(Articulo de
Sergio Arancibia publicado en EL MUNDO ECONOMIA Y NEGOCIOS el día 4 de
Septiembre de 2014.)
La deuda externa
de un país no asume siempre las mismas formas, ni tiene los mismos acreedores, ni
sirve para las mismas cosas, ni tiene las mismas consecuencias.
Veamos. Una forma
posible que puede asumir la deuda externa de un país es la emisión de bonos. Se
trata, en su esencia, de la venta de papeles - o de certificados de deuda - que
permiten al poseedor cobrar una cierta cantidad de dinero a la fecha de
vencimiento de ese titulo de deuda, más los correspondientes intereses. Los intereses
se pueden pagar año a año, se pueden
pagar todos al final de período de vencimiento, o pueden no pagarse nunca en el
caso de que sean bonos cero cupón. En este último caso, el papel se vende a un
precio que ya tiene descontado el monto de los intereses.
Cuando la
deuda externa de un país se contrae por la vía de la emisión de bonos, el país
recibe dinero contante y sonante, que puede usar libremente para los fines que
estime conveniente. No tiene que rendirle cuenta a nadie, excepto a sus propios
ciudadanos. Los acreedores, es decir, los poseedores de los bonos, son miles de
anónimos inversionistas que no tienen ninguna relación con el país que emitió
los papeles. La única obligación del gobierno emisor es pagar la cantidad que
corresponda y en el momento que
corresponda. Si no paga, se le arma a ese gobierno un lio de grandes
proporciones, no solo con los poseedores de esos papeles, en particular, sino
con el conjunto del sistema financiero internacional. Algo de esa naturaleza es
lo que le ha pasado a Argentina. El problema con esta forma de endeudarse es
que es cara. Los intereses reales que hay que pagar por los dólares que se pueden
recibir por esta vía incluyen el interés formal - establecido en el título - más
el descuento que obedece a las condiciones de mercado y a la tasa riesgo país. Para algunos países latinoamericanos esa tasa
supera hoy en día el 10 % anual.
Otra vía diferente
es el préstamo que hace un país – o los bancos de desarrollo de un país- para
efectos de financiar compras del país deudor en el país acreedor. Se abre una
línea de crédito pero no para adquirir cualquier cosa en cualquier parte del
mundo. Se trata de créditos para comprar mercancías en el país que prestó la plata.
Para eso y solo para eso. No se trata de fondos de libre disposición como los
fondos obtenidos por la vía de la venta de bonos. En compensación, se trata, la
mayoría de las veces, de líneas de crédito a tasas más baratas que las que
resultarían de la emisión de bonos. Esas líneas de crédito se pueden utilizar
para comprar armas, para comprar bienes de capital para llevar adelante
proyectos de desarrollo, o para comprar alimentos y otros bienes de consumo,
pero siempre en el país acreedor. A diferencia también de lo que sucede en el
caso de los bonos, aquí el prestamista está claramente ubicable y ejerce discretas
– o a veces no tan discretas - presiones políticas y económicas, cuando lo
estima conveniente, como para asegurar el pago de lo prestado. Las mercancías
comprables con el crédito pueden no ser las mejores ni las más baratas, pero
son las que tienen crédito y puede que eso las convierta, en un momento determinado, en las únicas elegibles
en el mercado internacional, sobre todo cuando se carece de dólares como para
comprar al contado a otros proveedores internacionales. Si bien este tipo de créditos
atados no genera por si solo fondos de libre disposición, puede liberar fondos
que en otras circunstancias deberían haber ido a financiar esas inversiones o proyectos
de desarrollo, lo cual en la práctica se traduce en mayor disposición de fondos
de libre disposición.
Hay también
la deuda que los importadores de un país contraen con sus proveedores de otros
países. Hoy en día es muy raro que un proceso de compra venta a nivel
internacional se haga al contado violento. La mayoría de las veces se trabaja
con algún sistema de crédito de corto plazo – tres meses, seis meses- lo cual
se convierte en un crédito abierto y rotatorio en la medida en que el proceso
de compra y venta es continuo y sostenido. En condiciones normales, siempre hay
un volumen de deuda flotante, si es que uno hiciera un corte en un momento del tiempo. Si es que los pagos no se
hicieran en el momento convenido, los futuros envíos de mercancías se detendrían
y el comercio se interrumpiría – y como todo se sabe en este mundo – tampoco
habrían nuevos proveedores internacionales dispuestos a correr el riesgo de no pago.
Valga decir,
para terminar, que no hay ningún país – y ninguna empresa - que pueda vivir sin
algún volumen de deuda. La situación de cero deuda no es una meta económica ni
financiera para nadie. Lo importante es tener un volumen de deuda dentro del umbral
de lo que se puede pagar por el país deudor, y contraída en las condiciones más
favorables en un momento determinado.
sergio-arancibia.blogspot.com
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