(Artículo de
Sergio Arancibia publicado en TAL CUAL el día 11 de Septiembre de 2014.)
El
Presidente de Chile Salvador Allende murió en el Palacio de la Moneda el 11 de
Septiembre de 1973, en momentos en que el palacio de gobierno era atacado
mediante tanques, infantería y aviación por las fuerzas militares que se habían
alzado bajo las órdenes de Augusto Pinochet. Entre ese suceso y el presente han
transcurrido 41 años, lo cual nos permite decir que una buena parte de los
chilenos y de los latinoamericanos no
conocieron en vida la obra y el pensamiento de Salvador Allende, sino que saben
de él a través de lo que la historia ha rescatado de su obra y de su
personalidad, lo cual acrecienta la responsabilidad que pesa sobre aquellos que
tuvimos la suerte de caminar parte de vuestras vidas bajo la conducción señera de
Salvador Allende.
Entre las
grandes realizaciones de su breve mandato hay que mencionar, sin lugar a dudas,
la nacionalización de la gran minería del cobre – sancionada como ley por todos
los parlamentarios de esa época, de todos los partidos políticos- que ha significado desde ese entonces un
aporte de la mayor importancia a la soberanía y a la independencia económica
del país. Ningún gobierno, en los 41 años transcurridos desde la muerte de Allende,
se ha atrevido a revertir el proceso de nacionalización del cobre, aun cuando
la política cuprífera, sobre todo en materia de concesiones mineras y de nuevas
inversiones, ha sufrido cambios radicales en estas cuatro décadas.
También hay
que mencionar como un hito relevante, la profundización y culminación de la
reforma agraria, que permitió expropiar absolutamente todos los predios que se
calificaban en ese entonces como latifundios, liquidando en esa medida, para
siempre, a una oligarquía agraria que había ostentado el señorío territorial
prácticamente desde los tiempos de la colonia. Ese proceso, que implicó una
verdadera liberación social y política del campesinado, se hizo con organización
social, con participación de los campesinos y sin bajar la guardia frente a las
responsabilidades productivas que implicaba el cambio de los propietarios de la
tierra. Lo obrado en materia de reforma agraria, aun cuando sufrió cambios
radicales en el período de la dictadura pinochetista, fue la base sobre la cual
se pudo levantar posteriormente una agricultura chilena pujante, productiva,
exportadora y capitalizada.
En el campo
estrictamente político, la experiencia de gobierno de la Unidad Popular puso en
evidencia que no se pueden hacer cambios relevantes en la estructura política y
económica de un país, si no se cuenta con mayorías políticas y sociales suficientemente
solidas y responsablemente unidas tras un programa de gobierno. Ese, que
indudablemente fue un déficit del gobierno de Allende, fue una enseñanza que se
ha proyectado hasta el día de hoy en la política chilena, poniendo de relieve
que los cambios llamados a trascender tienen que hacerse con amplios apoyos y
acuerdos ciudadanos.
El otro gran
legado político, es sin duda, la armonización del ideal socialista con las
ideas y estructuras democráticas, generando un gobierno en que todas las
libertades cívicas y políticas fueron cabalmente respetadas y potenciadas. Ese
binomio de socialismo y democracia es
quizás el legado de Allende más relevante para los tiempos modernos, incluso
más allá de Chile o de la propia América Latina
Pero más
allá de esos aportes económicos o políticos, la figura de Allende se proyecta
en la historia como un gigante moral, que hizo de la política una forma de
organizar al pueblo y de darle una proyección de futuro, y que fue leal a sus
compromisos hasta el minuto mismo de su muerte. Por ello, a 41 años de su
muerte la figura de Allende sigue siendo objeto de respeto, de
honor y de gloria, por las nuevas y las viejas generaciones de chilenos
y de latinoamericanos.
sergio-arancibia.blogspot.com
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