial de precios, favorable a los artículos que se venden en
la ciudad puerto, cercano al 10 %, con
relación a los precios de los artículos
de la misma naturaleza que se venden en el resto del territorio nacional y que
sí deben pagar integro del impuesto al valor agregado. Pero aun sumando ambas
preferencias – la arancelaria y la
tributaria- los precios relativos de los bienes en la ciudad puerto ya no son tan bajos como lo
eran anteriormente.
Si a lo
anterior se agrega que en el puerto libre y en el resto del territorio nacional imperan tres o cuatro
tasas de cambio diferentes, con dificultades para accesar a una o a otra, y con grandes ganancias en los procesos
de arbitraje entre ellas, y con controles generalizados sobre los precios y las
tasas de ganancia, entonces los márgenes de preferencia que privilegian los
precios de los puertos libres se reducen casi hasta cero. La posibilidad misma
de importar, y las ganancias que de ese comercio se derivan, quedan libradas a
las decisiones, muy dosificadas, que se tomen sobre asignación de divisas, y a
las decisiones sobre precios máximos y precios justos. Lo más probable es que en
estas nuevas circunstancias las condiciones favorables de tipo arancelario - y
las ventajas que esto inducia en el comercio y los servicios locales - se
terminen haciendo sal y agua.
sergio-arancibia.blogspot.com
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